La iluminación espiritual

Jesús y el caballo

JESÚS AMA LOS ANIMALES

Jesús reprende la crueldad para con un caballo.

El hombre egoísta, egocéntrico, domina y tortura a los animales.

Aconteció que el Señor salió de la ciudad, e iba por la montaña con Sus discípulos. Y llegaron a un monte de caminos muy escarpados. Allí encontraron a un hombre con un animal de carga.

El caballo se había desplomado a causa de la sobrecarga, y el hombre lo golpeaba hasta hacerle sangrar. Y Jesús se le acercó y dijo: tú, hijo de la crueldad, ¿por qué golpeas a tu animal? ¿No ves acaso que es demasiado débil para su carga, y no sabes que sufre?

Pero el hombre respondió: ¿qué tienes que ver Tú con esto? Puedo golpear a mi animal cuanto me plazca; pues me pertenece y lo compré por una buena suma de dinero. Pregunta a los que están contigo, pues son de mi vecindario y lo saben.

Y algunos de los discípulos respondieron diciendo: sí, Señor, es tal como dice; estábamos presentes mientras compraba el caballo. Y el Señor respondió: ¿no veis acaso cómo sangra y no oís cómo gime y se lamenta? Pero ellos respondieron diciendo: ¡no, Señor, no oímos que gima y se lamente!

Yo, Cristo, explico, rectifico y profundizo la palabra:

Aun cuando el hombre haya adquirido un animal, no es propiedad suya. Tal como el cuerpo espiritual, el alma en el hombre, pertenece al eterno SER, porque el Eterno ha creado el cuerpo espiritual y los seres espirituales viven en el eterno SER a través del Eterno, así los animales también fueron creados por el Espíritu creador eterno y pertenecen a la vida que es y que perdura eternamente -a Dios.

Todo el infinito es amor sirviente, vida sirviente; y también el hombre ha sido llamado por Mí, Cristo, para servir a su prójimo de modo desinteresado. Forma parte de ello, además, el prójimo animal, es decir, los animales, pues también los animales están provistos con los dones del servicio desinteresado y sirven con agrado y complacientes al hombre que los ama.

Si el hombre no ama desinteresadamente a su prójimo, o sea a sus semejantes, tampoco les servirá desinteresadamente. Transferirá igualmente su egoísmo a los mundos animal, vegetal y mineral.

El animal no puede hablar. Calladamente sufre y soporta, y apenas puede comunicar su dolor y su sufrimiento. Solo percibe el dolor y la pena que el animal padece, el que ama desinteresadamente a hombres, animales, plantas y piedras.

El hombre egocéntrico, el hombre dominador, espera que sus semejantes le sirvan. También exige del animal que le sirva por encima de sus posibilidades y fuerzas. El mismo manda -en vez de servir-. Por eso ocasiona torturas indecibles a hombres y animales. Si el hombre hace a sus semejantes dependientes de él -en cierto modo esclavos-, también subyugará a los animales. Quien ya no escuche a su conciencia, se volverá duro de corazón para con hombres y animales. Verá solo sus propios asuntos, su propio provecho. Se dará mucha importancia y así olvidará que su prójimo y su prójimo animal -es decir, los animales- han de sufrir bajo su dominio egocéntrico. Tampoco sentirá ya lo que su prójimo y el animal necesitan. Cuando los sentidos del hombre se han embrutecido, todo el hombre tiene poca sensibilidad; pero de modo tanto más susceptible reacciona, cuando se llama la atención a su propio yo y se pone en duda su proceder.

Comprended: quien solo está con este mundo, se fija solo en su pequeño, limitado mundo del yo. Con ello se vuelve insensible para con la ley de la vida, llegando a estar espiritualmente muerto. Los espiritualmente muertos son mudos y sordos para con la verdadera vida. Mientras según las leyes de la encarnación aún sea posible, volverán a nacer en la materia para, en el discurrir de su destino, experimentar y vivir que su prójimo, que junto a él está, e igualmente el animal, sienten y sufren -puesto que todos tienen la vida que viene de Dios.

Bienaventurados aquellos que comprendan que su existencia futura puede implicar tormento o libertad, porque el hombre cosecha lo que siembra.

Está próximo el tiempo en que las almas muy cargadas ya no podrán ir a lo temporal, porque la luz habitará en la Tierra. Las sombras del yo humano ya no podrán dominar el mundo, porque la voluntad de Dios se vivirá y se hará visible.

Quien haya consagrado su vida a Dios, se habrá vuelto desinteresado. Su vida, a partir de entonces, estará al servicio desinteresado del prójimo. El hombre que esté en el espíritu del Señor ya no hablará del tuyo y mío. Vivirá en la plenitud de Dios de eternidad a eternidad -en lo que Dios le ha dado en herencia: todo lo que es, la eternidad.

Por tanto, quien vive verdaderamente, ve lo que los espiritualmente muertos no ven -oye lo que los espiritualmente muertos no pueden oír: la vida que fluye de hombres, animales, plantas y piedras, de todo el infinito-; pues quien vive en Mí, es uno con todos los hombres, seres, animales, plantas, piedras y con todo el infinito; él entiende el lenguaje del amor.