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Hablando el lenguaje que hoy resulta mas próximo e inteligible, la sociedad progresa cuando amplia y consolida las capacidades de la ciudadanía.

No habrá descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que al negro le sean otorgados sus derechos de ciudadanía.

El economista norteamericano Robert Frank, que algunos estudiantes de económicas conocen por su estupendo manual de teoría económica, explica que, del conjunto de la ciudadanía de su país, el 1% más rico se embolsó el 70% de toda la riqueza generada desde mediados de los años setenta. Para el Reino de España no hay datos equiparables que sean públicos. Pero es muy probable, según expertos fiscales que llevan años rastreando el terreno, que los datos puedan ser igualmente escandalosos, tanto que mejor mantenerlos en secreto. Nunca en la historia de la humanidad hubo tan pocos ricos tan ricos ni tantísimos pobres tan pobres.

Lo cual es malo al menos por las siguientes razones de consecuencia: primero, porque hace vulnerables, y en grado diverso, a amplísimas capas subalternas de la sociedad. Y con la vulnerabilidad viene la dependencia; con la dependencia, la falta de libertad, y con la falta de libertad, en grado diverso, la condición servil y la pérdida del autorrespeto. Segundo, porque pone en manos de unos pocos poderes y recursos desmedidos que pueden condicionar y sesgar el proceso político del lado de sus intereses privilegiados, socavando así toda esperanza de democracia real y quebrando la igualdad política que subyace al ideal de ciudadanía. Finalmente, la desigualdad extrema entre ricos y pobres (entendidos éstos en sentido amplio) quiebra la comunidad, rompe los lazos de fraternidad y desata, de un lado, la codicia de los pocos y, del otro, cuando no la envidia y el resentimiento, siempre al menos la frustración, y muchas, muchas veces, la desesperación de los muchos.

Y de las causas de la desigualdad, ¿qué? La desigualdad tiene muchas causas, pero la principal -sin dudarlo- hay que buscarla en el actual modelo capitalista de crecimiento y desarrollo y en el vigente modelo antisocial de propiedad. El capitalismo es un modo de producción que vive de la desigualad y la retroalimenta positivamente, vive de la desigualdad entre el trabajo y el capital. Reproduce y amplía esa desigualdad porque el capitalismo asigna muy distintos recursos de poder a propietarios y no propietarios. Y asigna tan desigualmente el poder social porque se basa en un modelo de propiedad y apropiación que no conoce apenas límites a su acumulabilidad, y permite formidables hiper concentraciones de poder económico y social que no solo escapan a todo control democrático, sino que por mil vías consiguen una sobrerrepresentación institucional y política de sus privilegiados y minoritarios intereses. La batalla -por ahora duramente perdida- contra la extrema desigualdad de ingresos y riqueza pasa por buscarle alternativas -si se quiere, parciales y graduales- al capitalismo, alternativas de tipo social-republicano (señaladamente, aunque no solo, la renta básica de ciudadanía, como en otras ocasiones hemos desarrollado, por ejemplo, alternativas que permitan a la sociedad recuperar el control democrático sobre las decisiones económicas y a los individuos -a muchos, a millones de ellos- recuperar el control sobre sus propias vidas, esto es, su autonomía.