La iluminación espiritual

Fin de una era

EL FINAL DE UNA ERA

Un pequeño ensayo sobre lo que se nos vino encima
con el neoliberalismo, y sus consecuencias.

Un mínimo análisis de cosas evidentes.

Sobresaltan sin cesar noticias que dan cuenta de los miles de nuestros semejantes que huyen de pobreza y la muerte insoportable en África en busca de seguridad en Europa, pero también crece la pobreza a niveles insoportables en sus países de destino, si es que los alcanzan. Pobreza, desempleo, hambre, desigualdad, injusticia, víctima, migración, guerra, violencia machista, xenofobia, forman parte de un vocabulario básico que nos sirve para comprender que el siglo 21 es peor que el anterior, que ya es decir.

La Historia es una gran maestra, y eso a pesar de los historiadores. En cuanto nos acercamos a sus páginas comenzamos un viaje, y si somos buenos observadores no solo percibiremos intrigas palaciegas, guerras territoriales o religiosas, encumbramiento de falsos héroes y tiranos y pueblos sometidos y expoliados, todo ello vergonzosamente justificado por historiadores, periodistas, tertulianos y otras gentes del pesebre del Poder, y con el sello de la casa del poder en cada lugar del mundo, y que se enseña en los colegios y en las iglesias. De modo que si no nos detenemos en esos y parecidos aspectos descubrimos en algún momento de la evolución de los pueblos algo que está sucediendo ahora mismo y no es fruto de la consulta en una bola mágica de adivino: el desplome de esta civilización representado por la inversión de los valores.

Imágenes del desplome

No es que esto de la inversión de valores positivos en negativos sea nuevo, pero es tan galopante y ha calado tanto en el tejido social que se ha hecho insoportable. Allí donde debió haber generosidad hay avaricia; donde debió encontrarse amor vimos odio y violencia; donde lealtad, traición, y los peores criminales, los déspotas más sanguinarios, los más indignos de los hombres andan con bastón de mando convertidos en dirigentes políticos, santidades vaticanas, héroes patrióticos. Sus estatuas presiden plazas, sus pensamientos y hazañas ilustran libros de texto y sus nombres son escritos con letra de oro para la historia futura cuando debieran serlo con letras de sangre. De sangre del pueblo, naturalmente.

El mundo al revés

Entre tanto los mejores, los más bondadosos y pacíficos de los hombres, los verdaderos modelos de civilización, aquellos que pudieran ayudar a convertir la vida en una bendición compartida en un paraíso son perseguidos, silenciados, ocultados como delincuentes a las nuevas generaciones, sospechosos de enemigos públicos, y muy frecuentemente asesinados, desde Sócrates a Jesús; desde Gandhi a Luther King, desde los bogomilos o los maniqueos, a los cristianos cátaros, y un largo etc de filósofos, poetas, místicos, artistas… Para ellos el exilio, la persecución, la muerte. Si la semilla civilizadora de estos hombres hubiese germinado y dado fruto, este mundo no se parecería en nada al que tenemos, que no es otro que un mundo corrompido, sucio, socialmente enfermo, y dominado por formas de poder contrarias a todo valor espiritual y moral. Pero también es un mundo en declive, porque lo podrido no puede prevalecer sobre lo sano, y por eso lo vemos desmoronarse a diario. Y es que esto no solo es una ley biológica que garantiza la salud; también deber ser una ley histórica inexorable si queremos alguna garantía de salud social. Pero el que hace enfermar a los pueblos y al Planeta nunca puede ser su médico. Por eso los poderes de este mundo no pueden curar los males del mundo que ellos mismos provocan, y ello hace inútil votarles una y otra vez esperando de ellos milagros imposibles.

Invitación a buscadores o incrédulos.

Abran cualquier libro de Historia; busquen el nombre de un imperio en Asia, en África, en Europa, y observen su proceso de evolución: formación, esplendor, decadencia y desintegración.

Con diferentes matices donde intervienen la concepción del universo, el ansia de poder y la codicia de los dirigentes, las creencias y ritos relacionados con la espiritualidad, la filosofía o la religión, el arte, los usos y las costumbres, todas y cada una de las civilizaciones conocidas formaron con todo ello un entramado de poder que durante mucho tiempo brilló por encima de los demás y hasta se anexionó a otros pueblos a los que sometió por la fuerza o la astucia para aumentar la gloria de los poderosos, su riqueza y la de sus amigos. Pero los enfrentamientos entre ellos, los fracasos bélicos, las crisis económicas, el descontento popular bien explotado, la pérdida de los valores que sirvieron de amalgama y las presiones exteriores de otros pueblos acabaron -en cada caso con matices distintos - en divisiones internas y del territorio, en decadencia moral, de las costumbres, en corrupción extrema de los gobernantes y de sus eternos mecenas- los ricos- y en toda clase de excesos públicos y privados.

El castillo de arena se fue con la lluvia del tiempo

Todo ello condujo –la Historia es testigo- a la caída de cada uno de los imperios y civilizaciones orgullosamente encumbrados, mientras que otros pueblos antiguamente sojuzgados vieron su oportunidad para sacudirse el yugo y erosionar definitivamente el poder del antiguo opresor, ahora débil, al que en tantos casos acabarían por invadir y someter a su vez.

Así viene sucediendo desde, por ejemplo, los asirios hasta hoy mismo en que nos hallamos ante al menos tres tipos de imperios bien definidos: unos emergentes (China, India) otro en proceso de transformación para recuperar su antiguo poder (Rusia), y un tercero en retroceso (EEUU, aunque el apoyo sionista y europeo prolonga su agonía,) a los que hay que añadir naciones próximas o aliadas de uno u otro de esos bloques, sin olvidar el particular camino independiente hacia el socialismo iniciado en algunos países latinos.

Ya oyeron aquello de la codicia: siempre rompe el saco. Ahora la codicia globalizada ha terminado por romper el saco del mundo.

Los diablos no se aman

Naciones militarmente más poderosas, se hallan enfrentadas entre sí por razones territoriales y de control político y de recursos en zonas como India, Pakistán, Irán, Israel, Palestina, Rusia, África y América Latina, en un mundo dividido en bloques de intereses regidos por el neo-feudalismo de diversas multinacionales, entre ellas el Departamento del Tesoro USA, la Banca Vaticana, el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio. Y al mismo enjambre de avispas venenosas pertenecen las diversas multinacionales de la energía, las comunicaciones, los cárteles de las drogas y los de las armas.

Esta configuración de las relaciones internacionales origina una continua inestabilidad política mundial especialmente visible en Oriente, con el denominador común norteamericano como elemento propulsor, represor y provocador de nuevas tensiones, como sucede con Irán y Corea del Norte, Venezuela o Bolivia, países considerados filoterroristas o colaboradores del terrorismo mundial, pero no por esas razones, sino por razones geopolíticas y de control de sus recursos y mercados a los que aspira el imperio feudal neoliberal que domina la esfera mundial.

De aquellos polvos…

Sin embargo los países aparentemente más poderosos todavía, como es el caso de EEUU, tienen negras perspectivas futuras, porque están obligados a recoger su propia cosecha de odio, violencia, destrucción, empobrecimiento y discriminación social que caracteriza su política interior y exterior que les ha granjeado la enemistad de casi todos los pueblos del Planeta. Y esta no es una energía despreciable contra el imperio yanqui.

Las ideologías políticas clásicas que dieron origen a los estados capitalistas como los que padecemos y a los países llamados comunistas que tanto daño han hecho al pensamiento del auténtico comunismo han caducado a niveles mundiales. Sobre su tumba ha florecido el neoliberalismo, igual en China que en Rusia. Aunque existan países que aún se denominen comunistas, como China, esta denominación formal no se corresponde ni con su organización económica mixta (capitalismo de estado más propiedad privada e inversiones privadas), ni con su organización política (burocracia política y policiaca cerrada) ni con sus fines sociales (pues el interés del pueblo y los derechos humanos siempre están en segundo o tercer plano).Las leyes del mercado, el materialismo y la adoración al dinero no solo han calado en los círculos empresariales de los países emergentes, como en el caso chino,, sino que dirigido las inversiones de las multinacionales, y originado un profundo abismo social creciente entre ricos y pobres. Lo graves es que los propios pueblos de los países emergentes han sido igualmente deslumbrados por el brillo del becerro de oro y han creído ver en él el remedio de todos sus males. Malos tiempos estos para creer en el progreso y el crecimiento ahora que se encoge y desmorona.

De la moral ficticia a la inmoralidad como bandera

Hoy día, la competencia por poseer más y brillar con lo poseído por encima de los otros se lleva a cabo entre familiares, compañeros o amigos lo mismo que entre inversores de todo tipo de industrias y negocios. La misma codicia, deseo de poder y reconocimiento que han dado lugar a la selva humana rigen en las favelas que en el mundo empresarial, con evidente ventaja para el último. Como consecuencia, el poder del dinero ha podrido la moral personal y hecho pasar la raya roja de los límites éticos y legales a toda clase de gentes desorientadas y a los responsables de alto nivel en empresas y Estados.

El neoliberalismo mundial con sus países aliados o afines forman, pues, organizaciones que han añadido al carácter militarista de las antiguas potencias la búsqueda común del dinero rápido, y quienes lo poseen –y en la medida que lo poseen –controlan y tienen el poder para empujar en el seno de su propio país -y a otros gobiernos- en la dirección que conviene a sus intereses. El dinero manda y se acompaña, como siempre, de soldados para protegerle. La máscara de moralina se ha hecho transparente y deja ver la calavera pirata que cubría.

Bancos, constructoras, industrias energéticas y militares, fábricas de automóviles y extracciones sin control de materias primas en países tercermundistas atrapados por el FMI y el Banco Mundial, simbolizan mejor que nada esta civilización que tiende a homologar el mundo en la dirección que conviene a los mercaderes financieros, igual que siglos anteriores hacían las iglesias, los palacios y los castillos y luego los burgueses nacionalistas.

Una civilización en estado hipnótico está despertando

Basta echar una mirada a las hemerotecas para darse cuenta de que pertenecemos a una civilización hipnotizada, cada vez más controladora, moralmente desmotivada y desorientada, económicamente empobrecida a un ritmo galopante y espiritualmente muerta, elementos todos ellos presentes en la desaparición de todos los imperios.

A la vez que se da este complejo proceso de empobrecimiento de la mayoría mundial, el auge de nuevas economías y desplome de otras y de su influencia política, surge en todos los Estados a la peligrosa frustración de aquellos a quienes se ha hecho desear ser lo que nunca conseguirán ser: ricos, poderosos y felices consumidores progresivos de bienes y servicios en estados con libertades progresivas. Los pobres están cada vez más cabreados con toda apariencia de justicia y se preparan para hacer éxodos sin retorno a los países que les robaron sus riquezas.

El deseo largamente inducido en el llamado primer mundo por alcanzar bienes cada vez más refinados, más la frustración por no alcanzarlos en esta época de crisis general constituye un explosivo potencial para la estabilidad mundial, sobre todo si hay hambre. Y la habrá cada vez más: el hambre es creciente en el mundo. Acompañada del terrorismo de unos y otros, la inestabilidad y el miedo están servidos y son ingredientes peligrosos añadidos que empujan a los gobiernos de los países a que se blinden policial y militarmente al considerarse amenazados a corto y medio plazo por los pueblos hambrientos no solo de pan, sino de libertad y justicia. Tras los gobiernos, que son administradores del capitalismo, se hallan los intereses de las grandes empresas a las que sirven. Y tras todos ellos, el imperio de las sombras, a quienes sirven colectivamente, y uno por uno como fieles mayordomos. El imperio oculto de las sombras, ya saben.

Los gobiernos salidos de las urnas en los países o grupos de países aliados se ven desbordados ante la imposibilidad de impedir que el dinero inversor se vaya de sus propios países en busca de otros más ventajosos, o se esconda en paraísos fiscales en donde no se quiere entrar para no molesta a los dueños de las huchas que controlan el mundo.

El Planeta tiene algo que decir, y lo dice

No nos conviene olvidar que el Planeta se halla en proceso de transformación, y cada uno de sus movimientos de reajuste climático y geológico no hace más que agravar las condiciones de existencia de miles de millones de personas arruinadas por las guerras, las migraciones forzosas, las enfermedades, la falta de agua, la subida brutal de los precios de los alimentos básicos, y tantas otras cosas que sobradamente conocemos.

Entre tanto, la Bolsa no cesa de subir, pero cada vez serán menos los inversores, menor la competencia, y mayor el número de desahuciados sociales. Por tanto el capitalismo neoliberal, a causa de su codicia se ha convertido en un elemento desestabilizador en el Planeta. Un elemento desestabilizador que en lugar de crear bienestar, crea pobreza a diario, y en lugar de favorecer el desarrollo de los pueblos, coloca a estos contra las cuerdas con el apoyo de unos u otros gobernantes, endureciendo las leyes que favorecen derechos y libertades conseguidas durante años de luchas sociales y sindicales, y el endurecimiento creciente de las leyes contra los inmigrantes.

Los límites del suicidio.

En algún despacho secreto de algún Estado del mundo rico alguien hace ahora mismo el cálculo de por cuánto tiempo un sistema que se devora a sí mismo puede aguantar. Y es que ha llegado al límite en el abuso de los recursos de la Tierra, ya no puede crear más riqueza ni quiere distribuir con justicia los bienes entre quienes los producen. En estas condiciones no puede seguirse. Nos lo confirman los datos de cómo el capitalismo de libre mercado arroja fuera del circuito productivo a toda clase de gentes: obreros y obreras, pequeños y medianos comerciantes, pequeños y medianos inversores, jóvenes a los que no logra insertar, o a los que ofrece contratos mal pagados y temporales, y aún así aún exige recortes salariales y más flexibilidad para los despidos. Una espiral sin fin.

Es imposible que esta clase de economía devoradora sea compatible con protección social, asistencia sanitaria, y otros atributos del bienestar colectivo que los gobiernos dicen tener como meta con su habitual cinismo.

Cuando casi nadie cotice a la seguridad social, ¿lo harán por los que están fuera del mercado laboral los banqueros y las industrias multinacionales? ¿Lo harán los cuatro grandes imperios decididamente económico-militares que dominan el mundo?

Aquí veremos el desenlace imprevisto de esta mala copia de una civilización que nunca llegó a existir; una civilización de la igualdad, de la justicia y del amor que sin duda se levantará un día sobre el egoísmo y la indiferencia de las sociedades de hoy dirigidas por ególatras y consentidas por rebaños humanos de semejantes a ellos.

Estoy seguro que un día aprenderemos lo suficiente de nuestros errores como para ser capaces de evitar las causas de nuestros desastres a través de todos los tiempos y acoger los principios espirituales que liberan en lugar de los materiales que atan. Entre tanto, no sé cuántas veces estamos dispuestos a nacer y morir los mismos que venimos haciéndolo desde los asirios, por ejemplo, hasta el último de los rincones de este mundo ahora mismo. Y eso no depende de las multinacionales ni de sus Gobiernos ni de las Iglesias. Adivinen de quién.