La iluminación espiritual

La pasión, las pasiones

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; La pasión, las pasiones; Patrocinio Navarro

LA PASIÓN MÍSTICA

Si quisiéramos aproximarnos a definir ese profundo estado de la mente y el corazón unidos fervorosamente, dinámicamente, más allá de lo razonable, por el impulso del corazón, tendríamos que ahondar en lo más sutil del alma y observar en ella desde dónde y cómo se desarrolla ese enorme potencial de energía puesta en marcha desde un primer pensamiento que, de insistir en él, crece como bola de nieve y se dirige hacia un objeto que pudiera ser tanto interno, y perteneciente al alma misma y sus anhelos, como externo y dirigido hacia personas, animales, ideas u objetos.

La pasión tiende a realizase contando poco con la razón, y con frecuencia en guerra directa con ella en donde la pasión suele ser la vencedora contra todo criterio razonable. Un buen equilibrio entre razón y corazón garantiza el triunfo positivo si la mente toda, que debería estar al servicio del corazón, tiene a la conciencia como aliada, no a los instintos elementales de la naturaleza inferior que llevan a la razón por derroteros contra la salud del alma y -en consecuencia- del cuerpo.

Un pensamiento intenso carente de conciencia ética origina fácilmente una pasión carente de conciencia espiritual y el resultado tiene siempre consecuencias negativas para el alma y el cuerpo debido a la Ley de causa y efecto o ley del karma. Esas consecuencias, no tienen por qué ser inmediatas, sino que pueden manifestarse a lo largo de una existencia o en existencias posteriores.

La más alta de las pasiones, la única pasión sublime, es la pasión mística, el impulso de acercarse a la divinidad, el deseo intenso de la unidad con Dios, el Todo. Y cuando el objeto de la pasión del alma es Dios, las demás pasiones se achican, se atemperan, pasan a niveles muy secundarios, o simplemente desaparecen como tales, pues la calidad y cantidad de energía que llega al alma por la acción de tan Alto Señor compensa con creces las posibles renuncias a los objetos de las pasiones humanas. Entonces estaríamos hablando de pasiones superiores .Las pasiones más próximas a la mística aunque en una escala inferior, y que podrían ser consideradas como superiores desde el punto de vista humano, serían la pasión por la belleza y la creatividad en cualquiera de sus formas. Música, poesía, y artes plásticas podrían pertenecer a esta categoría.

Por la ley natural del movimiento, toda pasión elevada debería conducir al éxtasis. El éxtasis es la flor del amor. Sus pétalos se construyen con Luz sutil. Este estado sería así un nuevo punto de partida de energía para el crecimiento de espiritual, un paso más dentro del proceso de acercamiento a lo divino que vive en nosotros y, a la vez, de conexión con el Creador.

El motor de la pasión espiritual es el amor, pues Dios es el amor y está en todo como energía, independientemente del uso que hagamos de ella. En un estadio elevado permiten a cada experimentador sentir en sí las fuerzas primordiales que dieron origen a cuanto existe y a la vez a sentirse fusionado con el Todo sin fisura alguna.

Vivimos en un Planeta aún primitivo por causa de las bajas pasiones humanas, y por ello, un Planeta alterado tanto en su clima como en su comportamiento geológico y en el de sus especies. En esta atmósfera espiritual pobre materializada en relaciones personales y sociales, las pasiones imperantes no son precisamente las que hemos llamado superiores como las artísticas, ni mucho menos las motivadas por un amor altruista, sino aquellas otras movidas por la condición humana inferior que se mueve a impulsos de energías de baja vibración, energías provenientes de los deseos egocéntricos de miles de millones de personas. Estas energías de baja vibración forman una invisible fuerza de choque, una barrera opuesta al progreso de la conciencia y con ello al de las pasiones superiores.

LOS QUE DEBIERAN DAR EJEMPLO

Muchos, como quienes dirigen los asuntos del mundo, sucumben a la influencia negativa de lo humano inferior. Por eso vemos que todos los días son enjuiciados alguno de esos presidentes o responsables públicos de esto o aquello, jefes de de naciones o de bancos, de corporaciones o negocios, administradores diversos de las energías necesarias para el bienestar público, representantes de Iglesias, de sectas, tribunos populares. ¿Su delito genérico? Haber sido seducidos por pasiones inferiores que le condujeron incluso a alguna forma de delincuencia común con el más alto grado de responsabilidad.

Y aunque los culpables de propagar delitos basados en pasiones inferiores como el amor al poder, al dinero o al prestigio, no llegases a ser juzgados públicamente, ellos y sus seguidores e imitadores quedan como ejemplo del poder negativo y destructor que puede llegar a tener la suma de las pasiones individuales negativas de las multitudes cuando se aúnan para elegir en las urnas a gobiernos de su misma cuerda como representantes de sus niveles de conciencia. En este momento, en que vemos la alta responsabilidad de gobiernos y de Iglesias en la administración de bienes y recursos de las riquezas de las personas y del Planeta, podemos comprender la trascendencia de las pasiones inferiores sobre el clima espiritual y físico de la Tierra, inmersa en un profundo cambio climático por la acción humana, y ver entonces la necesidad apremiante de transformar el mundo actual de la única manera posible: transformando cada uno su conciencia, elevando uno a uno el nivel de sus pasiones en busca de la más elevada de todas ellas: un gran amor a Dios y al prójimo porque Dios reside en cada uno de nosotros.

Quien busque la solución de este mundo en la política o en cualquier fuerza de cambio, ya sea en la medicina, la ecología, la sociología, la filosofía o una religión cualquiera, se equivoca de camino si no cuenta con la revisión de la propia alma para tratar de eliminar en ella las pasiones que nos condujeron al estado en que hoy se encuentra la humanidad, pues la calidad de la energía en el Planeta la determina finalmente el predominio de la energía positiva o de su contraria en cada uno de nosotros.


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