La iluminación espiritual

El dolor de los otros

EXPROPIADORES-APROPIADORES

La compasión

Incontables son las ocasiones en nuestra vida en las que asistimos al dolor de los otros, bien sea en directo o a través de imágenes o de la palabra escrita. Los torturados en las prisiones aun siendo víctimas de inmensos suplicios sañudamente programados que les hacían temer por su vida, lo que más recuerdan, sin embargo, lo que no pueden borrar de su memoria, clavado ahí como una permanente espina, es el dolor de otros cuando son torturados en su presencia: el dolor ajeno hecho propio, compartido.

Aunque la contemplación próxima del dolor de otro parece la peor de todas las formas de tortura, aun así no se puede experimentar sin un grado suficiente de evolución de conciencia y capacidad de ponerse en el lugar del que sufre y sufrir con él. Este es el noble sentimiento de la compasión, propio de almas sensibles y despiertas.

La falta de compasión

Los habitantes de los países de la abundancia –ahora en crisis- dedicamos mucho tiempo de nuestras vidas para evitar nuestro sufrimiento, pero no tanto en evitarlo a otros. Incluso lo convertimos en espectáculo. Documentales generosamente servidos mientras comemos, inagotables películas sobre gentes que sufren o hacen daño de infinitas maneras y con muy diversos modos de violencia; juegos interactivos donde se trata de hacer sufrir a terceros, forman parte inseparable del sistema de producción actual, en manos de gentes sin sentido alguno de la compasión.

Los sistemas de producción basados en la expropiación del otro son fuentes de dolor porque parten del negar derechos universales a aquellos de los que viven los expropiadores-apropiadores, de cuya conciencia se haya ausente todo sentido de compasión.. Así es como podemos observar que el placer y la vida placentera para una minoría proviene del dolor y el sacrificio de una mayoría de servidores de muy distintos señores... Esto muestra a la vez el carácter sumiso de las multitudes y el elevado grado de insolidaridad y enajenación a que se puede llegar en un mundo de egoístas donde cada uno intenta salir adelante aunque sea sobre el cadáver de su vecino. En los negocios, se llama competencia y lucha por los mercados. Los grupos financieros le llaman búsqueda de beneficios. Los políticos le llaman "Partidos que luchan por el Poder". Los clérigos le llaman Iglesias. Y los torturadores legalizados le denominan simplemente "cumplir con el Reglamento" cuando ponen la inyección letal o someten a alguien a prácticas aberrantes impropias de seres humanos. Pienso en todos los Guantánamo del mundo, en todas las Villa-Grimaldi o estadios como en Chile a partir del 11 de septiembre de 1973, en todas las Escuelas de Mecánica de la Armada tipo las de Argentina, en todos los Abu-Grahib, pero también en todas las plazas de toros, en todos los centros de exterminio animal llamados mataderos, en todos los lugares de tortura animal llamados laboratorios, en los empresarios madereros, explotadores de minas, toreros, pederastas, uniformados que matan o torturan, usureros y otras especies humanas productoras de dolor y muerte.

Pocos son los que se cuestionan que esta fuente del dolor, y que lo hace posible es la indiferencia ante el que sufre, la falta de compasión. De existir compasión (ponerse en el lugar del otro y sentir con el otro ) se podrían evitar esos sufrimientos y muchas injusticias.

Para poner las cosas un poco más difíciles, la falta de compasión se ha institucionalizado, y se auto- justifican de mil modos ante la sociedad aquellos que producen dolor y miserias miles porque con sus abusos de poder convierten lo injusto en legal cuando así les conviene, pese a quien pese.

¿Y las consecuencias?

Ninguno de los responsables de producir dolor acepta que existe un elemento que se llama "Karma", o deuda pendiente por el daño causado a otros, pues la ley es sencilla: semilla que se siembra, cosecha que se recoge. De estar convencidos de esta ley, es mucho más probable que se lo pensaran dos veces antes de seguir por su mal camino.

¿Y nosotros?

En nuestro mundo es frecuente que uno mismo sea un creador de dolor ajeno a ciertos niveles y en ciertos momentos, por lo que parece recomendable ser cuidadosos en extremo en nuestras relaciones. Sabemos que la compasión, el pedir perdón y el perdonar son más curativos que los fármacos y otras clases de drogas que se precisarían en muchas ocasiones para ocultarnos la conciencia y aminorar el sufrir, pero suele costarnos mucho ese triple conjunto, de modo que el mercado de drogas está en auge, aunque duren poco los efectos y las contraindicaciones se añadan a las consecuencias de lo que se rehúye.

Cuando vemos lo que puede esperar a gentes que viven o pasaron por este mundo causando o explotando el dolor ajeno en beneficio propio, no deberíamos sentir más que compasión diciéndonos: "bastante tiene ya", lo que no quiere decir que callemos antes las injusticias. Constituye un buen test para nuestra conciencia el averiguar qué sentimos en verdad, qué sentimos por dentro cuando nos acordamos de ciertos personajes históricos, pues si sentimos odio solapado o deseo de venganza, estaremos alimentado a la misma bestia que los nutrió y ellos encarnaron.

El reencuentro

Un día vemos en cualquier telediario a alguna víctima de otros y no la asociamos con nadie, pero si pudiéramos ver en profundidad podríamos reconocer a aquel verdugo, a aquel presidente de país que mandó bombardear, a aquel usurero que llevó a la ruina y a la desesperación a tantos, al negrero que traficaba con el sudor del prójimo, al matador de animales o al contaminador de la Tierra.(Ponga usted mismo las imágenes). Tal vez la imagen de su televisor sea un pequeño destrozado por el hambre o por una bomba; alguien muerto por un animal o víctima de un salvaje atropello, un accidente de automóvil o de caza, y tantas cosas como vemos. Y al ver solo podemos sentir dolor, mientras se despiertan en nosotros sentimientos de solidaridad, deseos de justicia y de redención espiritual humana. ¿Sería así si supiéramos quiénes se han encarnado bajo esta nueva apariencia?