La iluminación espiritual

El efecto placebo de la religión

POR: AKASHICOS

Imagen; El efecto placebo de la religión; Akashicos

PLACEBO RELIGIOSO

Existen muchas leyendas urbanas acerca de la religión, pero las más trascendentales son aquellas historias de resistencia y superación del dolor físico gracias al poder de las creencias religiosas, como es el controversial caso de Alexia, quien murió de cáncer en la columna vertebral a los 14 años y se hizo famosa en España, su país natal, por su fortaleza, paz y alegría durante su enfermedad, gracias a su confianza en Jesús. Esto ha sido tema de películas (como Camino, que es la versión cinematográfica de la vida de Alexia, también muy controversial), novelas, series, telenovelas y hasta de dibujos animados.

Con base en este tipo de historias se ha propuesto que las creencias religiosas tienen un potencial efecto analgésico. De ser así, éste podría, en algunos aspectos, ser similar al efecto que las creencias tienen en procesos cognitivos de alto nivel, como es el caso de los placebos. Los procesos cognitivos de alto nivel son los que procesan la información mediante la búsqueda, selección, jerarquización, organización y aplicación de los datos adecuados en la solución de problemas. Por ejemplo, la formación del concepto gato: a pesar de que existen gatos tanto pequeños como grandes, negros, atigrados, blancos o grises, peludos, muy peludos o hasta calvos, sabemos lo que es un gato cuando lo vemos, porque en nuestra mente el concepto es una idea simplificada de la gran variedad de gatos que existen.

Desde hace tiempo se sabe que las creencias pueden influir en la cognición, las emociones y los procesos psicológicos. De hecho, se ha visto que fenómenos tan complejos como las creencias religiosas y sus prácticas pueden estar mediadas por factores psicológicos generales relacionados con la experiencia del dolor, tales como la ansiedad y el deseo de librarse de él. Sin embargo, hasta ahora ha habido muy pocos estudios científicos sobre cómo es que las tradiciones y prácticas religiosas y culturales podrían suscitar tales formas de modulación del dolor que permitan a los practicantes lidiar con él.

La salvación entra por los ojos

Para ver si las creencias religiosas ayudaban a reinterpretar el significado emocional del dolor, es decir, si los creyentes lograban separarse emocionalmente de él, se llevó a cabo un estudio en la Universidad de Oxford, Inglaterra. Para realizarlo, reclutaron 24 voluntarios: la mitad de ellos eran católicos practicantes —que atendían a misa semanalmente y rezaban a diario— y la otra mitad eran personas no religiosas ni espirituales.

A los dos grupos se les aplicó un estímulo eléctrico doloroso en el dorso de la mano de manera repetida —con el consentimiento de todos ellos, por supuesto—, mientras les mostraban una pintura de la Virgen María o una pintura parecida pero sin una connotación religiosa (ver figura 1). Las dos imágenes se mostraron, en dos experimentos separados, a ambos grupos 30 segundos antes y durante la estimulación. Antes de empezar se comprobó que todos los participantes tuvieran umbrales de dolor normales en el sitio donde se aplicaría el estímulo para asegurar que el grupo religioso no fuera menos sensible al dolor per se.

Al final de la prueba, los participantes evaluaron la intensidad de dolor que percibieron y cuánto fueron afectados, positiva o negativamente, por las pinturas. Resultó que efectivamente los del grupo religioso percibieron menos dolor ante la pintura de la Virgen María, pero no así con la pintura no religiosa. En cambio, el grupo ateo percibió el dolor con igual intensidad con ambas pinturas.

Pero, ¿cómo es que al ver una imagen religiosa el dolor se atenuó en el grupo católico?, ¿es eso siquiera lógico? Para responder tenemos que repasar qué es realmente el dolor.

En la mente más que en las manos

El dolor es una experiencia consciente que resulta de interpretar los estímulos que pueden ser dañinos. Es percibido por unas neuronas receptoras llamadas nociceptores, que se encuentran en articulaciones, huesos y órganos —como la piel y las vísceras—, y sirven para detectar, de manera preventiva, cambios térmicos, mecánicos y químicos extremos con un potencial dañino. Entre más intenso es el estímulo, mayor es la frecuencia con la que las neuronas nociceptoras disparan sus potenciales de acción, lo que aumenta la intensidad del dolor.

Pero el dolor que sentimos no solo depende de la información que los nociceptores envían a nuestro cerebro. Se sabe que en él influyen los recuerdos, las emociones y factores patológicos, genéticos y cognitivos; además, el umbral de dolor varía de persona a persona. De hecho, las diferentes regiones del cerebro que participan en el procesamiento del dolor tienen un papel más o menos activo en diferentes tiempos dependiendo de la interacción que haya entre estos múltiples factores, muchos de ellos basados en la experiencia personal. Es la integración de todo esto lo que define la forma en la que es percibido, por lo que el dolor resultante no está necesariamente relacionado de manera lineal con el estímulo.

Por si fuera poco, hay otras cuestiones que complican todavía más la percepción del dolor físico, como el hecho de que, aunque éste es una ventaja evolutiva, existen casos, como el de las personas que sufren dolor crónico, donde no aparece solamente como una función protectora, sino también como resultado de un daño o malfuncionamiento del sistema nervioso. Incluso se sabe ahora que puede haber dolor sin un estímulo dañino que lo provoque —el llamado dolor psicogénico—, y que la forma en que una persona responde a él depende de lo que es apropiado o posible para cada quien en cada situación. Todo esto convierte al dolor en una experiencia sumamente subjetiva, lo que dificulta tanto su estudio como su tratamiento. Como pueden ver el asunto del dolor es bastante complejo.

Después de saber esto ya no resulta tan inverosímil, o incluso sorprendente, que las creencias religiosas puedan tener un efecto en la percepción del dolor.

No son solo dimes y diretes

Sin embargo, probablemente los más escépticos todavía nos estamos preguntando si debemos creerle a lo que un grupo de católicos dice. ¿Cómo saber que no hacían trampa para hacer que los científicos creyeran en el poder de la religión? Bueno, pues en principio a ninguno de los participantes se les explicó el objetivo del estudio, pero como en la ciencia nada es suficiente —o al menos no debería serlo—, también se midió el efecto de las pinturas en el procesamiento neuronal del dolor con Imagen por Resonancia Magnética funcional (o fMRI, por sus siglas en inglés), una técnica que sirve para medir y mapear la actividad cerebral.

La MRI funciona explotando el hecho de que los núcleos de los átomos de hidrógeno se comportan como pequeños imanes: cuando se les aplica un campo magnético generan una señal de radiofrecuencia que depende del tejido al que pertenecen, y las diferentes señales son convertidas en imágenes (ver figura 2). Pero, ¿cómo es que dichas señales nos hacen ver qué partes del cerebro están activas? Bueno, en realidad la fMRI no detecta directamente la actividad neuronal, sino el incremento en el flujo sanguíneo. Las neuronas requieren oxígeno para trabajar, el cual es transportado desde los pulmones por la sangre, y la fMRI puede distinguir la sangre rica en oxígeno porque ésta posee propiedades electromagnéticas diferentes a las de la sangre pobre en oxígeno. Esto se debe a la combinación entre el hierro de la hemoglobina y el oxígeno, de manera que cuando la sangre está más oxigenada la señal es más fuerte (ver figura 2).

La fMRI reveló que la corteza prefrontal ventrolateral (VLPFC, por sus siglas en inglés) derecha se activaba cuando el grupo religioso miraba la pintura religiosa, pero no con la pintura no religiosa ni en el grupo de ateos con ninguna de las pinturas. La corteza prefrontal es la que recibe la información sensorial de todos los sentidos, pero en específico, la VLPFC derecha está involucrada en la regulación de las emociones y conduce los circuitos que sirven para inhibir del dolor; por lo tanto, tiene un gran papel en la modulación de éste. Entonces, podría decirse que al menos algunos creyentes religiosos son capaces de aminorar la intensidad percibida del estímulo doloroso cuando se les presenta una imagen religiosa, al iniciar un proceso en la VLPFC derecha, pues en la condición en la que ésta se activa es en la que se observa una reducción del dolor.

Aunque estos resultados, con un tamaño de muestra tan pequeño, deben ser interpretados con cuidado, este estudio despierta muchas preguntas interesantes, como, por ejemplo, si los sistemas de regulación emocional y de control del dolor están superpuestos.

¿Distraído o reevaluando?

Ahora que ya sabemos no solamente que es posible, sino que hay evidencia tangible que lo respalda, podemos intentar responder cómo es que el grupo religioso pasó de ver unas imágenes a interpretar el estímulo doloroso como menos intenso.

Los investigadores creen que ver a la Virgen María permitió al grupo de católicos reevaluar la experiencia negativa del dolor. La reevaluación es un proceso de reinterpretación del significado de un estímulo que lleva a un cambio subjetivo en la respuesta emocional de la persona. Algo así como un caso del poder de la mente sobre el cuerpo. De hecho, los participantes religiosos reportaron haber permanecido en un estado de calma meditativa acompañado de pensamientos y sentimientos de contenido religioso cuando se les presentaba la pintura religiosa: Me sentí calmado y tranquilo, Sentí que me estaban cuidando, Sentí compasión y apoyo, Me sentí seguro. En cambio, ambos grupos describieron la experiencia de la pintura no religiosa con términos estéticos; por ejemplo, en el grupo religioso dijeron: Me gustó la pintura y me pareció interesante, Me gustaron las características de la cara, y en el no religioso: Su boca parecía petulante, Se veía atractiva.

Y aunque aún falta saber si los católicos reevaluaban la experiencia dolorosa o simplemente suprimían la respuesta emocional al ver la pintura religiosa, el proceso cognitivo de la revaloración es tan efectivo que incluso existe algo en la psicología llamado Terapia Cognitiva del Comportamiento (TCC). Este tratamiento fue desarrollado por el Doctor estadounidense Aaron Beck en los años 50 y usa, junto con las otras terapias tradicionales, la reinterpretación del significado de un evento a través de la búsqueda de pensamientos automáticos y creencias centrales sobre el mundo para tratar personas con diversos desordenes: desde ansiedad y depresión hasta esquizofrenia, bipolaridad, fibromialgia y dolor crónico.

Por otro lado, sin excluir la hipótesis de la revaloración, se ha mostrado que la presentación de imágenes placenteras durante la aplicación de un estímulo doloroso aumenta el umbral de dolor y ayuda a los individuos a tolerarlo mucho más. Entonces se podría argumentar que las pinturas simplemente distrajeron a los participantes del estímulo doloroso, y que el efecto de la distracción es más fuerte cuando la imagen es más atrayente para el individuo, manteniendo el dolor fuera de la mente. Incluso existen estudios neurofisiológicos que muestran que la atención al dolor puede modular la activación de varias partes del cerebro dedicadas a procesos nociceptivos.

Placebo y nocebo

La reevaluación y la distracción no son las únicas formas cognitivas de modulación el dolor que se han demostrado, también hay otros procesos cognitivos de mayor nivel, como la analgesia inducida por placebos, el desapego emocional o el sentir que se tiene control sobre él. Todos ellos inducen una reducción del dolor al generar expectativas, dar interpretaciones alternativas o cambiar el dictamen del dolor, y no solo eso, también activan la VLPFC (corteza prefrontal ventrolateral) derecha:

Por ejemplo, durante el bastante conocido efecto placebo, en el que las personas dejan de sentir dolor por el solo hecho de asumir que les han suministrado un medicamento para aliviarlas, esta zona se activa incluso antes de tomarlo. Esto indica que la sola anticipación de la liberación del dolor dispara los mecanismos que reducen la amenaza percibida. Incluso podría decirse que, al igual que con las imágenes religiosas, el efecto placebo involucra la atención, la antelación y la reevaluación como mecanismos básicos para modular el dolor. Esto sucede porque los placebos hacen que el dolor se experimente como algo más controlable y menos amenazador. A tal grado llega, que se ha visto que las píldoras de placebo rojas tienen una mayor probabilidad de actuar como estimulantes, comparadas con las píldoras de placebo azules, simplemente porque el color rojo usualmente tiene el significado implícito de caliente o peligro. Así, el placebo induce expectativas particulares dependiendo de su apariencia incluso antes del efecto que se supone que tendrá.

Es probable que los pacientes no solo tengan expectativas sobre los placebos y un deseo de aliviarse, sino que también experimenten menos emociones negativas —como ansiedad— en comparación con situaciones en las que el dolor no es tratado, y que esto también contribuya al efecto. Se sabe que el humor y las emociones son factores muy importantes en la precepción del dolor. ¿Quién no recuerda el dolor de cabeza que se detiene mágicamente en el instante en que la visita que llevábamos esperando por horas aparece en nuestra puerta?

Sin embargo, la influencia de las emociones puede ser una espada de dos filos. Se ha visto que la ansiedad y la anticipación al dolor pueden exacerbar su percepción —el llamado efecto nocebo—, de la misma manera en la que un estímulo doloroso puede percibirse con menor intensidad cuando se anticipa que será menor. También se ha especulado que la depresión afecta el dolor; por ejemplo, es dos veces más probable que alguien deprimido y libre de dolor desarrolle dolor crónico que una persona no deprimida y sin dolor. Otro factor que influye en el dolor es que la persona misma catastrofice, es decir, que exagere el dolor que siente cuando se queja de él y sea muy pesimista en cuanto a su alivio.

Incluso la personalidad tiene un papel en el dolor resultante. Aunque éste es comúnmente percibido como amenazador, debido a su carácter de advertencia, el grado de amenaza depende de la creencia de los individuos en sus propios recursos para lidiar con él. Si se cree que éstos son suficientes, el dolor puede, al menos hasta cierto punto, ser percibido como controlable.

Finalmente, no podemos ignorar la posibilidad de que nuestros genes influyan tanto en la manera en que se procesan los estímulos nociceptivos como en la forma en que el cerebro reacciona a éstos. Igualmente, no podemos excluir el papel central que tienen nuestras experiencias de vida en ambos procesos. Se sabe que hay individuos más sensibles al dolor y otros más tolerantes; la pregunta aquí es si esas diferencias se deben a la genética o a las vivencias de las personas, una cuestión muy compleja de contestar, pues ambos son factores muy difíciles de separar y controlar en los humanos.

La punta del iceberg

Hasta ahora, es mínima la evidencia científica que indica cómo es que las creencias religiosas y su práctica pueden influir en la percepción del dolor. Esto debido a que entender cómo es que influencias conductuales complejas —como la ansiedad, la depresión, las creencias y la cognición— cambian la experiencia del dolor en animales es muy difícil y depende básicamente de estudios en humanos, en donde muchos factores, tales como genéticos o emocionales, no pueden ser controlados.

Aunque existe evidencia anecdótica de que los procesos cognitivos pueden modificar drásticamente la percepción del dolor, el efecto modulante es generalmente mucho más limitado y difiere considerablemente entre personas.

Por otro lado, se necesita hacer mayor énfasis en entender la manera en la que se integran en el cerebro los diferentes factores que afectan la experiencia del dolor, tanto espacial como temporalmente, para poder modelar este proceso tan complejo y entender a qué nivel del procesamiento neuronal del dolor tienen lugar las modulaciones cognitivas, y cómo es que éstas interactúan en salud y en enfermedad. Para los curiosos… Más del caso de Alexia.


RELACIONADOS

«El efecto placebo de la religión»