La iluminación espiritual

Neuronas con la obligación de obedecer

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Neuronas con la obligación de obedecer; Patrocinio Navarro

¿DERECHO A DESOBEDECER?

A poco que observemos nuestro mundo, tomamos conciencia de hallarnos en una época histórica nefasta. A diario aumenta la presión para aumentar nuestra sumisión y reducir nuestros derechos y libertades.

Nada sucede de un día para otro. Desde nuestra infancia se nos ha inoculado en cada una de nuestras tiernas neuronas la obligación de obedecer. Bajo la amenaza de reprimendas, desafectos, castigos y otros premios negros, se nos fueron marcando los caminos por donde deberían transitar nuestras vidas. Padres y madres, parientes de todos los niveles, profesores, curas, héroes de la tele, y hasta algún que otro metomentodo iban poniendo en nuestras vidas los indicadores del orden abundantemente compartido por ellos para evitar perdernos…. No les importaba si sus indicaciones eran justamente las que necesitábamos o si con ellas nos perdían de verdad obstruyendo nuestra mirada y abortando nuestras capacidades de ser quienes somos. Después de todo, ¿a quién importaba tal cosa mientras fuéramos obedientes? Nuestros padres, con nuestra obediencia, se ahorraban lo que ellos llamaban disgustos y compromisos; nuestros profesores, con nuestra sumisión, conseguían mantener en orden su reino de pupitres; el cura – si es que tan funesto personaje formaba parte de nuestras relaciones con el mundo- sentía que tenía que controlar nuestra obediencia desde su confesionario. Para todos ellos nuestra obediencia era consustancial a su derecho a ser lo que eran, y cualquier cuestionamiento o negación de ese derecho se convertía hasta en una cuestión personal.

Cuando fuimos creciendo y adquirimos el status de documentados, crecieron con nosotros el número de obligaciones, y estas no solo eran más numerosas sino más comprometedoras para nuestra vida. Cada vez teníamos que obedecer más y a más gentes. Igual que el empresario, sujeto tan ausente en nuestra lejana infancia como los marcianos, irían adquiriendo visibilidad, para exigir sus cuotas de obediencia, los políticos, los jueces y hasta los tenidos por modelos sociales siempre obedientes a lo dado , como parecía natural…. A ellos. A ellos, sí; pero no a todos nosotros, los escépticos.

Con tantos personajes interesados en nuestras conductas por razones biológicas, educacionales, laborales, legales, lucrativas y de otro tipo, ¿a quién puede extrañar que no se mencionara el derecho a la desobediencia?. Ni siquiera el derecho al escepticismo, que sería algo de menor enjundia. Sin embargo, para ser justos, hemos de admitir que siempre hubo quien nos habló alguna vez del valor de la libertad y del derecho a ser libres. ¿Hasta el punto de aceptar nuestro derecho a ser desobedientes? Ay, eso es otra cosa y forma parte de la gran hipocresía sobre la que están montadas las convenciones del mundo.

Libertad, divina palabra

A muchos de nuestros dirigentes mundiales y para tener buena prensa, se les llena la boca a diario en defensa de la libertad. Claro, ¿qué votante no acepta de buen grado la bondad de la libertad de pensamiento, la libertad de información o las libertades democráticas?

¿Quién puede negar la bondad de la libertad si nos promete mayor bienestar y seguridad? Sin embargo, ¿dónde está todo eso? ¿En el libre comercio? ¿en la libre circulación de capitales? ¿En qué país, en qué organización social, religiosa o cultural o en qué familia corriente se halla el disfrute de la libertad genuina?...Todos esos grupos humanos, desde la familia hasta el presidente de un país defiende la libertad como bandera de bondad, aunque solo piense en la suya propia. Pero si la libertad es tan importante como efectivamente lo es, hay que colocar entonces en el tablero del juego de la vida el derecho a cuestionar las condiciones en que se nos muestra. Porque pudiera suceder, y de hecho así ocurre, que se nos dé gato por liebre, que, por ejemplo, las famosas libertades que todos y todas deseamos disfrutar no estén presentes realmente sino como sucedáneo de lo que representan. Por ejemplo, la libertad que se esconde tras el término neoliberalismo, o la igualmente ausente en los llamados Tratados de Libre Comercio. Porque podría suceder, y así ocurre realmente, que estuviésemos obligados a vivir bajo la presión de ingentes cantidades de mentiras disfrazadas de bondad que se nos presentan como indiscutibles verdades y sirven de pilares para nuestra educación cuando niños o para nuestro estar en el mundo cuando adultos. Porque podría suceder, y de hecho sucede masivamente, que en lugar de vivir fuéramos vividos.

Y todo va bien para nuestros programadores mientras funcione el engaño y nos creamos que existen realmente las cosas que nos cuentan. Que creamos verdaderas las llamadas democracias, la llamada libertad de pensamiento, la de información, o la igualdad de todos ante la Ley. Nada de eso es verdad, sin embargo. El pensamiento es condicionado a diario; la democracia sirve a los ricos, la información está manipulada, y la ley no se corresponde con la justicia, sino con el derecho.

Tras todas esas imposturas se oculta el desprecio hacia lo que dicen representar, y por ende a las personas a las que fingen respetar. Toneladas de mentiras se vierten a diario sobre el hombre común para programar su pensamiento y motivar la conducta correspondiente.

Desigualdad estructural contra libertad individual

Porque si es verdad que uno puede pensar lo que quiere, solo puede vivir y decir lo que debe para cumplir con las reglas ; porque si es verdad que uno puede tener sentido de la igualdad y defender públicamente ese derecho, no lo ve realizado en unas sociedades como las nuestras fundadas sobre la desigualdad estructural. Si uno cree en la Justicia se verá desencantado con el Derecho que defiende la libertad, pero es la de los poderosos que legislan a favor de ellos y de sus amigos.

Podríamos ir enumerando derechos y libertades tenidas como valores de referencia sobre los que se edifica nuestra educación, que aprendemos en nuestros hogares y colegios y reglan nuestra vida social, pero que solo son caricaturas de sí mismos. Así que que nuestros padres y educadores en general y más tarde los centros de enseñanza y los medios de información y conformación mental- como son las aulas, las parroquias y los media- pretenden mostrarnos y educarnos según valores que carecen de realidad, y que solo responden en el mejor de los casos a las inútiles buenas intenciones de nuestros mentores.

¿Tiene algún fundamento el derecho a desobedecer?

Claro está que siempre hay excepciones en la calidad de la educación que se recibe, pero lo más común es que se olvide interesadamente -y con variables dosis de cinismo - que somos seres espirituales cuya esencia es ser libres, creativos, críticos, altruistas y bondadosos, antes que sujetos sociales que precisan adaptarse al mundo tal como es y a las leyes que promulga el mundo tal como es. Pues el mundo tal como es está muy alejado de aquellos principios aunque reconoce su valor y simula que ostenta alguno de ellos, aunque sea como propaganda electoral o discurso de misa. De modo que existe un fundamento espiritual. El derecho a disentir -que está bien aceptado sobre el papel- debería ser acompañado por el derecho a desobedecer en todo aquello que resulte contrario a la verdad y a nuestra condición esencial. Pero ese derecho no existe. De este derecho nadie quiere hablarnos porque pone en peligro el andamiaje de mentiras que sostiene nuestro mundo. Pero desobedecer en aquello que se opone a nuestra condición y a la verdad es algo tan necesario y saludable como el derecho a ser como es cada cosa, cada persona, y hasta cada animal o cada planta. No se puede violentar la condición de nadie para acomodarla al interés de otros bajo excusa alguna.

En la historia tenemos sobrados ejemplos de la importancia de desobedecer como motor para la evolución humana. Si Sócrates hubiera renunciado a ese derecho, se hubiera resentido gravemente el pensamiento humano; si Jesús hubiese renunciado a ese derecho, se habría sometido a la casta sacerdotal y al imperio esclavista de Roma y se nos habría ocultado el sentido de la vida y nuestra verdadera condición como seres espirituales libres; si Gandhi hubiera sido obediente, Inglaterra no habría abandonado la India. Y así podríamos poner decenas de ejemplos de desobedientes de todo sexo y condición en todas las épocas y en todas las actividades del pensamiento y de la acción social o o política gracias a practicar su desobediencia ante la injusticia y la mentira el mundo tal como es puede dejar de serlo para convertirse en el mundo tal como debería ser.

El trágico final de la vida de estos grandes héroes de la humanidad mencionados como ejemplo confirma cuanto aquí se denuncia y pone de relieve gracias a ellos el mundo ya es mejor de lo que era. Parece justo tenerlos como modelo en estos tiempos oscuros, incluso a pesar de sus pésimos imitadores.


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