La iluminación espiritual

Cuando vivir es un ascua ardiente

PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Cuando vivir es un ascua ardiente; Patrocinio Navarro

LA VIDA

Cuando vivir es un ascua ardiente.

La vida es un principio universal y eterno. El ser humano es vida eterna y nada la puede borrar. Estar encarnado en cuerpos físicos es algo puntual, provisional, porque nosotros pertenecemos a la eternidad como creaciones del Eterno que somos. Pero estar encarnados supone afrontar riesgos, situaciones que antes de nacer se nos dieron a conocer en el Más allá, y que aceptamos antes de nuestra partida hacia la encarnación. A veces las situaciones a que nos vemos confrontados como almas en cuerpos físicos que sienten, son a veces muy dolorosas. Para muchas personas en todo el Planeta, vivir puede resultar muy duro de llevar. Guerras, catástrofes climáticas, graves problemas emocionales, de salud o de otra índole pueden ocasionar dolores inauditos físicos o morales. Sufrimientos fuera de lo común que parecen no tener fin, hace que muchos bajen los brazos, abandonen y deseen morir o ser muertos. Algunos recurren a quitarse la vida corporal directamente, y otros piden ayuda. No hace mucho, un biólogo australiano, incapaz de soportar su vejez centenaria, acudió a Suiza para pedir morir en manos de médicos, por ser este país el único del mundo donde el suicidio asistido es legal. Este es un ejemplo más de cómo la encarnación como humanos puede resultar insoportable hasta cuando dura mucho, y nos trae a la memoria el cuento de Los inmortales, de Borges.

Aparte de la muerte natural, y del quitarse la vida personalmente, existen otras formas de dejar este mundo voluntariamente o por delegación:

  1. Suicidio asistido por médicos.
  2. Sedación terminal. Proporcionar tratamiento ilimitado contra el dolor, los ahogos o la demencia de alguien aunque esto acorte su vida.
  3. Eutanasia: Consiste en administrar fármacos por un equipo médico a un enfermo grave y sin solución para quitarle la vida.

Todas estas modalidades tienen un elemento común subjetivo: alguna clase de dolor insoportable. Y otro objetivo: el delegar en otros la administración del propio dolor incluso hasta la muerte.

Parece evidente que valorar con exactitud el grado de dolor, su soportabilidad, las probabilidades de ser superado, y el respetar o no la voluntad de quien desee morir coloca a los códigos deontológicos médicos y a los juristas ante graves dificultades para establecer acuerdos. Solo en Suiza es posible el suicidio asistido, la eutanasia solo es aceptada legalmente en Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Canadá y en parte de los EEUU mientras que en el resto del mundo ayudar a morir a otro se considera homicidio.

Por tanto, estamos contemplando un doble asunto: el personal y el legal. Pero queda pendiente otro de singular importancia en el que no se suele incidir por unos ni por otros: el de la conciencia. ¿Tenemos derecho moral a suicidarnos o a que alguien nos ayude a hacerlo?... Aquí las religiones coinciden: judíos, cristianos, católicos, luteranos, budistas o hinduistas están de acuerdo, y la respuesta es unánime: NO. La vida es sagrada. De acuerdo. Nadie tiene derecho a disponer de su vida, ni de la de otro, porque la vida es un regalo de Dios, una creación divina, un préstamo personal indefinido, eterno. Y por eso tiene un valor supremo certificado por el quinto Mandamiento: No mates. Se puede rechazar, pero quien mata a alguien, un día morirá a su vez por otros: es la ley universal de causa y efecto. Aquí la palabra matar siempre se refiere al cuerpo físico, pues la muerte no existe.

Nadie puede dejar de vivir

La vida- nos dice Gabriele en su libro Cada cual muere por sí mismo- no puede dejar de vivir. La vida es una corriente fluente de luz, de energía divina, que fluye ininterrumpidamente y de forma inagotable. Ninguna energía se pierde.

Sin embargo, muchos quieren abdicar de vivir y hasta piden ayuda para conseguirlo, aunque tal propósito sea un esfuerzo inútil, pues como dice Gabriele: La Vida no puede dejar de vivir. Y quien al dejar su cuerpo espera verse libre de las causas que le produjeron el dolor presente del que quieren huir, esta forma de energía que es el alma mantiene intacta su memoria, su dolor real y las causas de su infortunio. De todo ello el difunto adquiere plena conciencia al abandonar su cuerpo muerto, el único que muchos creían poseer. Ignoraban que su conciencia y su dolor no procedían de ese cuerpo, sino que este era el último reducto donde hacerse visible la carga de su alma. Aparte, existen estados intermedios, como el estado de coma, en que una persona se encuentra, por ejemplo, enchufada a una máquina viviendo artificialmente y enfrentada a la muerte sin que su alma termine de soltarse del cuerpo. Un cuerpo que es capaz de escuchar y de percibir de alguna manera el mundo físico. Es difícil saber cómo una persona en estado de coma puede sentirse, saber si su alma viaja según ciertos ciclos como en estado normal sucede, saber, en definitiva, qué le sucede, y si esa persona es consciente de algo que en estado habitual de conciencia no sabe, si tiene contactos con su guía espiritual, y otras preguntas que nos podemos hacer, en especial, y más importante, si ese estado le está siendo favorable para su evolución. Eso solo lo sabe la persona afectada, y es dudoso que lo pueda compartir aunque recupere la consciencia .Aquí viene la pregunta de si es o no legítimo enchufar a una máquina a un enfermo cuando presenta claros indicios de hallarse en un proceso físico terminal, con la esperanza de que la tecnología médica lo recupere contra viento y marea. Defender la salud física es correcto, pero todo tiene un límite, porque no somos cuerpos como algunos pretenden, incluidos muchos médicos, sino almas en cuerpos caducos.

Un asunto muy controvertido

Se comprende, pues, que estamos ante un asunto muy controvertido, donde hay mucha ignorancia científica, médica, y espiritual, y mucha hipocresía institucional y donde intervienen elementos contradictorios.

Las religiones, como hemos expresado, coinciden en condenar todas las formas voluntarias de quitarse la vida. Sin embargo, católicos, protestantes o judíos, que ponen el grito en el cielo como defensores de la vida cuando se habla de abortos, de eutanasia, o de suicidio, no parecen tener mucha autoridad moral si repasamos la historia de sus fechorías contra la humanidad. Por tanto, estamos ante unos redomados hipócritas. ¿Y qué decir de los Estados, que igual practican la pena de muerte que mandan a sus soldados a matar por ahí a donde les parece, o torturan hasta la muerte a quienes les interesa en oscuras comisarías o en cárceles secretas? Iglesias y Estados practican un doble rasero. Hipócritas redomados. Ahora bien: desde el punto de vista espiritual, de acuerdo con las leyes de Dios, unos y tienen razón en decir que nadie tiene derecho a producir dolor a nadie. Cuánto menos a decidir su muerte. Eso es lo que dicen y que no hacen.

El dolor es un maestro

Si somos amigos de Cristo sabemos que el dolor – y esto es muy importante- es un maestro que nos indica que hay algo en nuestra alma que debe ser revisado, pues eso es precisamente el agente despertador del dolor. Por tanto, tenemos la oportunidad de purificarnos. No por el dolor mismo, como erróneamente interpreta el falso cristianismo católico o luterano, con sus autoflagelaciones, ayunos y penitencias, sino mediante el reconocimiento y arrepentimiento de la causa que produjo nuestro dolor para así pedir perdón y perdonar. A fin de cuentas, cada persona vino a este mundo con la posibilidad de limpiar su alma sabiendo lo que le esperaba. Y lo aceptó antes de encarnar. También el dolor.

Cuando el dolor es insoportable, ¿qué hacer?

¿Cómo hemos de proceder en la práctica cuando el dolor es insoportable, cuando se halla un enfermo en fase terminal sin posibilidad de regenerarse y pide que se le quite la vida o el dolor aunque eso pueda llevarle a morir? Esta es una cuestión personal. Nadie, ni tampoco instituciones tienen derecho legítimo a actuar contra la ley de Dios. Otra cosa es que el libre albedrío nos lo permita y que cada uno cargue su conciencia como desee aunque luego tenga consecuencias kármicas, pues todo lo que uno hace es energía que vuelve a uno según la Ley de causa y efecto. Así que no hay nadie en este mundo que pueda legitimar el quitar la vida a una persona, ni siquiera por causa de su sufrimiento ni aunque lo pida. De lo contrario, el quinto Mandamiento tendría su letra pequeña, sus excepciones. Otra cosa es que si uno no puede soportar su dolor, pida ayuda y sedantes, pero no que le maten ni enturbien su conciencia. Su conciencia debe estar en condiciones de discriminar para poder actuar a favor de su alma, que realmente es lo único que importa, pues al fin y al cabo solo somos eso: almas en cuerpos físicos provisionales. Seres eternos de energía somos, que van y vienen a cuerpos físicos hasta saldar nuestras cuentas kármicas pendientes. A veces con dolor como el que un día produjimos en esta o en otra existencia y con el que antes o después tendremos que enfrentarnos. Y no nos vale el suicidio ni la eutanasia para eludirlo: siempre estará aguardando el momento de hacernos consciente por qué está ahí y cómo eliminarlo. No de nuestro cuerpo, sino de nuestra alma.


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