La iluminación espiritual

Entender a Jesús el Cristo

POR: ANTHONY DE MELLO

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ENSEÑANZAS DE CRISTO

Una mirada a sus enseñanzas bajo la luz de Anthony de Mello.

Nada nos parece más atractivo que escuchar a un espíritu libre como el de Anthony de Mello, desprendido de los mandatos de las Instituciones y que dedicara su vida solo a colaborar en el despertar del ser humano como tal, independiente de su contexto social, religioso, económico o político.

Los libros escritos por el padre Anthony de Mello fueron escritos en un contexto multirreligioso para ayudar a los seguidores de otras religiones, agnósticos y ateos en su búsqueda espiritual, y el autor no pretendió que fueran un manual de instrucciones sobre la fe católica en la doctrina y dogmas cristianos.

Veamos la claridad que tenia Anthony de Mello para entender a Jesús el Cristo...

LA VIRTUD

Cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha. Mt 6.3

Ocurre con la caridad lo mismo que con la felicidad y la santidad: no puedes decir que eres feliz, porque dejarás de serlo en el momento en que seas consciente de tu felicidad. Lo que tú llamas experiencia de la felicidad no es tal, sino la emoción y el estremecimiento causados por una persona, una cosa o un acontecimiento. La verdadera felicidad es in-causada. Eres feliz sin razón alguna. Y la verdadera felicidad no puede ser experimentada. No pertenece al ámbito de la conciencia, sino al de la espontaneidad.

Lo mismo puede decirse de la santidad. En el momento en que seas consciente de tu santidad, ésta se degradará y se convertirá en santurronería. Una buena acción nunca es tan buena como cuando no tienes conciencia de que lo sea, cuando estás tan enamorado de la acción que no eres consciente de su bondad y su virtud; cuando tu mano izquierda no tiene ni idea de que tu mano derecha esté haciendo algo bueno o meritorio; cuando, simplemente, lo haces porque te parece lo más natural y espontáneo del mundo. Emplea algún tiempo en tomar conciencia de que toda la virtud que puedas observar en ti no es virtud en absoluto, sino algo que has cultivado, producido y hecho madurar en ti de manera artificial. Si fuera auténtica virtud, la habrías tenido siempre y plenamente, y te resultaría tan natural que ni siquiera se te ocurriría pensar en ella como en una virtud. De manera que la primera cualidad de la santidad es su carácter espontáneo.

La segunda cualidad es su facilidad, o no necesidad de realizar esfuerzo alguno. El esfuerzo puede modificar el comportamiento, pero no puede modificarte a ti. Fíjate bien: el esfuerzo puede acercar el alimento a tu boca, pero no puede producir el apetito; puede hacer que te quedes en la cama, pero no puede producir el sueño; puede hacerte revelar un secreto a otra persona, pero no puede producir la confianza; puede obligarte a hacer un cumplido, pero no puede producir la verdadera admiración; puede realizar actos de servicio, pero no puede producir el amor o la santidad. Lo más que puedes conseguir a base de esfuerzo es represión no verdadero cambio y crecimiento. El cambio es fruto únicamente del conocimiento y la comprensión. Comprende tu infelicidad. y ésta desaparecerá y dará paso al estado de felicidad. Comprende tu orgullo, y éste se vendrá abajo y se transformará en humildad. Comprende tus temores, y éstos se disolverán, y el estado resultante será el amor. Comprende tus apegos, y éstos se desvanecerán, y la consecuencia será la libertad. El amor, la libertad y la felicidad no son cosas que tú puedas cultivar y producir. Ni siquiera puedes saber en qué consisten. Lo más que puedes hacer es observar sus contrarios y, mediante la observación, hacer que éstos desaparezcan.

Hay una tercera cualidad de la santidad: no puede ser deseada. Si deseas la felicidad, estarás ansioso por obtenerla y te sentirás constantemente insatisfecho; y la insatisfacción y la ansiedad matan la misma felicidad que pretendes conseguir. Si deseas para ti la santidad, estarás alimentando la misma ansia y ambición que te hacen ser tan egoísta, tan engreído y tan impío.

Hay algo que debes comprender: existen dentro de ti dos distintos motores para el cambio. Uno de ellos es la astucia de tu propio ego, que te incita a hacer esfuerzos para ser distinto de lo que se supone que debes ser, de modo que dicho ego pueda reforzarse y auto ensalzarse. El otro motor es la sabiduría de la naturaleza, gracias a la cual te haces consciente y capaz de comprender. Eso es todo cuanto tú haces: dejar el cambio -el tipo, la modalidad concreta, la velocidad y la oportunidad del cambio- en manos de la realidad y de la naturaleza. El ego es un estupendo técnico. Eso sí, no es creativo. Lo que hace es coleccionar métodos y técnicas y producir personas supuestamente santas: personas rígidas, consecuentes, mecánicas y faltas de vida, tan intolerantes para con los demás como para consigo mismas; personas violentas, que son lo más opuesto que pueda imaginarse a la santidad y al amor; esa clase de personas espirituales que, conscientes de su espiritualidad, son capaces de crucificar al Mesías.

La naturaleza, en cambio, no es técnica, sino creativa. Dejarás de ser un astuto técnico y pasarás a ser creador el día en que domine en ti el verdadero abandono, es decir, la ausencia de codicia ambición, de ansiedad y de obsesión por el esfuerzo, la ganancia, el triunfo y el éxito. El día en que no tengas más que una profunda, viva, penetrante y vigilante conciencia que haga desparecer de ti toda necedad y egoísmo, todos tus apegos y tus miedos. Los cambios que resulten no serán producto de tus proyectos y esfuerzos, sino fruto de la naturaleza, que desdeña tus planes y tu voluntad y que, consiguientemente, no da cabida a sentido alguno del mérito o del esfuerzo, ni siquiera al conocimiento por parte de tu mano izquierda de lo que la realidad está haciendo por medio de tu mano derecha.

EL EQUILIBRIO

Sed prudentes como serpientes y sencillos como palomas. Mt 10.16

Observa la sabiduría que se manifiesta en las palomas, en las flores, en los árboles y en toda la naturaleza. Es la misma sabiduría que hace por nosotros lo que nuestro cerebro es incapaz de hacer: que circule nuestra sangre, que funcione nuestro aparato digestivo, que lata nuestro corazón, que se dilaten nuestros pulmones, que se inmunice nuestro organismo y que curen nuestras heridas, mientras nuestra mente consciente se ocupa de otros asuntos. Esta especie de sabiduría natural es algo que apenas estamos empezando a descubrir en los llamados pueblos primitivos, tan sencillos y sabios como las palomas.

Nosotros, en cambio, que nos consideramos más avanzados, hemos desarrollado otra clase de sabiduría, la astucia del cerebro, porque hemos constatado que podemos perfeccionar la naturaleza y procurarnos una seguridad, una protección, una duración de la vida, una velocidad y un bienestar insospechados para los pueblos primitivos. Todo ello, gracias a un cerebro plenamente desarrollado. El desafío que se nos presenta consiste, pues, en recobrar la sencillez y la sabiduría de la naturaleza sin perder la astucia de nuestro cerebro serpentino.

¿Cómo podemos lograrlo? Comprendiendo algo sumamente importante, a saber, que siempre que nos esforzamos por perfeccionar la naturaleza yendo contra ella, estamos dañándonos a nosotros mismos, porque la naturaleza es nuestro mismo ser. Es como si tu mano derecha luchara contra tu mano izquierda, o tu pie derecho pisara a tu pie izquierdo: ambas manos o ambos pies saldrían perdiendo y, en lugar de ser creativo y activo y eficaz, te verías encerrado en un permanente conflicto. Así es como está la mayoría de las personas en el mundo. Échales un vistazo: están como muertas, carentes de creatividad, bloqueadas, porque se hallan en conflicto con la naturaleza, tratando de perfeccionarse a base de ir contra las exigencias de la misma. En cualquier conflicto entre la naturaleza y tu cerebro, trata de apoyar a aquélla; si la combates, acabará destruyéndote. El secreto, por lo tanto, consiste en perfeccionar la naturaleza en armonía con ella. Pero ¿cómo puedes alcanzar dicha armonía?

En primer lugar, piensa en algún cambio que deseas realizar en tu vida o en tu personalidad. ¿Estás tratando de forzar ese cambio en tu naturaleza a base de esfuerzo y de desear ser algo que tu ego ha proyectado? He ahí la serpiente en pugna con la paloma. ¿O te contentas, por el contrario, con observar, comprender y ser consciente de tu situación y tus problemas actuales, sin forzar las cosas que tu ego desea, dejando que la realidad efectúe los cambios de acuerdo con los planes de la naturaleza y no con tus propios planes? Si es así, entonces posees el perfecto equilibrio entre la serpiente y la paloma. Echa, pues, un vistazo a algunos de esos problemas tuyos y de esos cambios que deseas que se produzcan en ti, y observa cuál es tu proceder al respecto. Mira cómo tratas de provocar el cambio -tanto en ti como en los demás- a base de emplear el castigo y la recompensa, la disciplina y el control, la reprensión y la culpa, la codicia y el orgullo, la ambición y la vanidad... en lugar de hacerlo mediante la aceptación amorosa y la paciencia, la comprensión laboriosa y la conciencia vigilante.

En segundo lugar, piensa en tu cuerpo y compáralo con el de un animal en su hábitat natural. El animal nunca tiene exceso de peso, y solo está en tensión antes de luchar o de volar. Jamás come ni bebe lo que no es bueno para él. Se ejercita y descansa cuanto necesita. No se expone más ni menos de lo debido a los elementos naturales (el viento, el sol y la lluvia, el frío y el calor). Y ello se debe a que el animal escucha a su propio cuerpo y se deja guiar por la sabiduría del mismo. Compáralo con tu estúpida astucia. Si tu cuerpo pudiera hablar, ¿qué diría? Observa la codicia, la ambición, la vanidad y el deseo de aparentar y de agradar a los demás que te hacen ignorar la voz de tu propio cuerpo, mientras corres tras los objetivos que te propone tu ego. Verdaderamente, has perdido la sencillez de la paloma.

En tercer lugar, pregúntate cuál es el contacto que tienes con la naturaleza, con los árboles, la tierra, la hierba, el cielo, el viento, la lluvia, el sol, las flores, las aves y demás animales... ¿Cuál es tu grado de exposición a la naturaleza? ¿Hasta qué punto comulgas con ella, la observas, la contemplas con asombro, te identificas con ella...? Cuando tu cuerpo está demasiado alejado de los elementos, se marchita, se vuelve fofo y frágil, porque ha quedado aislado de su fuerza vital. Cuando estás demasiado alejado de la naturaleza, tu espíritu se seca y muere, porque ha sido violentamente separado de sus raíces.

EL INTERIOR

El Reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo conquistan. Mt 11.12

Compara el sereno y sencillo esplendor de una rosa con las tensiones y la agitación de tu vida. La rosa tiene un don del que tú careces: está perfectamente conforme con ser lo que es. Al contrario que tú, ella no ha sido programada desde su nacimiento para estar insatisfecha consigo misma, por lo que no siente el menor deseo de ser algo distinto de lo que es. Y por eso posee esa gracia natural y esa ausencia de conflicto interno que, entre los humanos, solo se dan en los niños y en los místicos.

Considera tu triste condición: estás siempre insatisfecho contigo mismo, siempre deseando cambiar. Por eso estás lleno de una violencia y una intolerancia para contigo mismo que no hacen sino aumentar a medida que te esfuerzas por cambiar. Y por eso, cualquier cambio que consigues efectuar va siempre acompañado de un conflicto interno. Y, además, sufres cuando ves cómo otros consiguen lo que tú no has conseguido y logran ser lo que tú no has logrado.

¿Te atormentarían los celos y la envidia si, al igual que la rosa, estuvieras conforme con ser lo que eres y no ambicionaras jamás ser lo que no eres? Pero resulta que te sientes impulsado a intentar ser como alguna otra persona con más conocimientos, mejor aspecto y más popularidad o éxito que tú, ¿no es así? Querrías ser más virtuoso, más tierno, más dado a la meditación; querrías encontrar a Dios y acercarte más a tus ideales. Piensa en la triste historia de tus intentos por mejorar, que, o bien acabaron fracasando estrepitosamente, o solo tuvieron éxito a costa de mucho esfuerzo y mucho dolor. Supongamos por un momento que has desistido de todo intento por cambiar y de toda la consiguiente insatisfacción contigo mismo: ¿estarías condenado entonces a dormirte en los laureles, tras haber aceptado pasivamente todo cuanto sucede en ti mismo y a tu alrededor?

Creo que, además de las dos alternativas mencionadas (la auto agresiva no-aceptación de sí mismo y la auto-aceptación pasiva y resignada), hay una tercera alternativa: la auto-comprensión, que dista mucho de ser fácil, porque el comprender lo que eres exige una completa libertad respecto de todo deseo de transformarte en algo distinto de lo que eres. Podrás comprobarlo si comparas, por una parte, la actitud de un científico que estudia el comportamiento de las hormigas sin la menor intención de modificarlo y, por otra, la actitud de un domador de perros que estudia el comportamiento de uno de ellos en orden a hacerle aprender una cosa determinada. Si lo que tú intentas no es efectuar en ti ningún cambio, sino únicamente observarte a ti mismo y estudiar tus reacciones para con las personas y las cosas, sin emitir ningún tipo de juicio o condena y sin deseo alguno de reformarte, entonces tu observación será una observación no selectiva, una observación global y jamás aferrada a conclusiones rígidas, sino siempre abierta y constantemente nueva. Entonces comprobarás que algo maravilloso ocurre en tu interior: te veras inundado por la luz del conocimiento y te sentirás transparente y transformado.

¿Se producirá entonces el cambio? Por supuesto que sí, y no solo en ti, sino también en el ambiente que te rodea. Pero el cambio no se deberá a tu astuto e impaciente ego, que está siempre compitiendo, comparando, forzando, sermoneando y manipulando con su intolerancia y sus ambiciones, por lo que está siempre también creando tensión y conflicto entre ti y la naturaleza, en un proceso tan agotador y contraproducente como conducir un auto con el freno echado. No, la luz transformadora del conocimiento prescinde totalmente de tu egoísta e intrigante ego y da rienda suelta a la naturaleza para que ésta produzca el mismo cambio que produce en la rosa, tan natural, tan grácil, tan espontánea, tan sana, tan ajena a todo conflicto interno...

Y como todo cambio es violento, también la naturaleza será violenta. Pero lo maravilloso de la violencia de la naturaleza, a diferencia de la violencia del ego, es que no proviene de la intolerancia, el odio y la animadversión. No hay ira ni rabia en la riada que lo arrasa todo, ni en el pez que devora a sus crías obedeciendo a unas leyes ecológicas que desconocemos, ni en las células del cuerpo que se destruyen unas a otras en interés de un bien superior. Cuando la naturaleza destruye, no lo hace por ambición, codicia o cosa parecida, sino obedeciendo a unas misteriosas leyes que buscan el bien de todo el universo, por encima de la supervivencia y el bienestar de alguna de sus partes.

Es esta clase de violencia la que se manifiesta en los místicos que claman contra ideas y estructuras que se han instalado en sus respectivas culturas y sociedades, cuando el conocimiento más profundo de la realidad les hace detectar ciertos males que sus contemporáneos son incapaces de ver. Es esta violencia la que permite a la rosa florecer frente a tantas fuerzas hostiles. Y ante esta misma violencia, la rosa, al igual que el místico, sucumbirá dulcemente después de haber abierto sus pétalos al sol para vivir, con su frágil y tierna belleza, totalmente despreocupada de añadir un solo minuto a la vida que le ha sido asignada. Por eso vive hermosa y feliz como las aves del cielo y los lirios del campo, sin rastro alguno del desasosiego y la insatisfacción, la envidia, el ansia y la competitividad que caracterizan al mundo de los seres humanos, los cuales tratan de dirigir, forzar y controlar, en lugar de contentarse con florecer en el conocimiento, dejando todo cambio en manos de la poderosa fuerza de Dios que obra en la naturaleza.

EL AMOR

Maestro, sabemos que tú hablas y enseñas con rectitud y que no haces acepción de personas. Lc 20,21

Considera tu vida y comprueba cómo has llenado su vacío a base de personas, con lo cual les has dado un absoluto dominio sobre ti. Fíjate cómo ellas, con su aprobación o su desaprobación, determinan tu comportamiento. Observa cómo tienen el poder de aliviar tu soledad con su compañía, de levantarte la moral con sus elogios, de hundirte en la miseria con sus críticas y su rechazo. Comprueba cómo tú mismo empleas la mayor parte del tiempo en tratar de aplacar y agradar a los demás, ya estén vivos o muertos. Te riges por sus normas, te adaptas a sus criterios, buscas su compañía, deseas su amor, temes sus burlas, anhelas su aplauso, aceptas dócilmente la culpabilidad que descargan sobre ti...; te horroriza no seguir la moda en la forma de vestir, de hablar, de actuar y hasta de pensar...

Observa también cómo, aun en el caso de que tú los controles, dependes de los demás y estás dominado por ellos. De tal manera han llegado a ser las personas parte de tu propio ser que ni siquiera te resulta imaginable vivir sin sentirte afectado o controlado por ellas. De hecho, ellas mismas te han convencido de que, si alguna vez llegaras a independizarte de ellas, te convertirías en una solitaria, desierta e inhóspita isla. Sin embargo, es justamente todo lo contrario, porque ¿cómo puedes amar a alguien de quien eres esclavo? ¿Cómo puedes amar a una persona sin la cual eres incapaz de vivir? A lo más. podrás desearla, necesitarla, depender de ella, temerla y ser dominado por ella. Pero el amor solo puede darse en la falta absoluta de temor y en la libertad.

¿Cómo puedes alcanzar esa libertad? Efectuando un ataque contra tu dependencia y tu esclavitud en un doble frente. Ante todo, en el frente de la conciencia. Es casi imposible ser dependiente, ser esclavo, cuando uno constata una y otra vez el absurdo de su dependencia. Pero la conciencia puede no ser suficiente para una persona adicta a los demás. Por eso es preciso -y éste es el segundo frente- que cultives aquellas actividades que te gustan. Debes descubrir qué es aquello que haces, no por la utilidad que te reporta, sino porque quieres hacerlo. Piensa en algo que te guste hacer por sí mismo, independientemente de que te salga bien o no, de que te elogien o dejen de elogiarte por ello, de que te procure o no el afecto y el reconocimiento de los demás, de que los demás lo sepan y te lo agradezcan o dejen de hacerlo... ¿Cuántas actividades hay en tu vida en las que te embarcas simplemente porque te producen gozo y te atraen irresistiblemente? Trata de descubrirlas y cultívalas, porque son tu pasaporte hacia la libertad y el amor.

Probablemente, también en esto te han comido el coco con el siguiente razonamiento consumista: Disfrutar de un poema de un paisaje o de una pieza musical es una pérdida de tiempo; lo que debes hacer es producir tú mismo un poema, una composición musical o una obra de arte. Pero incluso el simple producir es de escaso valor en sí mismo; tu obra debe ser, además, conocida. ¿De qué vale, si nadie la conoce? Más aún: aunque sea conocida, no significa nada si no se gana el aplauso y el reconocimiento de la gente. ¡Tu obra solo alcanzará el máximo valor cuando sea popular y se venda!. Ya estás de nuevo en manos de los demás y sometido a su control... Y, según ellos, el valor de una acción no radica en que sea algo querido y disfrutado por sí mismo, sino en que tenga éxito.

El camino real hacia el misticismo y la realidad no pasa por el mundo de las personas, sino por el mundo de las acciones emprendidas por sí mismas, sin buscar, ni siquiera indirectamente, el éxito, la ganancia o la utilidad. Contrariamente a lo que suele creerse, la terapia para la falta de amor y la soledad no consiste en la compañía, sino en el contacto con la realidad. En el momento en que toques dicha realidad, sabrás lo que son la libertad y el amor. La libertad respecto de las personas... y, consiguientemente, la capacidad de amarlas.

No debes pensar que, para que el amor brote en tu corazón, tienes primero que conocer a las personas. Eso no sería amor, sino atracción o compasión. Sí es amor, en cambio, lo primero que nace en el corazón al contacto con lo real. No un amor por una determinada persona o cosa, sino la realidad del amor; una actitud, una disposición de amor. Y este amor irradia entonces al exterior, hacia el mundo de las cosas y las personas.

Si deseas que este amor exista en tu vida, debes liberarte de tu dependencia interna respecto de las personas, tomando conciencia de ella y emprendiendo actividades que te guste realizar por sí mismas.


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