La iluminación espiritual

El valor del trabajo

Cuento zen # 472

Cuento zen sobre el valor del trabajo.

Érase una vez un hombre muy sabio que, al llegar a la vejez, acumulaba más riquezas de las que te puedas imaginar.

Había trabajado mucho, muchísimo durante toda su vida, pero el esfuerzo había merecido la pena porque ahora a pesar de derrochar su dinero llevaba una existencia placentera y feliz.

Pero sucedió que un día su mejor amigo decidió reunirse con él a solas para decirle claramente lo que pensaba. Mientras tomaban una taza de té, le confesó:

Yo te quiero mucho y agradezco todos lo bueno que haces por mí, pero últimamente estoy muy preocupado por ti.

El anciano se sorprendió.

¿Preocupado? ¿Preocupado por mí? ¿A qué te refieres?

Verás… Llevo años viendo cómo derrochas dinero sin medida y creo que te estás equivocando. Sé que eres millonario y muy generoso, pero la riqueza se acaba. Recuerda que tienes tres hijos, y que si te gastas todo en banquetes y regalos, a ellos no les quedará nada.

El viejo, que sabía mucho de la vida, le dedicó una sonrisa y pausadamente le dijo:

Querido amigo, gracias por preocuparte, pero voy a confesarte una cosa: en realidad, lo hago por hacer un favor a mis hijos.

El amigo se quedó sorprendido. ¡No entendía qué quería decir con eso!

¿Un favor? ¿A tus hijos?

Sí, amigo, un favor. Si yo les dejara en herencia toda mi riqueza, ya no se esforzarían ni tendrían ilusión por trabajar. Estoy convencido de que la malgastarían en caprichos ¡y yo no quiero eso! Mi deseo es que consigan las cosas por sí mismos y valoren lo mucho que cuesta ganar el dinero. No, no quiero que se conviertan en unos vagos y destrocen sus vidas.

El amigo meditó sobre esta explicación y entendió que el anciano había tomado una decisión muy sensata.

Sabias palabras… Ahora lo entiendo. Algún día, tus hijos te lo agradecerán.

MORALEJA

Aprender a trabajar debería ser importante, una alegría en sí misma. Deberías trabajar por esfuerzo propio, porque te gusta lucharla; porque amas el trabajo.

Trabaja para valerte por ti mismo. No esperes que te lo den todo. Si viene, tómalo con soltura; si no viene, no pienses en ello. Tu realización debería estar en el trabajo mismo. Y si todo el mundo aprendiera este simple arte de amar su trabajo, sea el que sea, disfrutándolo sin esperar herencias, tendríamos un mundo más hermoso y festivo.

Aprende una cosa básica: haz lo que quieras hacer, lo que te encante hacer y nunca pidas que te lo den. Eso es mendigar. ¿Por qué debería uno pedir cosas?

La cuestión reside en tus propios sentimientos íntimos; no tiene nada que ver con el mundo externo. ¿Por qué depender de los demás? Todas estas cosas dependen de los demás; tú mismo te estás haciendo dependiente.

De esta forma te conviertes en un individuo. Y ser un individuo viviendo en completa libertad, asentado en tus propios pies, bebiendo de tus propias fuentes, es lo que hace que un hombre esté realmente centrado, enraizado. Este es el principio del florecimiento del ser.

Cualquier hombre que tenga un sentido de su propia individualidad vive por su propio amor, de su propio trabajo, sin que le importe en absoluto lo que le den los demás. Cuanto más valioso sea tu trabajo, menos probable será que desees algo de los demás.