La iluminación espiritual

Intolerantes exaltados y librepensadores

FANATISMOS AL LÍMITE

El fanatismo está al orden del día, y sus muertos no cesan.
Unos se auto inmolan, otros buscan periodistas, como ha sucedido en París.
Pero, ¿cuál es la verdadera dimensión del fanatismo?

Exaltado e intolerante son los calificativos con que el diccionario María Moliner define a una persona fanática. ¿Quiénes son exaltados o intolerantes? Los que ponen bombas, lo son; los que asesinan periodistas o policías, lo son en grado extremo, qué duda cabe, pero ¿hay más? Trataremos de hablar de todos ellos, pero vaya por delante que estamos hablando ante todo de estados de conciencia, de enfermedades del alma, y de ignorancia sobre el sentido de la vida y la muerte que tiene su origen en las religiones, moderadas o no, y, en casos extremos, en un anclaje profundo en el egocentrismo, la auto importancia y el deseo de poder sobre la vida y la muerte de otros.

Exaltados e intolerantes tienen algo en común y fatal para una convivencia: son agresivos, están ciegos y no oyen. Hallarse ante un fanático puede significar un conflicto antes o después si uno muestra no estar de acuerdo con sus puntos de vista, lo cual es fácil que suceda cuando el interlocutor es pacífico y sus sentidos no están adulterados por la ofuscación.

Ahora bien: hay conflictos y conflictos, lo mismo que hay fanáticos y fanáticos, lo que indica que unos crean más o menos conflictos, más o menos graves, y existen fanáticos menos agresivos o más contenidos que otros, pero la raíz de todos ellos es inalterable: intolerancia, ceguera y sordera a la voz disidente, aunque esa voz disidente sea la de una nación entera contra su sordiciego gobierno, o la de millones de fieles contra las decisiones de sus pastores.

En nuestros días se habla mucho de conflictos armados, terrorismo, islamismo radical, crisis, desempleo, corrupción, burbujas financieras, migraciones masivas y deportaciones. Se ven a diario manifestaciones masivas contra gobiernos injustos y sordos que contestan con la agresión policial. Uno se pregunta: ¿tendrán todas estas calamidades algo que ver? A primera vista no parece que un islamista radical, por ejemplo, tenga mucho o nada que ver con un especulador financiero, un político neoliberal o un general que invade Iraq, sin embargo, nos engañaríamos si creyéramos esto, porque sí: sí tienen mucho que ver, porque todos estos fenómenos están estrechamente ligados al fanatismo.

Y es que hay muchos tipos de fanatismo. El religioso produce cruzadas y guerras llamadas santas; el económico, es neoliberalismo; el político es fascismo; Y todos matan. Así que cuando vemos manifestarse contra los atentados islamistas de París a jefes de Estado que dirigen políticas neoliberales, y a la vez, escuchamos la voz de la iglesia y de los judíos condenando el fanatismo, estamos presenciando un colosal monumento al cinismo. ¿A quién en su sano juicio no le parece surrealista que un jefe de gobierno como el español autor de la llamada ley mordaza, que persigue a sindicalistas y multa a quien se manifiesta, haga declaraciones hipócritas en París a favor de la libertad de expresión? ¿Cómo puede comprenderse, si no es una broma macabra, que un presidente de los EEUU, responsable último de las bombas que matan a diario a niños en Oriente, clame contra el yihaidismo, sabiendo lo que sabemos sobre cómo se las gasta el Pentágono o sobre los presos de Guantánamo? O ¿alguien puede entender que un jefe de gobierno de Israel se manifieste por las libertades y el derecho a la vida y a la libertad sabiendo cómo trata a los palestinos? ¿ y qué decir del propio presidente francés, cuya política neoliberal ha hecho aumentar el número de suicidios paralelamente a los despidos laborales en su país?

Si hablamos de islamistas radicales y de su llamada guerra santa, y somos pacifistas, seremos consecuentes al rechazar los atentados terroristas. Si hablamos de la intolerancia religiosa católica seremos consecuentes al rechazarla si somos personas informadas, con espíritu crítico y libre pensar. Si hablamos de neoliberalismo y sus terribles secuelas haremos bien en rechazar el neoliberalismo y en no tomar en serio lo que digan sus representantes. Y si, al fin, somos personas con un mínimo de conciencia social y más aún si a ella le sumamos la conciencia espiritual que dice: Todos somos iguales y hermanos, y proclamamos que lo que no quieras para ti no lo quieras para nadie, nos declararemos enemigos de todo fanatismo y nos esforzaremos en vivir diariamente según esos principios. Lo demás, en política, es como siempre: teatro y nada más que teatro. La verdad está en dos lugares distintos: en la conciencia personal y entre bastidores.