La iluminación espiritual

Machismo o altruismo: he aquí la cuestión

POR: PATROCINIO NAVARRO

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MACHISMO ESTRUCTURAL

Los varones de nuestras sociedades, de un extremo a otro del mundo, independientemente de nuestra raza, religión, nivel de estudios, situación económica o ideas políticas, somos educados para ser machistas. Si nacemos en familias donde hay niñas, son estas las primeras y casi siempre las únicas que lavan los platos, limpian o hacen las camas de sus hermanos y más tarde de sus maridos; las que juegan con muñecas y cocinitas preparándose para el rol de mujer, y las que sirven la mesa de los hermanos varones. Porque ser varón en este mundo es haber nacido con una suerte de privilegio de género no escrito en ninguna parte pero bien interiorizado por cada hombre ya desde la niñez. Un privilegio de poder, de dominio, y a la vez de sobre importancia simplemente por el hecho de ser varón que las sociedades patriarcales cuidan muy bien de conservar en todo el orbe.

La figura de la madre es tan determinante como el machismo del padre para dar continuidad a esta división de roles. Y lo es, porque también las madres son machistas con una frecuencia aterradora. Aparte de haber sido educadas como dependientes y servidoras del varón, son machistas o actúan como tales porque dependen económicamente del marido o compañero, porque siguen la tradición que se pierde en el tiempo, o por miedo a ser abandonadas y verse perdidas en un mundo donde – según los países- hasta pueden ser socialmente rechazadas si el marido las repudia. Y lo son también porque cuando tienen hijos se sienten atadas de pies y manos para oponerse al jefe de la casa en caso de conflictos serios. Por estas razones y otras parecidas, son machistas las mujeres, aunque sea un machismo aprendido a la fuerza y en su interior no lo compartan tantas de ellas. Aquí es de señalar el papel que juegan las religiones y hasta el Derecho dando apoyo a la preeminencia del varón, como sucede bajo regímenes fascistas o en el caso emblemático de la Iglesia católica, donde el desprecio a la mujer solo es comparable al fanatismo infantil por la madre de Jesús.

Por tanto, tenemos un machismo estructural en el que ser varón significa tener más visibilidad social, mejores salarios, valoración, responsabilidades y poder que las mujeres, con excepción de algunas que actúan como si fuesen hombres, ocupan cargos políticos normalmente conservadores, y hasta visten uniformes y van armadas o marchan a la guerra. O sea: que ejercen un machismo contrario a su propia condición de mujer.

Pero si queremos profundizar en el fenómeno machista, tan proclive a la violencia contra la mujer y que tantas veces lleva al asesinato, tenemos que mirar bajo la piel de este fenómeno mundial. Porque es bajo la piel donde encontramos las verdaderas razones de tan abominable actitud ante la vida ajena. Entonces nos encontramos con el egocentrismo, el placer de dominar a otros, el gusto por la comodidad, por el ser servidos, la auto importancia, el deseo de reconocimiento. O sea: nos encontramos con elementos perturbadores de la personalidad, energías negativas de fuerte arraigo en la mayoría de nosotros - hombres y mujeres aunque se expresen de diversas maneras- que mientras no sean controlados por la conciencia, perpetuarán el machismo y los conflictos emocionales en las parejas.

Seamos objetivos: por más leyes, y medidas de control del tipo que sean para evitar que el machismo se convierta en terrorismo doméstico y hasta sean asesinadas nuestras hermanas por sus parejas, mientras no se consigan erradicar las causas profundas que lo producen y el amor altruista y cooperativo en base a la igualdad sea esencial en cada hogar y en cada centro de trabajo, seguiremos viendo cómo mueren cada día las nuevas víctimas del machismo sin que nada pueda impedirlo. Así de crudo y así de sencillo.


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