La iluminación espiritual

La iluminación y el aplauso

POR: OSHO

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LA RESPUESTA DEL MUERTO

El sonido del aplauso con una mano.

Mamiya llegó a ser un celebérrimo Maestro Zen, pero para ello tuvo que aprender el Zen con mucho esfuerzo. Cuando era discípulo, su Maestro le pidió que explicara el sonido del aplauso con una sola mano. Mamiya se entregó a ello con toda su alma, ayunando y robando horas al sueño para dar con la respuesta correcta. Pero su Maestro nunca quedaba satisfecho.

Un día llegó incluso a decirle:

La siguiente vez que Mamiya se vio delante del Maestro, hizo algo espectacular: cuando el Maestro le pidió que explicara el sonido del aplauso con una sola mano, él cayó al suelo y se quedó inmóvil, como si hubiera muerto.

El Maestro le dijo:

Abriendo sus ojos, Mamiya respondió:

El Maestro estalló furioso:

Tal vez no hayas alcanzado la iluminación...
...pero al menos ¡podrías ser consecuente!

RAZONAR

Lo absurdo es necesario para sacarte de tu mente, porque la mente es razonamiento. Mediante el razonamiento no puedes salir de ella. Mediante el razonamiento darás muchos pasos, pero en círculo.

Es lo que has estado haciendo durante muchas vidas. Una cosa lleva a otra, pero esa otra forma parte del círculo tanto como la primera. Te parece que te mueves porque hay cambios, pero sigues un círculo. Te mueves en redondo, dando vueltas -no puedes salir del círculo-. Cuanto más piensas en salir, cuantos más sistemas; técnicas, métodos creas para escapar, más atrapado estás en él. Porque el problema básico es: el razonamiento no te puede sacar de ahí, porque el razonamiento es el fenómeno mismo en el que estás metido.

Se necesita algo irracional, algo que esté más allá de la razón. Algo absurdo, algo loco -solo una cosa así puede liberarte-. Todos los grandes maestros se han dedicado a inventar trucos, y sus trucos son absurdos. Si los analizas, yerras el tiro. Tienes que seguir su línea sin razonar. Por eso la filosofía no sirve de gran cosa. Solo la religión puede ayudar, porque la religión es absoluta locura.

Tertuliano dijo: Creo en Dios porque Dios es absurdo. No hay razón para creer en él; ¿hay alguna razón para creer en Dios? ¿Ha sido alguien capaz de demostrar que Dios existe?

No hay ninguna razón que lo apoye: de ahí la fe. Fe significa lo absurdo. Fe significa que no hay razón para creer, y crees.

Fe significa que no hay argumentos, ni pruebas que demuestren, y te juegas la vida entera. Nadie puede demostrar que Dios existe y saltas al abismo. Cualquiera que sea razonable creerá que te has vuelto loco, y esto es lo que han venido creyendo todos los racionalistas. Un Buda, un Krishna, un Jesús; se han vuelto locos, dicen tonterías.

Existe en Occidente una escuela que demuestra que cualquier religión es un sinsentido. Y yo soy un hombre religioso, y digo que tienen razón -tienen razón, aunque están equivocados. Piensan que si demuestras que la religión es un sinsentido, la has descartado, la has refutado. ¡No!

Los hombres religiosos han dicho siempre: ¡Somos absurdos! Nuestro mundo no es el del sentido, sino uno que hay más allá. Y el más allá será necesariamente un sinsentido. ¿Qué sentido puede tener la religión? Si le puedes dar un sentido a la religión, has errado el tiro. Entonces estás en el mundo de la teología, la filosofía, los sistemas, pero nunca podrás tocar esa pureza que está más allá de la razón.

Tertuliano tiene razón, acierta. Dice: Creo, porque Dios es absurdo. Creer significa creer en lo absurdo. No necesitas creer en este mundo que te rodea: está ahí; nadie necesita creer en él. ¿Cómo puedes dejar de creer en él? Está tan aquí, tan presente; todo demuestra que está aquí. Alguien puede arrojarte una piedra y está demostrado que estás, porque sangrarás. Te han golpeado; la piedra está aquí.

Pero Dios no te puede golpear como una piedra. Ni siquiera puedes tocarlo. No hay manera. ¿Cómo olerlo? ¿Cómo verlo? No obstante, crees. Creer siempre significa creer en lo absurdo.

DESPIERTA

Pero ¿qué sucede cuando alguien es capaz de creer en lo absurdo? Está fuera de su razón. De repente el círculo se para, la rueda se detiene, porque ya no la estás alimentando. Se para el argumento, se para el pensamiento. De pronto estás fuera de él, como si se te hubiera despertado del sueño. Y el sueño más grande es el de la razón, porque la razón crea sueños tan bellos, y tan reales, que engaña a todo el mundo.

Una vez estás despierto y fuera del círculo vicioso, Dios está aquí, ninguna otra cosa existe. Entonces ya no es necesario creer. Entonces sabes. Pero antes de que suceda este conocimiento, será necesaria la fe. Y todos esos filósofos que a lo largo de los siglos han intentado demostrar que Dios existe no son religiosos, no están sirviendo a Dios; son muy perjudiciales. Porque cuando aduces una prueba, haces de Dios también parte de la mente. Y cuando alguien cree porque Dios es un echo probado, no puede salir de la razón.

EL KOAN

Por eso todos los religiosos, todos los maestros, han inventado maneras de sacarte de la razón. El zen tiene su técnica particular, y esta técnica se llama koan. Un koan es un acertijo absurdo. No puedes resolverlo. No importa cuánto lo intentes, tu esfuerzo no tiene importancia. Más, más -irá diciendo el maestro-, no te esfuerzas bastante. Y te está engañando, porque cuanto hagas nunca será bastante para resolver el problema: ¡porque el problema es irresoluble! No depende de si trabajas duro en él, o no. Pero si lo haces con tu totalidad, de pronto te darás cuenta del absurdo, nunca antes. De repente empezarás a reír. Todo era absurdo. Y si puedes reír con la risa loca que aparece cuando la razón no funciona...

¿Has visto reírse a un loco? Su risa es totalmente diferente de tu risa. La tuya es razonada, hay una razón para ella. Alguien ha contado un chiste, alguien se ha caído por la calle, resbalado con una piel de plátano, y te ríes. Hay una razón, ha sucedido algo ridículo. ¿Por qué te ríes cuando un hombre se cae en la calle, al resbalar con una piel de plátano? ¿Por qué? ¿Qué tiene de gracioso? Hay algo: el ego es la cosa más ridícula del hombre, y cuando un hombre se cae por una piel de plátano, hasta la piel de plátano es más fuerte que tú. El absurdo total del ego queda demostrado, el hombre no es nada: hasta una piel de plátano te puede hacer perder el equilibrio.

Toda la civilización del hombre está centrada en el ego. Culturas enteras, naciones, todos los sueños de grandezas han llegado al hombre porque es el único animal que se mantiene erecto sobre dos pies. Por eso el hombre piensa que no es un animal, que es diferente y único, que él no pertenece al mundo animal. Pero cuando resbalas con una piel de plátano, de pronto la posición erecta se ha esfumado. De pronto caes en el mundo animal, eres un animal impotente, nada más. Por eso es ridículo ver caer a un hombre.

Y piensa, si un mendigo se resbala con una piel de plátano, no te reirás mucho; pero si cae un primer ministro, reirás más. ¿Por qué? Porque un mendigo es un mendigo; era ya parte del mundo animal, no mucho más. Pero este primer ministro, el presidente, el rey, la reina, nunca podías creer que la reina de Inglaterra podía caer exactamente igual que los otros seres humanos. ¡Imposible! Han creado a su alrededor una falsa impresión de que son infalibles. Y una simple piel de plátano lo destruye todo. Queda al descubierto que eres tan solo un ser humano impotente. Y no solo un ser humano impotente, sino un mero animal, te ves a cuatro patas, no sobre dos piernas.

Eso es ridículo. Ríes, pero hay una razón. Observa cómo ríe un loco: esa risa es sin razón. Por eso le llamas loco. Le preguntas: ¿De qué te ríes?. Si puede responder por qué, no está loco. Si no puede responder, dices que ha perdido la razón.

Cuando se entiende un koan por primera vez... no cuando lo resuelves, porque un koan no puede ser resuelto, un koan es insoluble, no puede ser resuelto. No hay manera de resolverlo, es imposible, es un callejón sin salida para la mente, no puedes seguir adelante. De pronto, quedas atorado y el maestro sigue diciendo: ¡Trabaja duro! No trabajas suficiente. Y cuanto más trabajas, más atorado estás, sin moverte: no puedes volver atrás, no puedes ir hacia adelante; atorado. Y el maestro sigue martilleándote: Aprisa, aprisa, más duro. ¡Trabaja duro!.

Llega un momento en que no reservas parte alguna de tu ser, todo tu ser está involucrado, y sigues atorado.

De repente, cuando toda la energía está involucrada, te das cuenta. Y esto solo sucede cuando estás totalmente involucrado, cuando has puesto sobre el tapete todo lo que has podido. Sólo en esta cima, en este clímax de energía, te das cuenta de que este problema es absurdo, no puede ser resuelto. Una risa se propaga por todo tu ser, es una risa loca. Y con esta risa, todo cambia, se transforma. Esto es lo primero.

Lo segundo, luego podemos entrar en la historia; todos vosotros sois grandes imitadores. Es más fácil imitar que ser auténtico, porque la imitación existe en la superficie. La autenticidad necesita tu centro, te necesita en tu totalidad. Esto es demasiado. Te involucras solo en la superficie, en el fondo te quedas fuera.

La imitación es muy fácil, y la cultura y la sociedad enteras dependen de la imitación. Todo el mundo te está diciendo cómo comportarte, y cuanto te enseñan no es sino imitación. Los religiosos, los llamados religiosos, los sacerdotes, los teólogos, también te están enseñando: Sé como Jesús, sé como Buda, sé como Krishna. Nadie te dice nunca: Sé solo tú mismo, nadie. Parece que todo el mundo está en contra de ti. Nadie te permite ser tú mismo, nadie te da libertad alguna. Puedes estar en este mundo, pero tienes que imitar a alguien.

Todo esto es ridículo, porque estas mismas cosas le decían a Buda. Le decían: Sé como Rama, sé como Krishna. No los siguió, así es como se convirtió en un buda. Se iluminó porque nunca fue víctima de la imitación. Nadie puede imitar. Si imitas, seguirás siendo falso.


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