SABIAS PALABRAS
Vivió en lejanas tierras una reina muy poderosa y rica que una noche soñó que se le caían todos los dientes. Asustada por lo que había soñado, envío emisarios por todo el reino para que encontraran a un gran sabio que supiera interpretar lo que quería decir aquello. Después de recorrer pueblos y aldeas, los emisarios dieron con un anciano que sabía interpretar lo sueños y lo condujeron a presencia de la reina.
Después de escuchar lo que esta le contó habló de esta manera:
Gran soberana, ¡qué desgracia más grande! Cada uno de vuestros dientes representa a un miembro de vuestra familia y que se caigan significa que esos parientes van a morir.
¡Qué insolencia! gritó fuera de sí la reina ¿Cómo osas decirme tal cosa? Seguro que te has equivocado. ¡No sirves para nada!
Muy enojada, llamó a sus guardias y ordenó que encerraran al sabio en prisión durante cien días como escarmiento por su atrevimiento.
Envió de nuevo la reina a sus mensajeros para que localizasen a otro sabio que supiera interpretar sus sueños.
Después de muchos días, los emisarios dieron con una anciana muy sabia que vivía sola en lo alto de una lejana montaña y que sabía interpretar los sueños. Sin pérdida de tiempo la llevaron a presencia de la reina.
La sabia mujer, después de escuchar a la reina, interpretó de este modo su sueño:
Gran soberana, ¡qué gran felicidad! Vuestro sueño indica que tendréis una vida muy larga. ¡Dichosa vos, que sobreviviréis a todos vuestros parientes!
La cara de la reina resplandeció llena de felicidad al oír estas palabras y, como recompensa, ordenó a uno de sus ministros que le entrega cien monedas de oro a la anciana.
Cuando el ministro le hizo entrega del premio, le comentó admirado:
Anciana, aquí tienes el pago por tus servicios, aunque no lo comprendo. Tú y el otro sabio habéis interpretado el sueño de la misma forma. A él lo castigó con cien días de prisión y, sin embargo, a ti te premia con cien monedas.
La anciana lo miró sonriente y le respondió así:
Amigo mío, no solo debes cuidar aquello que dices, sino la forma de decirlo. Comunicarse bien es de sabios. De la forma en la que hablas a tus semejantes puede depender que estalle una guerra o que reine la paz. Siempre debes decir la verdad, no lo dudes, pero cuida cómo la dices. La verdad se asemeja a una piedra preciosa; si la lanzas a la cara de alguien, hiere y duele, pero si la pones en un precioso estuche y la entregas como un regalo será aceptada con agrado y alegría.
MORALEJA
Si tus palabras no son un regalo, es mejor que no las pronuncies.