Desvelando el tabú del sexo
El responsable de todas estas perversiones sexuales es la religión. Jesús, es considerado el Hijo de Dios porque nació sin necesidad alguna de sexo.
ANTHONY DE MELLO
Perversiones sexuales
¿Alguna vez has estado en el baño de una escuela? ¿No te has preguntado por qué las paredes están llenas de dibujos sexuales y frases obscenas? ¿Te has preguntado alguna vez porqué en nuestra sociedad hay tantas personas promiscuas y adictas a la pornografía? El principal responsable de todas estas perversiones sexuales es la religión. Desde que inventaron el pecado original, nos han hecho creer que todo el que ha nacido producto de la unión sexual entre un hombre y una mujer es un pecador por naturaleza. Jesús, es considerado el Hijo de Dios porque supuestamente nació sin necesidad alguna de sexo, eso lo diferencia del resto de la humanidad --según la iglesia-- nacida del pecado.
EL PECADO ORIGINAL
¿Por qué la religión aborrece al sexo? Detrás de esto hay un odio y un rechazo a nuestro propio cuerpo, considerando La carne como un objeto de pecado. El odio hacía nuestro propio cuerpo se proyecta luego en odio a los demás, sumando los millones de personas reprimidas que hay en el mundo, podemos entender el origen de muchas de las guerras y conflictos violentos que ha habido en la historia.
La razón por la cual digo que la religión es la causante de las perversiones sexuales, es porque el niño que es azotado por tocarse sus genitales o regañado por ver a su hermanita pequeña mientras le cambian los pañales, crecerá con un sentido de culpabilidad hacía la sexualidad. Esa culpa, esa prohibición a mirar y a tocar, reprimirán su deseo sexual en el inconsciente para más tarde despertar como una adicción a la pornografía, al voyerismo o a cualquier otra parafilia.
La religión es la causante de los problemas relacionados con el sexo –incluyendo la frigidez y la impotencia- porque con la catequesis del pecado frente a nuestro propio cuerpo nos enseñan a rechazarnos a nosotros mismos. Los grupos indígenas donde los misioneros no han podido llegar, tienen una actitud natural hacía el sexo y nunca se escucha hablar de violaciones o abuso sexual. Pero en la medida en que la religión ha permeado a los indígenas americanos, los ha pervertido al relacionar el sexo con pecado y fastidio.
Algunos moralistas pueden pensar que estoy promoviendo la promiscuidad y el libertinaje sexual. Todo lo contrario, la promiscuidad y el libertinaje son el resultado de la represión, ya que –como si se tratara de una olla a presión con la válvula obstruida—la energía sexual reprimida busca salida de la forma más violenta y caótica.
Un niño que crezca en una familia donde tocarse los órganos sexuales no sea motivo de escándalo por parte de sus padres y donde no haya pecado en ver la vagina de la hermana pequeña, será una persona sana, que no necesitará de la pornografía y no será presa de las perversiones sexuales que se observan en el reprimido. Un niño al cual sus padres le respondan con naturalidad a una pregunta sobre el sexo, será más sano que un niño que vea a sus padres sonrojarse o hablar en voz baja de sexo como si se tratara de un gran crimen. Es el misterio y el secreto lo que hace al sexo más atractivo y lo que genera muchos de los comportamientos compulsivos frente a este.
Las estadísticas dicen que en Colombia, después de que la educación sexual se enseñó en los colegios, el número de embarazos en adolescentes pasó del 14% al 17%. El problema no está en la educación sexual como tal, lo que nunca pudo preverse es la forma en que reaccionarían estos jóvenes que habían crecido en hogares donde los padres evitaban hablar de sexo y donde la religión los había educado para reprimir sus deseos. Estos jóvenes eran una olla a presión que aprovechó la educación sexual como una válvula de escape para darse permiso de experimentar con sus deseos reprimidos. Pero eso no pasaría si nuestros niños recibieran una educación adecuada por parte de sus padres.
Los ritmos musicales sensuales que vemos hoy en día como el reggaetón y otros similares, son una forma mediante la cual los jóvenes expresan sus deseos sexuales inconscientes. Si no hubiera represión, los bailes de sexo explícito no serían necesarios. Esto lo evidenciamos porque en las culturas precolombinas donde la sexualidad es vista como algo natural, no se han encontrado este tipo de bailes que incluyen roce de genitales y expresión sexual directa.
La mayoría de las personas espirituales odian el sexo porque fueron reprimidos en su infancia. Muchos adoran a grandes maestros que fueron capaces de controlar su sexualidad. ¿Pero es que acaso el sexo entre un hombre y una mujeres que se aman sinceramente puede contener pecado? El pecado está en nuestra mente, no en el sexo. Conozco a muchos buscadores espirituales frustrados y neuróticos porque tienen el ideal del celibato, pero de cuando en cuando son presas de sus instintos sexuales y caen. La cantidad de culpa y desdicha que esto genera en ellos es enorme. Muchos creen que la lujuria o el deseo sexual desenfrenado es producto de los demonios o espíritus inmundos que los atormentan. Lo que no saben es que es su actitud de culpa, prohibición y pecado frente al sexo, lo que potencia el deseo sexual el cual emerge con la misma fuerza con la que ha sido reprimida.
Uno de los errores es considerar el sexo como algo más sagrado que otras actividades. Al considerarlo sagrado, estamos aumentando el tabú, el misterio y el mito alrededor de este, lo cual genera mayor curiosidad y culpa. Es más sano considerar al sexo como algo natural. Ahora, si consideramos al sexo sagrado, al igual que es sagrado comer, bañarse, caminar o respirar, entonces sí estoy de acuerdo con ello. Porque desde ese punto de vista Dios es todo y todo es sagrado. El problema está en considerar que ciertas actividades son más sagradas que otras, en ese momento se genera en la mente el tabú de lo prohibido y lo oculto.
Por otro lado, muchas de las personas que son adictas al sexo o promiscuas, sin saberlo, lo son como una forma inconsciente de rebelarse contra la educación moralista y llena de prohibiciones que recibieron desde niños. Ambos extremos: el odio al sexo y el libertinaje sexual, son formas diferentes de reaccionar a la represión. Ambos sufren porque no pueden encontrar en el sexo la plenitud y felicidad natural. La persona promiscua, que tiene sexo sin amor, vive en la búsqueda de algo que llene su vacío interior, que no es otra cosa que la sensación de sentirse vacío, incompleto, separado de Dios. Por ello al Despertar y saber que la sensación de vacío y separación es una mentira, el sexo sin amor va perdiendo su magia y empezamos a buscar relaciones más íntimas y profundas donde el sexo no es el eje de la relación sino una parte tan importante como conversar con la pareja, cocinar o salir a caminar juntos.
El sexo no debería ser tan importante para las personas como lo es. Pero es la religión la que, al mostrarlo como algo oculto, pecaminoso y sucio, ha sembrado en el hombre y en la mujer una curiosidad innecesaria. Esto, sumado al sentimiento de culpa por experimentar con la sexualidad, hace que esta se convierta en la cosa más importante en la vida de muchas personas.
Para aquellos que han desarrollado adicción compulsiva por el sexo, la mejor forma de superarla es empezando por reconocer que este es algo natural, quitando así los tabúes y el morbo obsceno que se teje alrededor de este. Otro aspecto importante es tomar consciencia de esos deseos desenfrenados cuando aparezcan. Aquí no me refiero al deseo sexual normal, sino a las parafilias o perversiones que han sido creadas como producto de la represión. Cuando estas aparezcan podemos observarlas sin juzgarlas, sentir en qué parte del cuerpo se manifiestan, tomar consciencia de ellas como algo que está ahí, sin calificarlo como malo o bueno, simplemente está ahí. Al hacer esto, sabiendo que somos el Observador externo de aquella película, veremos cómo el deseo distorsionado desaparece, pierde su poder y su control sobre nuestra vida.
El famoso antropólogo Bronisław Malinowski cuenta que no existía homosexualismo entre los trobilandeses hasta que los misioneros moralistas, escandalizados, separaron a los niños y a las niñas en dormitorios diferentes. También se observó que en ese grupo étnico no se presentaban casos de violaciones o delitos sexuales, esto ocurría al no haber represión alguna. Pero en nuestra sociedad actual donde el sexo es asociado con culpa y pecado, los delitos sexuales son el pan de cada día. No podemos cambiar a la sociedad, pero si podemos cambiar nosotros y salvar a nuestro hijos de la neurosis adulta.
Como puede ver el lector, responsabilizo a la religión de todos los problemas relacionados con la sexualidad. Repruebo la religión más no la espiritualidad. En mi concepto la espiritualidad es una relación natural con la vida como la que enseñaron Jesús, Buda, krishna y muchos otros. En cambio la religión es un sistema de creencias creado por la mente para controlar la mente de los demás. Muchos asocian la palabra religión con re-ligare (unir de nuevo), pero en realidad no hay nada que la religión necesite unir porque ningún hombre y ninguna mujer han estado nunca separados de Dios. La separación es solo un pensamiento creado por la mente.
El efecto de la religión sobre los pueblos
A pesar de lo que les puedan decir los sabios, los sacerdotes y los teólogos, en el mundo hay personas que no tienen peleas, ni celos, ni conflictos, ni guerras, ni enemistades. ¡Ninguna de esas cosas! En mi país (India) existen, o, me da tristeza decirlo, existieron hasta hace poco. Yo tenía amigos jesuitas que vivían y trabajaban con personas que según me decían eran incapaces de robar o mentir. Una hermana me dijo que cuando ella fue al noreste de la india a trabajar con algunas tribus, la gente no cerraba, o guardaba nada con llave. Nunca se robaban nada y nunca decían mentiras - hasta que llegaron el gobierno y los misioneros.
En la India, conozco a un misionero muy conservador, un jesuita, quien asistió a uno de mis talleres. Mientras yo desarrollaba este tema durante dos días, él sufría. La segunda noche vino a buscarme y me dijo:
- Tony, no puedo explicarte cuanto sufro cuando te escucho.
- ¿Por qué, Stan? - le pregunté
Me contestó:
- Tú estás reviviendo una pregunta que he reprimido durante veinticinco años, una horrible pregunta. Una y otra vez me he preguntado: ¿Habré corrompido a mi gente convirtiéndola al cristianismo? Este jesuita no era uno de esos progresistas, era ortodoxo. Devoto, piadoso, conservador. Pero sentía que corrompía a una gente feliz, amable, sencilla, sin malicia, convirtiéndola al cristianismo.