De la innecesaria humildad humana
Mirando el Universo, La Tierra, las especies vivas, al ser humano, su evolución, solo queda la posibilidad inteligente de ver lo pequeños que somos.
MAURICIO AMAYA
HUMILDADES INNECESARIAS
DEL UNIVERSO
Jóvenes aún, observábamos la ínfima parte del Universo que nuestros ojos podían captar. Se requería un poco de paciencia para lograr un grado de concentración tan rebelde en esas primeras edades. Las primeras estrellas pronto se multiplicaban al poder percibir nuevas y nuevas, que tenues, adquirían, mirándolas fijamente, la luz suficiente para identificar que allí se encontraban.
Nuestro objetivo era algo así como un mito, la utopía de la denominada Vía Láctea que, nos habían dicho, estaba ahí. La primera vez descubierta fue motivo de júbilo para el primero y ardua labor para revelarla a los demás del grupo. En ese entonces de los 60’s en nuestras excursiones al campo ya que ahora es imposible avistarla sin ayuda de algún catalejo con el que nunca he contado, era una especie de bruma, de neblina difusa que atravesaba el espacio que a nuestros ojos se podía contemplar. No sé si de Norte a Sur, de Oriente a Occidente…… no importaba.
El Universo se volvía enorme a nuestros sentidos. Imagínense la neblina de una mañana compuesta por miles de miles de millones de goticas de agua que se expanden en el paisaje en las primeras horas de luz…… Fuera de bellísimo, impactante para quien pueda creer que cada gotica puede ser un sistema, como el Solar, con decenas de planetas que giran a su alrededor.
Y eso era solo una parte muy pequeña de una sola galaxia, entre miles de miles de millones de las que podíamos ver y de las otras miles de miles de millones que nuestra capacidad visual, más toda la tecnología actual, no pueden captar.
Somos, El Planeta Tierra, algo menos que un átomo, que una partícula de un átomo de una piedrilla de las arenas del mar con respecto al Universo.
DE LA NATURALEZA EN LA TIERRA
Fruto de una evolución, somos una de las tantas de sus especies. Una más, entre millones de mamíferos, de miles de millones de vertebrados e invertebrados, de sangre caliente y fría, de los miles de millones de los que tenemos capacidad de desplazamiento, de los que no, de los millones de millones de animales, insectos y plantas y quién sabe cuántos miles de miles de millones de millones de formas de vida en nuestro planeta.
DE LA ESPECIE HUMANA
Alguno de los homo’s somos. Erectus, sapiens…... Siempre se ha buscado, sin encontrarlo, el famoso eslabón perdido escudriñando las evidencias de huesos enterrados en la prehistoria de la humanidad. Quizás, la especie actual, se impuso sobre otras, quizás algunas de las otras más inteligentes y menos capaces para imponerse (defenderse y atacar, pero no necesariamente más inteligencia, concebida ésta como la capacidad de entender, respetar y desarrollarse armoniosamente con la naturaleza).
Y hoy, dizque somos algo así como 6.000 ó 7.000 millones (¿quién nos cuenta?) depredadores humanos vivos, con otros tantos o más que han escrito nuestra historia. Somos, un 7.000’000.000navo ó un 14.000’000.000navo de los que aquí estamos viviendo o hemos vivido.
DE LA INTELIGENCIA HUMANA
Alguien dijo que éramos Hijos de Dios, a su imagen y semejanza. Los griegos, quizás más humildes, acreditaban este beneficio a unos pocos, hijos de Zeus o de algún otro ser del Olimpo que en su mitología atribuían créditos que los hacían diferentes.
Al fin y al cabo, los cerebros, son estructuras con capacidades específicas y diferenciadas para comprender la naturaleza. Dicen, unas más desarrolladas que otras, dentro de nuestro orgullo infame de creernos los seres más adelantados de la naturaleza, en el planeta tierra, del sistema solar, de la Vía Láctea.
Entre los humanos, aquel que se atreva a bajar de este pedestal a la especie, será castigado aún con la muerte. No fue sino que uno de nosotros se atreviera a decir que La Tierra no era el centro del Universo para que una, de las tantas, inquisición, lo amenazara con la muerte si no desmentía lo que la realidad le decía.
Pero mi mensaje va más allá. ¿Cuántas especies del planeta, de esa migaja del Universo, no han sobrevivido a esta santa evolución dizque de la especie dominante? Por cada ser humano hay miles de insectos. Es que si se tratara de la capacidad de prevalecer, ampliamente nos superan y multiplicando el factor.
Y quién nos puede asegurar que la capacidad de comprender el planeta y evolucionar positivamente con él, ¿es la especie humana la más adecuada? ¿Alguien, más allá de sus teorías nos puede asegurar que la inteligencia humana es superior?
Repito la anécdota alguna vez contada en estas páginas: Estando yo muy joven, en la UIS se presentó un conferencista hablando sobre los dinosaurios en el planeta. En la sesión final, un asistente le preguntó que esos animalotes, tan grandototes, tenían un cerebro muy pequeño y que, por tanto, eran muy brutos. Le contestó que esos animalotes tan brutos habían vivido durante cientos de millones de años y que el planeta había evolucionado para permitir que existieran especies, como los humanas, tan inteligentes, que en menos de 10.000 acabaran con el paneta.
DE LA CULTURA HUMANA
Somos hijos de un pensamiento prevaleciente. De hecho, han existido miles de sociedades de seres humanos que han desarrollado su forma de concebir el mundo, la naturaleza y han desarrollado pensamientos para legar a sus congéneres. Es, digamos, un proceso de enseñanzas para que, al menos, los que los sigan, no cometan los mismos errores que ellos habrían cometido.
De hecho, repito, ya nos quedan muy pocas de esas enseñanzas, a no ser aquellas que se sustentan en muy pocos seres humanos. Casi toda la cultura precolombina, la de ese Continente que ahora llamamos América, ha desaparecido. Y ni qué decir de Asia, de Europa, de África. Algunos vestigios quedan de la Australia ancestral. Casi nada, expresadas en idiomas, en lenguajes que ahora son inteligibles, a no ser por dos o tres expertos que nos traducen letras, pero no sentimientos, sabiduría y, menos, el amor (o el odio) que sustentan su esencia.
Algunos pensadores nos dicen, por ejemplo, que todas las necesidades son creadas, aún la de comer. Los denominados existencialistas (Camus, Sartre) manifestaban, en su intento de entender nuestro comportamiento, que el hecho es el que define el sentido y la concepción de la vida. Que nosotros, ahora, no concebimos el acto de comer a no ser que sea en una mesa con manteles, con ciertas herramientas, unas formas de preparar los alimentos, con aderezos escogidos, para poder comer. No lo hacemos sin asar, sin sal ni pimienta (personalmente no me gusta), sin tenedores y cuchillos, sin café descafeinado o un buen vino.
Si esto, tan elemental, dirige nuestro comportamiento, ¿cómo podremos pensar que la mayoría de las cosas no están regidas como hijas de una forma de pensar, de ser, metidas ya en nuestros genes?
HUMANOS INTERESANTES Y MEJORES QUE NOSOTROS HAN EXISTIDO
Sobre todo en artes, que es lo que más quisiera sentir. Música, escultura, pintura, ah, que deleite. Alguna vez tuve la oportunidad de visitar el Museo de Arte de Buenos Aires y me quedé extasiado ante una pintura de un exponente de la línea del impresionismo que era un verdadero deleite. Horas contemplando su expresión artística, seguramente no la mejor, pero no importaba.
Y lo mismo en poesía y en prosa, en filosofía y en ciencias, en matemáticas y en física. Han existido seres humanos admirables que vale la pena reconocerles sus cualidades y su forma de expresar lo que nosotros no podemos.
Recurrir a ellos, reconociendo sus mayores cualidades, al contrario de lo que unos soberbios pregonan, es más un acto de humildad que cualquiera otra cosa. ¿Cómo desprenderse de ellos cuando uno quiere decir algo que ellos mejor expresaron? ¿Por qué, por ejemplo, volver a inventarse la aritmética, el álgebra, la física cuántica? ¿Por qué volver a inventar los versos de Becket, de Neruda? ¿Por qué los pensamientos de Aristóteles, de Nietzsche, de Cristo?
Pareciera de nada vale la insipiente cultura intelectual humana que hace creer que todo es desechable. O que mencionarlos fuera un acto de displicencia cuando ellos nos han superado. Y, si miran, siempre se recurre a pensamientos de otros, tangible o desconocidamente, porque somos hijos de una humanidad, tan criticada…… Negar nuestro ancestro cultural es tan solo una actitud arrogante e ignorante.
CONCLUSIÓN
Somos tan pequeños que no somos capaces de reconocerlo. Esa arrogancia que nos hace colocarnos en un pedestal infranqueable ha creado actuaciones como la tal santa inquisición en que no se reconoce o respeta el pensamiento disidente porque creemos, con infinita desfachatez, que somos poseedores de la verdad, algunos peores, de la verdad absoluta.
Mirando el Universo, La Madre Tierra, las millones de especies vivas, al ser humano, su evolución, no nos queda sino la posibilidad inteligente de reconocer lo pequeños que somos. Pero, no hay necesidad de creer que somos humildes. Es que somos casi nada, nada.