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Anécdotas y Cuentos de Rabindranath Tagore

POR: RABINDRANATH TAGORE

Imagen; Anécdotas y Cuentos de Rabindranath Tagore; Rabindranath Tagore

RABINDRANATH TAGORE

Rabindranath Tagore, uno de los más grandes poetas de la India.

1ra ANÉCDOTA

En esta anécdota Tagore, es avergonzado por un anciano.

El anciano solía venir porque vivía en el barrio, y nunca salía de la casa sin crear problemas para Rabindranath. Ciertamente llamaría a sus puertas y preguntaba: ¿Cómo va tu poesía? ¿Realmente conoces a Dios? ¿De verdad conoces el amor? Dime, ¿sabes todas estas cosas de las que hablas en tu poesía? ¿O solo articulas con palabras? Cualquier idiota puede hablar de amor, de Dios, del alma, pero no veo en tus ojos que has experimentado nada.

Y Rabindranath no pudo responderle. De hecho, tenía razón. El anciano se reunía con él en el mercado y lo sostenía y le preguntaba: ¿Qué hay de tu Dios, lo has encontrado? ¿O sigues escribiendo poesía sobre él? Recuerden, hablar de Dios, es no conocer a Dios.

Era una persona muy embarazosa. En las reuniones de poetas, donde Rabindranath Tagore era muy respetado -era un premio Nobel- al que el anciano estaba obligado a llegar. En el escenario, antes que todos los poetas y adoradores de Rabindranath, lo sostenía por su cuello y decía: Aún no ha sucedido. ¿Por qué engañas a estos idiotas? Son idiotas más pequeños, eres un idiota más grande; no se conocen fuera de la tierra, eres conocido en todo el mundo, pero eso no significa que conozcas a Dios.

Rabindranath ha escrito en su diario: Fui tan acosado por él, y tenía ojos tan penetrantes que era imposible decirle una mentira. Su presencia misma era tal que o tenías que decir la verdad, o tenías que permanecer en silencio.

2da ANÉCDOTA

En esta anécdota Tagore yacía en su lecho de muerte.

Un viejo amigo sentado a su lado le dijo: Puedes dejar este mundo satisfecho, has logrado lo que querías hacer. Has alcanzado un gran respeto, escribiste muchas canciones, y el mundo entero te conoce como el bardo divino. Realmente nada se deja sin hacer.

Rabindranath abrió los ojos, miró con tristeza a su amigo y dijo: No digas esas cosas. Le estaba diciendo a Dios que todo lo que quería cantar aún no se cantaba. Lo que quería decir aún no se dice. ¡Toda mi vida se ha pasado simplemente afinando mi instrumento! Tagore sintió que aún no había comenzado a cantar sus alabanzas y ya había llegado el momento de irse.

REFLEXIÓN

Solo cuando te das cuenta de lo insignificante que eres puedes echar raíces la comprensión de su grandeza. Los tontos siempre se creen grandes; los hombres sabios son conscientes de su pequeñez. A medida que la comprensión aumenta la sensación de ser demasiado pequeño, demasiado insignificante, es paralela al sentido de su inmensidad y su presencia omnipresente.

Después de estas anécdotas veamos unos cuentos de Rabindranath Tagore...

7 CUENTOS DE TAGORE

Siete bellos cuentos sufíes de Rabindranath Tagore

EL PRINCIPIO

¿De donde venía yo cuando me encontraste? Preguntó el niño a su madre.

Ella, llorando y riendo, le respondió apretándolo contra su pecho:

Estabas escondido en mi corazón, como un anhelo, amor mío: estabas en las muñecas de los juegos de mi infancia, y cuando, cada mañana, formaba yo la imagen de mi Dios con barro, a ti te hacía y te deshacía; estabas en el altar, con el Dios del hogar nuestro, y al adorarlo a Él, te adoraba a ti; estabas en todas mis esperanzas, y en todos mis cariños.

Has vivido en mi vida y en la vida de mi madre, tú fuiste creado siglo tras siglo, en el seno del espíritu inmortal que rige nuestra casa.

Cuando mi corazón adolescente abría sus hojas, flotabas tú, igual que una fragancia, a su alrededor; tu tierna suavidad florecía luego en mi cuerpo joven como antes de salir el sol la luz en el Oriente. Primer amor del cielo, hermano de la luz del alba, bajaste al mundo en el río de la vida y al fin te paraste en mi corazón... Qué misterioso temor me sobrecoge al mirarte a ti, hijo, que siendo de todos, te has hecho mío.

¡Y qué miedo de perderte! ¡Así, bien apretado contra mi pecho! ¡Ay! ¿Qué magia ha entregado el tesoro del mundo a mis frágiles brazos?

LA BENDICIÓN

Bendice esta alma blanca que ha ganado para la tierra el beso del cielo, bendice este tierno corazón.

Ama la luz del sol, le gusta contemplar el rostro de su madre.

No ha aprendido a despreciar el polvo ni a desear el oro.

Estréchalo contra tu corazón y bendícelo.

Vino a este mundo de cien encrucijadas.

¿Por qué, entre la multitud, te eligió a ti, por qué llegó a tu puerta, por qué te preguntó el camino estrechándote en silencio la mano? Te seguirá, hablando y riendo sin que nunca recele su corazón.

Conserva su confianza, guíale por el buen camino y bendícelo.

Pon tus manos sobre su cabeza y pide en tus plegarias que, por más que las olas se levanten amenazadoras, el soplo del cielo acuda a hinchar sus velas y lo impulse hacia el puerto del reposo.

No lo olvides en tus prisas, ábrele tu corazón y bendícelo.

EL MUNDO DEL NIÑO

Ah, si yo pudiera entrar hasta el mismo centro del mundo de mi niño para elegir allí un placentero refugio!

Sé que ese mundo tiene estrellas que le hablan, y un cielo que desciende hasta su rostro y lo divierte con sus arcoíris y sus fantásticas nubes.

Esos que parecen ser mudos e incapaces de un solo movimiento, se deslizan en secreto a su ventana y le cuentan historietas y le ofrecen montones de juguetes de brillantes colores.

¡Ah, si yo pudiera caminar por el sendero que cruza el espíritu de mi niño y seguirlo aún más allá, más allá, fuera de todos los límites!

Hasta donde mensajeros sin mensaje van y vienen entre Estados de reyes sin historia, donde la razón hace barriletes de sus leyes y los lanza al aire; donde la verdad libera a las acciones de sus grilletes.

EL FIN

Madre, ha llegado la hora de que me vaya. Me voy.

Cuando la oscuridad palidezca y dé paso al alba solitaria, cuando desde tu lecho tenderás los brazos hacia tu hijo, yo te diré: El niño ya no está. Me voy, madre.

Me convertiré en un leve soplo de aire y te acariciaré; cuando te bañes, seré las pequeñas ondas del agua y te cubriré incesantemente de besos.

Cuando, en las noches de tormenta, la lluvia susurrará sobre las hojas, oirás mis murmullos desde tu lecho, y de pronto, con el relámpago, mi risa cruzará tu ventana y estallará en tu estancia.

Si no puedes dormirte hasta muy tarde, pensando siempre en tu niño, te cantaré desde las estrellas: Duerme, madre, duerme.

Me deslizaré a lo largo de los rayos de la luna hasta llegar a tu cama, y me echaré sobre tu pecho mientras duermas.

Me convertiré en ensueño, y por la estrecha rendija de tus párpados descenderé hasta lo más profundo de tu reposo. Te despertarás sobresaltada y mientras mires a tu alrededor huiré en un momento, como una libélula.

En la gran fiesta de Puja, cuando los niños de los vecinos vengan a jugar en nuestro jardín, yo me convertiré en la música de las flautas y palpitaré en tu corazón durante todo el día.

Llegará mi tía, cargada de regalos, y te preguntará: Hermana, ¿dónde está el niño? Y tú, madre, le contestarás dulcemente: Está en las niñas de mis ojos, está en mi cuerpo, está en mi alma.

EL HÉROE

Madre, figúrate que vamos de viaje, que atravesamos un país extraño y peligroso.

Yo monto un caballo rubio al lado de tu palanquín.

El sol se pone; anochece. El desierto, gris y desolado, se extiende ante nosotros.

El miedo se apodera de ti y piensas: ¿Dónde estamos?

Pero yo te digo: No temas, madre.

La tierra está erizada de cardos y la cruza un estrecho sendero.

Todos los rebaños han vuelto ya a los establos de los pueblos y en la vasta extensión no se ve ningún ser viviente.

La oscuridad crece, el campo y el cielo se borran y ya no podemos distinguir nuestro camino.

De pronto, me llamas y me dices al oído: ¿Qué es aquella luz, allí, junto a la orilla? Se oye entonces un terrible alarido y las sombras se acercan corriendo hacia nosotros.

Tú te acurrucas en tu palanquín e invocas a los dioses.

Los portadores, temblando de espanto, se esconden en las zarzas.

Pero yo te grito: ¡No tengas miedo, madre, que yo estoy aquí! Armados con largos bastones, los cabellos al viento, los bandidos se acercan.

Yo les advierto: ¡Deténganse, malvados! ¡Un paso más y son muertos!

Sus alaridos arrecian y se lanzan sobre nosotros.

Tú coges mis manos y me dices: ¡Hijo mío, te lo suplico, escapa de ellos!

Y yo contesto: Madre, vas a ver lo que hago.

Entonces espoleo a mi caballo y lo lanzo al galope. Mi espada y mi escudo entrechocan ruidosamente.

La lucha es tan terrible, madre, que morirías de terror si pudieras verla desde tu palanquín.

Muchos huyen, muchos más son despedazados.

Tú, inmóvil y sola, piensas sin duda: Mi hijo habrá muerto ya.

Pero yo llego, bañado en sangre, y te digo: Madre, la lucha ha terminado.

Tú desciendes del palanquín, me besas, y estrechándome contra tu corazón me dices: ¿Qué habría sido de mí si mi hijo no me hubiera escoltado?

Cada día suceden mil cosas inútiles. ¿Por qué no ha de ser posible que ocurra una aventura semejante? Sería como un cuento de los libros.

Mi hermano diría: ¿Es posible? ¡Siempre lo tuve por tan poca cosa!

Y la gente del pueblo proclamaría: ¡Qué suerte la de la madre al tener a su hijo a su lado!

MALA FAMA

¿Por qué lloras, hijo mío? ¡Qué malos son, pues siempre te regañan sin motivo! Mientras escribías, te has manchado de tinta la cara y las manos; ¿por esto te han llamado sucio? ¡Cómo se atreven! ¿Se les ocurrirá decir que la luna nueva es sucia porque tiene la cara negra de tinta? Te acusan por cualquier tontería, hijo mío; siempre están dispuestos a meter ruido por nada.

Jugando te rompiste tu vestido: ¿por esto te llaman destrozón? ¡Cómo se atreven! ¿Qué dirían de la mañana de otoño que sonríe a través de las nubes rasgadas? No te preocupen sus regañinas, hijo mío, ni la perfecta y minuciosa cuenta que llevan de tus faltas.

Todos sabemos que te gustan los dulces. ¿Y por esto te llaman goloso? ¡Cómo se atreven! Pues, ¿qué nombre nos darán a los que encontramos tanto gusto en besarte?

EL REGALO

Quiero hacerte un regalo, hijo mío, pues la vida nos arrastra a la deriva.

El destino nos separará, y nuestro amor será olvidado.

Ya sé que sería demasiada ingenuidad creer que puedo comprar tu corazón con mis regalos.

Tu vida es aún joven, tu camino largo. Bebes de un sorbo la ternura que te ofrecemos, luego te vuelves y te vas de nuestro lado.

Tienes tus juegos y tus compañeros, y comprendo que no nos dediques ni tu tiempo ni tus pensamientos.

Pero a nosotros la vejez nos da ocasión de recordar los días pasados, de reencontrar en nuestro corazón lo que nuestras manos perdieron para siempre.

El río corre rápidamente y rompe, cantando, todos los obstáculos que se le presentan. Pero la montaña inmóvil lo ve pasar con amor y guarda su recuerdo.

Leemos mal el mundo, y decimos luego que nos engaña.

Rabindranath Tagore


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