La iluminación espiritual

El puzle de la consciencia mundial

LA DISGREGACIÓN ABSOLUTA

Hombre contra hombre, hombre contra naturaleza, y hombre contra Dios.

Cualquier persona medianamente informada percibe nuestro mundo actual como un inmenso puzzle formado por muchas áreas separadas por fronteras físicas, religiosas, políticas, económicas y otras más. Múltiples son las razones por las que el espacio único que constituye este pequeño Planeta que gira en el Cosmos haya podido convertirse en el Babel que conocemos. Cualquiera que estudie la Historia de la raza humana, única y policroma, observa que esta no es más que la narración incesante de ese proceso de fragmentación y separación en tres dimensiones: del hombre contra el hombre, del hombre contra la naturaleza, y del hombre contra Dios. Este proceso tendente hacia la disgregación absoluta ha intentado corregirse a lo largo de todas las épocas de algún modo, pues aunque esta especie nuestra no es pródiga en sabiduría, la necesidad de supervivencia y el miedo a la muerte y de todos entre sí, han sido poderosas fuerzas que han jugado en contra, lo que ha conducido a lo largo del tiempo a la creación de ciertas barreras para impedir ese proceso de disgregación y autodestrucción.

Surgió el Derecho para garantizarse unos a otros unas reglas mínimas de convivencia e intentar garantizar cierto tipo de protecciones personales y del patrimonio. Surgió la medicina para paliar las consecuencias del enfrentamiento contra las leyes naturales. Surgieron las religiones para espantar el miedo a la muerte, pero también para dar sentido la necesidad profunda del alma humana, cuyo origen es divino y siente en lo profundo la necesidad de infinito.

Sin embargo, cualquier persona medianamente informada puede observar que la raza humana no ha progresado aún lo suficiente como para haber sustituido el Derecho por la Justicia; la medicina que cura por la medicina que previene respetando las leyes naturales; los innumerables rostros de las religiones con sus dioses respectivos y enfrentadas por esta causa, por la práctica de las leyes divinas, de las que la Naturaleza es una proyección a escala material de esas mismas leyes que debieran haberse hecho conscientes en la humanidad.

Si en nuestro pequeño planeta se hubiese alcanzado una conciencia espiritual mínimamente respetuosa con las leyes divinas elementales que expresan los Diez Mandamientos, tanto para si una persona es religiosa como si no lo es, podemos estar seguros que los libros de historia no contendrían tantos crímenes, guerras, extorsiones, violaciones, robos, machismo, mentiras, hipocresías, tiranías, y otras formas de manifestación del primitivismo de la conciencia. Pero no ha sido así. Y no solo la historia disgregadora continúa, sino que se acentúa.

El Derecho, no solo no ha llegado a convertirse en Justicia (de ahí las cada vez mayores desigualdades sociales y entre naciones pobres y ricas), sino que los propios códigos legales se ven presionados por diversos poderes que obstaculizan y pervierten el funcionamiento de jueces y tribunales. Ni siquiera se ha conseguido una ley que universalice el derecho a la vida y se oponga a la pena de muerte una ley que castigue a los que organizan guerras o fabrican armas. Estas son muestras de un primitivismo feroz.

Las leyes de la Naturaleza no solo son ignoradas más que nunca a medida que las sociedades se han urbanizado y alejado de la vida natural sus habitantes, sino que hasta la propia ciencia médica cree tener derecho a cuestionar a la Madre Naturaleza a la que consideran imperfecta, por lo que se embarcan de aventuras de manipulación de genes creando clones animales cuyos resultados no pueden ser más que nefastos a la vista del pobre resultado con la famosa oveja Dolly ( enferma de los nervios y muerta prematuramente) o alimentos transgénicos con los que se rompe poco a poco la barrera de protección ínter especies, facilitando a los humanos adquirir enfermedades del reino animal. Por no hablar de la alimentación cárnica con que se han llegado a alimentar a los herbívoros, como las vacas, enfermándolos y enfermando a los consumidores de sus carnes. Entre tanto, los laboratorios químicos hacen su propio negocio produciendo fármacos que en su mayor parte- por no decir todos ellos- originan en quien los consume unos efectos secundarios que a su vez es preciso tratar con otros fármacos, atrapando en esa cadena a la mayoría, mientras los remedios naturales son marginales y carecen del apoyo estatal de las poderosas multinacionales farmacéuticas y químicas.

Y en cuanto a las religiones, no hay más que ver la profusión de etiquetas, gurús, sacerdotes, curas, ritos, ceremonias, templos. Cada una con sus jerarquías, cada una con sus alianzas con los poderes mundanos; cada una con sus fórmulas vacías de espíritu pero repletas de palabrería y formalismos, ven cómo el Becerrro de Oro de este mundo con sus ídolos mediáticos y sus personajes ricos y poderosos como paradigmas del éxito a imitar, vacía las iglesias y llena estadios y discotecas haciéndoles la competencia a esas religiones que también adoran al Becerro. Es natural, pues las nuevas generaciones no hallan en ellas más que hipocresía y vacío. La nuevas generaciones, engañadas por unos y otros buscan la felicidad en sucedáneos mundanos especialmente diseñados para entretenerles y atraparles en lo inferior humano. Muchos caen en la trampa, pero no otros, porque cada uno se encuentra en un punto del proceso evolutivo de su conciencia personal.

Ante el mundo que hemos construido no podemos más que concluir que el conjunto de la especie humana no ha llegado a un estadio evolutivo superior, y que solo cada uno en su propia medida es responsable de lo que nos está sucediendo al conjunto, pues todo está absolutamente interconectado a nivel físico, mental y espiritual, pues ninguna energía se pierde.

Si hubiese cambiado nuestra conciencia no habría sido posible, por ejemplo, el cambio climático. Este es irreversible ya, pero nuestra conciencia, afortunadamente, no. Y esto es lo principal, porque ella es lo único que sobrevive a nuestro cuerpo.