Los dos miopes
Cuento zen con moraleja
Aferrarse a una creencia, no ayuda a encontrar la verdad. Es como alguien hambriento que lee un libro de cocina, cree que de esa forma calmar el hambre.
Cuento zen sobre las creencias
Había una vez dos miopes y ninguno de los dos quería admitir su desgracia, por el contrario, cada cual quería probar al otro que tenía muy buena vista.
Un día se enteraron de que una familia de la vecindad llevaría un exvoto al templo. Cada uno por su lado averiguó en secreto la inscripción que grabarían. El día en que el panel iba a ser colocado, llegaron juntos al templo. Levantando los ojos, uno de ellos exclamó:
¡Qué bello panel!, gloriosa es tu fama, reza la inscripción de cuatro grandes jeroglíficos.
Eso no es todo – agregó el otro –, hay otra corrida de pequeños jeroglíficos que usted no ha visto. En ellos están el nombre del calígrafo y la fecha de la obra.
Al oírlos, una de las personas allí presentes preguntó:
¿De qué hablan ustedes?
Estamos discutiendo a propósito de la inscripción que acabamos de leer en el panel del exvoto – contestaron los dos.
Todos rompieron a reír.
¡Ustedes están ante un muro desnudo, el panel no ha sido colocado aún! – les dijeron.
MORALEJA
La verdad libera, y nada más. Todo lo demás crea una atadura, una carga. Y la verdad no se puede encontrar mediante el esfuerzo intelectual, porque la verdad no es una teoría, es una experiencia. Para conocerla tienes que vivirla, y en eso es donde millones de personas yerran. Piensan que, si pueden aferrarse a una creencia, les ayudará a encontrar la verdad. Poco a poco se asientan en la creencia, y la creencia no es la verdad. Es una teoría sobre la verdad: como si alguien se contentase solo con palabras, escrituras, doctrinas, dogmas; como si un ciego empieza a creer que la luz existe, o alguien hambriento lee un libro de cocina, y cree en esto o en aquello, pero sigue hambriento. Esa no es la forma de satisfacer el hambre.
Por lo tanto, los creyentes seguirán ocultando su ceguera hasta que alguien los haga despertar.