La iluminación espiritual

Educación para la soberanía

CLASES DE EDUCACIÓN

Existen dos clases de educación: la educación para la sumisión y la educación para la soberanía. Es esta última la que corresponde a una humanidad evolucionada. Es la primera, por el contrario, la que está extendida en nuestro mundo como una verdadera lacra.

El ser humano no ha nacido para ser un siervo de otros, del mismo modo que un animal no ha nacido para ser comido por el hombre. Cosa muy distinta es que una persona elija libremente llevar la carga de otro si es algo legítimo y si este se lo pide, pero tal cosa –como puede observarse- es harto rara en nuestro mundo, donde existen dos leyes nunca escritas: la ley del más fuerte y la ley del egoísta.

El más fuerte necesita siervos; el egoísta lo quiere todo para sí y no comparte. Con frecuencia estos dos perfiles coinciden: el más fuerte se impone sobre el más débil, lo somete y lo quiere todo para sí. Como el más fuerte necesita mantener su poder, precisa de dos herramientas: la violencia y el condicionamiento mental para ser aceptado. La primera son sus fuerzas armadas y armas; la segunda los centros de educación, con la cultura oficial y religiosa institucional y los medios de comunicación. Cuando estos no bastan, se aprestan los uniformados a proteger a su señor.

La soberanía.

La soberanía no tiene nada que ver con señores coronados, los cuales, por lo que conocemos de ellos, carecen de esa conquista de la soberanía personal que además no puede transmitirse por herencia. Soberanía es autonomía individual, libertad de pensar crítica y capacidad de tomar decisiones independientes y justas que el individuo soberano decide tanto con respecto a las demandas del yo inferior como a las que proceden del mundo exterior o de su voluntad espiritual o su conciencia superior.

Oímos que se habla del pueblo soberano en las llamadas democracias, pero no hay tal soberanía popular, porque las bases que precisa le son escamoteadas por el consorcio ricos-gobiernos-clero con los medios señalados. Merced a la manipulación mental, se le hace creer al pueblo que su soberanía consiste en depositar un voto en una urna para que el que mejor mienta del sector de los poderosos convenza a la mayoría y ejerza su poder con apariencia de ser legítimo hasta cuando decide una guerra, o una represión contra justas demandas del pueblo, o le imponga cargas fiscales muy por encima de sus posibilidades para compensar los agujeros negros de su mala administración de bienes que deberían ser comunes, como es el caso de las riquezas del Planeta. Estas riquezas se hallan cada vez más lejos de estar repartidas con justicia, condenando así al hambre, la sed, la enfermedad, y toda suerte de desgracias a mil millones de nuestros semejantes en número creciente.

Depende ahora del amor que cada uno sienta por la justicia el que cada uno sea capaz de encender su propia llama de libertad, porque la unión de todas las libertades personales forma la imparable gran hoguera de la libertad colectiva.

¿LIBRES O CONDICIONADOS?

Como es natural, cuando una persona toma conciencia de su soberanía sabe que su libertad no la tiene que mendigar a nadie, pues la posee del mismo modo que posee sus brazos o sus piernas, y es tan celoso de conservarla como de conservar sus propios miembros. Entre tanto quien ha sido condicionado mentalmente por el sistema de dominación no se siente libre, sino que sus juicios y el valor de sus actos los supedita a la opinión de su acondicionador, que ha conseguido construir en él una auténtica jaula mental de la que no se atreve a salir, hasta el punto que las opiniones libres le escandalizan, le asustan, o las considera una amenaza para las propias, a las que suele aferrarse como náufrago a madero. Pero no son suyas, porque ha sido condicionado para ser un dependiente metal y un siervo de aquellos a los que ha vendido su libertad. Por tanto estamos hablando de colonización mental. Esta colonización se ejerce desde tres instancias básicas de dominio sobre el individuo: la familia, la escuela y los medios de comunicación. Todos ellos constituyen en realidad un solo frente en el que el punto más débil es la propia familia, que a la vez se ve condicionada por la presión exterior: la presión laboral, la presión legal dominante y hasta el qué dirán vecinal. Por ello la familia educa a sus hijos huyendo de esas presiones y acomodándoles al medio a costa de la libertad de todos. Y este sometimiento se sigue ejerciendo en el mundo de los pupitres escolares en todos los niveles de la educación, pues se educa para obtener siervos acríticos, productivos, individualistas y sumisos.

Cuando hablamos de mayorías silenciosas nos referimos a este sinnúmero de seres humanos cuyo libre pensar ha sido cercenado y acomodado a las necesidades de unas minorías encumbradas con distintos nombres y títulos dentro del ramo del Poder. Ellos y sus servidores son los encargados de conseguir que esas mayorías sean inmovilistas y no tengan otra opinión que la que se les señala como la verdad y como se ha dicho, ésta se convierte en una verdadera losa que obstaculiza el desarrollo de una persona igual que una piedra en el campo aplastando una plantita. De todo esto no tenemos más remedio que liberarnos si queremos un mundo donde sea posible convivir en unidad, igualdad, hermandad y justicia, y se respetase la condición espiritual de cada uno pues cada uno fue creado libre por Dios. Estas claves son las que deberían regir en el mundo educativo y sin ellas es imposible un mundo mejor.