La iluminación espiritual

Somos verdaderamente civilizados

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Somos verdaderamente civilizados; Patrocinio Navarro

CIVILIZACIÓN

Hemos construido este mundo materialista a nuestra imagen y semejanza.

Pero, ¿a imagen y semejanza de quién?

¿Acaso tal imagen se corresponde con nuestro verdadero ser?

Donde quiera que fijemos nuestra mirada en este mundo no presenciamos más que calamidades. Si miramos el Planeta, vemos la devastación a que está siendo sometido en todos los aspectos. Contaminación, y envenenamiento de los elementos vitales (tierra, aire, agua), depredación salvaje de animales y bosques y exhaustiva explotación de recursos energéticos que también son causa de guerras, nos sitúan ante un panorama sobrecogedor. Si observamos a la comunidad humana nos horrorizamos de los niveles de insolidaridad, injusticias, enfermedades, hambre, ignorancia, y miserias infinitas tales que ya solo el pensar en ellas nos abruma. ¿Responden todos estos horrores a una forma correcta de entender a la naturaleza y de entendernos entre nosotros? ¿Reflejan nuestro ser espiritual y sus rasgos de bondad, amor y hermandad en algún sentido? ¿Qué piensas, amigo lector, sobre nuestra definición como gentes civilizadas? Estos son tiempos de Apocalipsis (término que, curiosamente, la propia Comunidad Europea reconoció oficialmente en 2011), pero que Dios ya anunció mucho antes, en febrero de 2001, a través de la profetisa alemana Gabriele revalidando así la visión de Juan de Patmos. (Tranquilo, amigo lector, no pertenezco a una secta peligrosa, no soy obispo ni banquero ni tengo sillón en un Parlamento).

En estos tiempos de confusión, la inmensa mayoría de seres humanos confunde tecnología con civilización, de tal modo que esta se mide en función de aquella. Pero si consideramos los efectos que la tecnología (cuya explotación y riqueza pertenece a minorías) produce sobre el patrimonio de la humanidad que son los recursos del Planeta, no vemos en ello avance civilizador alguno, sino destrucción progresiva. Si fuéramos hinduistas veríamos en ella la encarnación de Shiva, el Destructor, pues esta devastación a que da lugar destruye los materiales naturales necesarios para una vida digna de seres divinos que somos mientras los sustituye por materiales sintéticos y de derribo con códigos de barras y fechas de caducidad estampadas en sus cuerpos. Este remedo de la naturaleza no es otra cosa que la consagración de la vulgaridad; el asiento de una vulgaridad desprovista de otro fin que la propia consunción, un remedo de civilización, en fin, tal falsa como los objetos que produce. Y esto tiene, entre otras consecuencias, un gran sufrimiento para miles de millones.

¿A quién culpar que mejor nos convenga? Muchos culpan a Dios porque no interviene enderezando nuestros entuertos, pero si interviniera imponiéndonos Su voluntad contra nuestro libre albedrío nos quejaríamos de ser Sus marionetas. Pero resulta que el sufrimiento es la cosecha de las personales siembras. La ley universal es dar y recibir y por ella nadie recibe algo que no haya emitido. Quien produce dolor, que no espere rosas, al contrario del que siembra amor o bondad, pero esas siembras – sobre todo las malas- a menudo están ocultas en el subconsciente, del que tan pocas personas se ocupan.

El sufrimiento es hijo de algún deseo ilegítimo, efecto de causas que se originan en la mente inferior o egoica (dominante en nuestro mundo) y que perturban no solo el cuerpo emocional (o alma) y el cuerpo físico de quien las produce, sino que tienen su propia onda expansiva por ser energía y entra en invisible contacto con las energías semejantes o iguales. Como ninguna energía se pierde, esta onda expansiva contamina la atmósfera espiritual del mundo. Conocedores de esta realidad, los profetas, iluminados y espíritus libres de todas las épocas han tratado de instruir a sus semejantes sobre la Ley de siembra y cosecha o de Causa y efecto, y de proporcionar pautas para conseguir que fuéramos capaces de controlar nuestros pensamientos, palabras y actos recordando que nuestro origen es divino y hemos de volver a nuestro Creador siendo puros, pues así fuimos creados.

Ser verdaderamente civilizado significa llevar a la práctica diaria la Regla de Oro:
Lo que quieras que te hagan a ti hazlo tú primero, y no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti.

Ser verdaderamente civilizado significa, por tanto, estar en armonía con las leyes de la naturaleza y con y el Creador. Cristo mismo nos asegura que este es el camino de nuestra liberación espiritual como almas, pero a nivel simplemente humano, ¿Acaso no es este el camino que en este mundo nos conduce a una verdadera civilización basada en el respeto y el amor altruista? Porque hasta hoy mismo la clase de mundo que hemos puesto en pie obedece a reglas muy distintas: las del mío, mí, para mí, las reglas del egocentrismo que está destruyendo el hábitat del planeta y poniendo en alto riesgo nuestra propia existencia como especie. Y en este punto da lo mismo cuantos avances tecnológicos seamos capaces de poner en marcha, porque solo van a servir como nuevos instrumentos del ego destructor si no somos capaces de dar la vuelta y retomar nuestro personal camino de liberación en el punto que lo dejamos cada uno. Este es nuestro desafío ante los malos tiempos que sin duda se avecinan.


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