¿Puedes ver la realidad?

Cuento zen con moraleja

No es necesario cambiar lo que ves, sino solo la forma en que lo ves. Los verdaderamente despiertos ya no están a merced de la ilusión y la imaginación.

Imagen del cuento: ¿Puedes ver la realidad?

Cuento zen sobre la realidad

Una dependienta le vendió unos pantalones de un amarillo rabioso a un muchacho que parecía encantado con su compra.

Al día siguiente volvió el muchacho diciendo que quería cambiar los pantalones. El motivo: No le gustan a mi novia.

Una semana más tarde regresó de nuevo, todo sonriente, a comprar otra vez los dichosos pantalones.

¿Ha cambiado su novia de opinión?, le preguntó la dependienta.

¡No!, respondió el joven. He cambiado de novia.

MORALEJA

No es necesario cambiar lo que ves, sino tan solo la forma en que lo ves.

Los que no han alcanzado erróneamente la iluminación se consideran despiertos y, en su locura, llaman buenas a unas personas y malas a otras, alegres a unos acontecimientos y tristes a otros.

Los verdaderamente despiertos ya no están a merced de la vida y la muerte, del crecimiento y la decadencia, del éxito y el fracaso, de la pobreza y la riqueza, del honor y el deshonor. Para ellos, ni siquiera el hambre, la sed, el calor y el frío, que experimentan como algo transitorio en el río de la vida, duran indefinidamente. Han llegado a darse cuenta de que nunca es necesario cambiar lo que ven, sino tan solo la forma en que lo ven.

Los verdaderamente despiertos llegan a asumir la cualidad del agua, que es suave y manejable y, a la vez, de una fuerza irresistible: que no se esfuerza y, sin embargo, beneficia a todos los seres. Gracias a su acción desinteresada, otros son transformados; gracias a su desprendimiento, el mundo entero prospera; gracias a su ausencia de codicia, otros no sufren daño alguno.

El agua es extraída del río para regar los campos. Al agua le da absolutamente lo mismo estar presente en el río o en los campos. Así es como los que han alcanzado la iluminación actúan y viven apacible e intensamente de acuerdo con su destino.

Son ellos los únicos que se convierten en los enemigos implacables de la sociedad, la cual odia la flexibilidad y ama la reglamentación, el orden y la rutina, la ortodoxia y la conformidad.