La iluminación espiritual

Mi otro prójimo

POR: FERNANDO VALLEJO

Imagen; Mi otro prójimo; Fernando Vallejo

A LOS ANIMALES

Nuestros hermanos los animales son también nuestro prójimo.

Fernando Vallejo Rendón (Medellín, 24 de octubre de 1942) es un escritor y cineasta nacido en Colombia naturalizado mexicano en el 2007. Ha recibido numerosos reconocimientos por sus obras incluido el Premio Rómulo Gallegos y el Premio FIL de Lenguas Romances, además es un duro crítico de la Iglesia Católica, la manera de hacer política en Colombia, la falsa moral, la física, los formalismos y acérrimo opositor social del expresidente Álvaro Uribe. Dos novelas suyas —El desbarrancadero y La virgen de los sicarios— figuran en los 15 primeros lugares de la lista confeccionada en 2007 por 81 escritores y críticos latinoamericanos y españoles con los mejores 100 libros en lengua castellana de los últimos 25 años.

Nota: Este articulo lo cuelgo en esta web con la advertencia de no escuchar sugerencias de ningún tipo, las personas sensibles a palabras fuertes el escritor Fernando Vallejo puede causarles un caos neural, por lo tanto si no esta preparado lo mejor es que no se meta con el siguiente escrito y si es católico menos, el articulo toca fibras profundas despertando polémicas y rabietas a los crédulos. Pueda ser que las personas que lo lean entiendan la profundidad del mensaje haciendo las consideraciones pertinentes del caso, en lo personal no comparto un par de cosas pero hago caso omiso para no enceguecerme y así poder disfrutar este desconcertante escritor Antioqueño.

Durante la segunda mitad del siglo XVIII y las dos primeras décadas del XIX, Maupertuis, Lamarck y Erasmus Darwin empezaron a hablar de lo que hoy conocemos como la teoría de la evolución: que todos los seres vivos, sin excluir al hombre, están emparentados por provenir de antepasados comunes, y en última instancia de un solo antepasado común, la primera célula que dio origen a toda la vida que ha existido y existe hoy sobre la Tierra. En 1859 Charles Darwin (nieto de Erasmus) publicó El origen de las especies para tratar de explicar cómo se origina una especie de otra, el fenómeno de la "especiación", que es un aspecto de la evolución pero no toda la evolución, y postuló para ello el mecanismo de "la selección natural" o "supervivencia del más apto", el cual a mi modo de ver no pasa de ser una perogrullada o tautología, una explicación que no explica nada, como Dios, ni más ni menos, con quien tratamos de explicar lo que no entendemos, aunque sin lograr entenderlo a Él. Pero en fin, repleto de datos de botánica y zoología, El origen de las especies daba la impresión de ser un libro muy científico y su aparición marcó el triunfo de la teoría entera de la evolución, que es lo que aquí me importa. Y es que la evolución biológica es una realidad manifiesta. Compárese usted con un perro y verá: usted y él tienen dos ojos, dos oídos, una nariz con dos orificios nasales, boca u hocico con dos hileras de dientes, un sistema circulatorio con venas y arterias y sangre roja con hemoglobina, pulmones para respirar, un sistema digestivo que procesa los alimentos y los excreta, etc., etc. Y sobre todo, que es lo que cuenta para la tesis que voy a sostener aquí, un sistema nervioso con el que usted y el perro sienten el dolor, el hambre, la sed, la angustia, la alegría, el miedo... Un sistema nervioso, que es el que produce el alma. Y dejando al perro, compare ahora a su mujer con la hembra del chimpancé y verá que los ciclos reproductivos de ambas son casi iguales y que usted está casado con una casi igual, una semisimia parlante que produce óvulos, tiene menstruación mensual, es fecundada en el coito a través de una vagina y pare después de varios meses de gestación por el mismo orificio por el que la inseminaron. Y ponga a una simia y a su mujer a agarrar sendas piedras a ver. Míreles las manos. ¿No se le hacen muy eficaces, muy expresivas, muy parecidas por no decir que iguales? Y míreles las caras, la expresión de las caras. Y por si le quedan dudas, tenga presente lo que nos enseñan la citología y la biología molecular respecto al cariotipo y el genoma: el chimpancé, el gorila y el orangután, o sea los grandes simios, tienen 24 cromosomas; el hombre, tiene 23, pero resulta que uno de los cromosomas nuestros está partido en dos en ellos; los restantes cromosomas son iguales. En cuanto al genoma (o sea el conjunto de los genes que están en los mencionados cromosomas y que determinan quiénes somos, si fulanito de tal o zutanito, si perro o gato), el del hombre y los del gorila y el orangután coinciden en el 98 por ciento, y el del hombre y el del chimpancé en el 99 por ciento. Así nos lo dice la última de las grandes ciencias biológicas, la biología molecular, la de Watson y Crick, la de Avrey, Kornberg, Spiegelman, etc., etc. ¡Carajo! Si no estamos emparentados con los simios, los perros, los gatos, las vacas y las ratas y demás mamíferos (por no ir más allá de la clase Mammalia y ampliar nuestro parentesco al fílum de los vertebrados) tampoco entonces lo están los padres con los hijos, los hermanos con los hermanos, los primos con los primos...

Cinco mil años contados desde el comienzo de la Historia, o diez mil contados desde el comienzo de la agricultura y la ganadería, o cuatro millones contados desde que en forma de australopiteco bajó del árbol, le tomó al hombre descubrir y aceptar que en esencia es un simple animal, una especie más entre los millones de especies que pueblan la Tierra. Para mediados del siglo XX ya a ningún científico le quedaban dudas de que esto es así. El "creacionismo", como se llamó la teoría opuesta a la de la evolución y que sostiene que Dios creó todas las especies inmutables tal como aparecen en el presente y que unas no provienen de las otras, hoy no es más que un feo engaño del pasado. ¿Y por qué se tardó tanto el hombre en descubrir verdad tan obvia? Por creído, por alzado, por pendejo. Por lo mismo que de 1225 a 1274 produjo a Tomás de Aquino, monje obtuso que creía que las moscas nacían por generación espontánea de la carne en descomposición, y que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo formaban una Santísima Trinidad única e indivisible. Y por lo mismo que en abril pasado, un cónclave mafioso y amañado de 115 travestis tomistas y purpurados eligió un nuevo Papa dizque inspirados por el Espíritu Santo. Y si el Espíritu Santo los inspiraba, ¿por qué no lo eligieron entonces en una sola votación y por decisión unánime, y a la luz del sol y no a puerta cerrada? Ah, por eso. Porque la nuestra es una especie cretina y Colombia igual: habiéndosenos esfumado el efímero sueño papal pues no nos dio la medida nuestro don Darío Castrillón Hoyos, hoy solo nos queda soñar con el mundial de fútbol. Y que lo vamos a ganar es indudable pues tenemos el alma concentrada en las patas.

Yo que nací en el cristianismo (y en su versión católica que es especialmente infame) he aprendido por mi cuenta, y a contracorriente de esa monstruosidad que se disfraza de religión, a querer a los animales y a respetarlos y a no comérmelos y a sentir su dolor, que hago mío. El inmenso dolor, por ejemplo, que me produce leer en El Espectador, en un artículo reciente de Lisandro Duque titulado "El sueño americano de los pollos", que hoy en día en Estados Unidos se sacrifican para consumo humano nueve mil millones de esos pobres animales que se crían hacinándolos hasta la asfixia, cortándoles los picos con tijeras sin anestesia ni analgésicos para que no se hieran unos con otros en sus estrechas jaulas, y sin ver jamás la luz del sol, bajo una luz artificial permanente, de modo que no paren de comer y engordar y crecer todo el tiempo y estén listos para ser sacrificados a los dos meses. O el dolor que me causa encontrarme, en el penúltimo número de esta revista, el reportaje de Gonzalo Mallarino "Un día en la perrera", sobre los 35 mil perros callejeros masacrados durante el último año por el Centro de Zoonosis de Bogotá, cuyo alcalde Lucho Garzón es un hombre tan bueno que para sacrificarse por nosotros aspira a la Presidencia. Y en aras de tan noble fin, puesto que los perros no pueden votar por él los elimina, en tanto a los niños pobres bogotanos les da desayunitos a lo padre García Herreros, tomando muy bien todas las precauciones para que la prensa lo fotografíe a diestra y siniestra y los padres de los niños no se olviden de él el día de las elecciones. ¡Demagogo! ¡Cabrón!

¿Y quién en Colombia ha dicho una palabra ante el horror de esos perros asesinados? Nadie. Nadie ha levantado su voz, todo el mundo calla. Y a quienes hacemos algo por los pobres animales nos lo reprochan como un delito: "¿Y por qué mejor no recoge niños abandonados?", le increpan a uno. Como si quien nos lo reprocha hubiera recogido en su vida uno solo. ¡Qué degradación moral la de Colombia! ¡Qué país más asesino, de hombres y animales! ¡Qué roña de la humanidad es esta mala raza de esta mala patria que salió a su mala madre, España la de los toros, la que despeña cabras en las fiestas populares para diversión de la chusma católica que engulle hostias, que asesina y come como endemoniada animales y los excreta después para contaminar los ríos y los mares. La del reyezuelo Juan Carlos, el zángano, el mantenido, el Borbón tarado, el cobarde que va a Rumania a matar osos a mansalva, digno sucesor de Fernando VII, su antepasado, a quien la España cerril de hace 200 años le gritaba "¡Vivan las cadenas!"

¿Pero qué piedad podemos esperar por los animales si Cristo, el paradigma de Occidente, el modelo de lo que debe ser el hombre, ni los vio? Tenía ojos para ver y no los vio, oídos para oír y no los oyó, un alma para sentir y no los sintió. No le dio su almita estrecha para entender que los animales eran como él y que sufrían como él y para hacer suyo su dolor. En vano buscaremos una sola palabra suya de amor por ellos en los evangelios. No la hay. Creía que Satanás podía meterse en el cuerpo de una culebra o de un cerdo, de donde pretendía expulsarlo. ¡Cómo puede caber un ser malvado en el cuerpo de unos seres inocentes! Si en algún cuerpo estuvo metido Satanás en su tiempo fue en el suyo, o mejor dicho en su alma, en su alma de hombre, y de hombre rabioso y loco. Cristo no fue más que un profeta loco de esos que producía por cargas, hace dos mil años, Israel. Y dos mil años después, tonsurados y fanáticos nos lo quieren seguir haciendo pasar por el dechado de todas las virtudes, el mejor de los hombres. Ningún hombre ha habido más dañino que este que quiso borrar la ley del talión consagrando la impunidad en este mundo, así como ningún animal de la creación entera ha habido más dañino y malo que el hombre. Y sin embargo de todas las especies animales de la creación, nosotros somos los únicos que podemos experimentar el dolor moral, el dolor por el prójimo, que llega a veces a ser tan intenso, tan destructivo, tan terrible como para acabar con toda esperanza.

¿Pero qué se podía esperar de uno que nació en la religión judía, en ese fanatismo perverso que era capaz de sacrificar a un cordero -un humilde animal inocente que siente las cuchilladas y el terror como lo podemos sentir nosotros- en el altar de Dios, que no existe? Dios es una entelequia estúpida, un engendro malvado de la mente humana por fuera de la cual no tiene existencia propia. El cordero en cambio la tiene. Y sangre. Y un sistema nervioso con el que siente el dolor. Y un alma como la nuestra, y si no, entonces tampoco tenemos alma nosotros. El alma es un epifenómeno del cerebro, la luz del foco. ¡Ay Tomás de Aquino, dominico malvado y barrigón, la que sí no tuvo alma fue tu madre que en mala hora te parió! Como no ha tenido alma tampoco nunca tú infame Iglesia.

¿Y Mahoma? ¿Es que acaso vio a los animales esta bestia bípeda lujuriosa que además de la viuda rica con que se casó para explotarla tuvo 14 concubinas y que propagó su religión haciendo milagros pero con la espada, bañando la tierra en sangre? Tampoco los vio. A las mezquitas no entran los perros ni los perros cristianos. Mahoma les impide el paso. Pues bien, a las religiones de este rufián sanguinario y de ese profeta loco de Israel, esto es al mahometismo y al cristianismo, pertenece hoy en día más de la mitad del género humano: tres mil setecientos millones que son musulmanes o cristianos, y que como los judíos que los produjeron, irrespetan a los animales y no les conceden la verdad innegable de que también tienen alma, la capacidad de pensar y de sufrir. Si la tenemos nosotros también la tienen ellos. Lo que sí no creo es que sea inmortal: ni la suya ni la nuestra. El alma es un producto fugaz y perecedero del cerebro, una pesadilla de la materia.

Paisanos: somos como perros, como gatos, como vacas, como ratas... Hasta tenemos sus mismas enfermedades. Las ratas, por ejemplo, nos contagian la peste, pero nosotros a su vez se la contagiamos a ellas. ¡Pobres ratas! Y a los perros les da diabetes, como a nosotros, y sobre todo si les sacamos el páncreas para experimentar y ver si sí les da. ¡Pobres perros! Y les da cáncer, como a nosotros. Y envejecen, como nosotros. Y se mueren, como nosotros. ¿A qué entonces tanta soberbia de esta especie del Homo sapiens excretora, mentirosa y mala? Y perecedera y vanidosa y protagónica y tartufa como Wojtyla, en vida pavo real inflado de desplegada cola policroma y difunto ahora gracias a Satanás o a Dios o a quien sea, y a quien en estos mismísimos instantes en que escribo se lo están comiendo de a poquito, muerto, en el pudridero de los papas, los gusanos. ¡Pobres gusanos! Hoy se están envenenando en la oscuridad de Dios con semejante malvado mis hermanos gusanos.

Somos una especie más entre millones y millones de especies animales, y las diferencias entre nosotros y los restantes mamíferos son insignificantes. A diferencia de los animales hemos desarrollado el lenguaje hablado, el de las palabras, el cual nos da la capacidad exclusivamente humana de mentir. Nos designamos como el Homo sapiens u hombre sabio pero no, somos el Homo mendax, el hombre mentiroso, la mentira es nuestra esencia. En este mes de junio del año 2005, desde esta altísima columna de moral de la revista SoHo que he levantado sobre viejas en pelota, propongo cambiarla por la compasión. Que pasemos a ser el Homo miséricors, el hombre misericordioso. Misericordioso pero no solo con los otros hombres como propuso Cristo, quien nada vio, sino también con los restantes animales puestos que en esencia son como nosotros. Todos los animales, y no solo el hombre como propuso Cristo, son nuestro prójimo. Y lo son en la medida de su dolor. Todo el que tenga un sistema nervioso para sentir y sufrir es nuestro prójimo.

Los Evangelios son cuatro: el de Mateo, el de Marcos, el de Lucas y el de Juan. Si en vez de decir "los Evangelios" a secas, decimos "los santos Evangelios", entonces sus autores son: san Mateo, san Marcos, san Lucas y san Juan. Y como al español últimamente le ha dado, para sumárselo a su anglización rabiosa, por el vicio nefando de la mayusculitis como si fuera alemán, entonces sus cuatro autores son: San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan. Yo, que no paso de un antioqueño carrieludo, les diría simplemente don Mateo, don Marcos, don Lucas y don Juan. "Doctores" no porque ya sabemos que en Colombia "doctor" es cualquier h.p. (o si prefieren, H.P. con mayúscula) y de insultar no se trata. Se trata de comprender: de ver claro en lo confuso y de sacar agua limpia de un pantano. Porque pantanosos son los cuatro Evangelios, a mí que no me vengan con cuentos.

Marcos y Lucas no conocieron a Cristo, y casi todo lo que cuentan de él lo tomaron de Mateo, que fue el que escribió primero y que sí lo conoció, como también lo conoció Juan, el discípulo amado y autor del último Evangelio. Mateo escribió su Evangelio en arameo, que era lo que hablaban en la comarca de Galilea, pero de inmediato fue traducido al griego, la lengua en que escribieron los otros tres. Marcos y Juan eran judíos y también de Galilea, y hablaban por lo tanto arameo (Lucas no, no era judío, era gentil y de Antioquía en Siria). ¿Cómo le hicieron entonces para escribir sus evangelios en griego, que yo en años y años de estudios empeñosos no logro ni medio leer? Ah, yo no sé. Lo aprenderían por ciencia infusa del Espíritu Santo: del Paráclito, que también así se le dice a la palomita blanca que bajó sobre los apóstoles en lenguas de fuego para infundirles todas las lenguas, y que salvó al presidente Uribe de los paramilitares, según nuestro Primer Mandatario le contó recientemente a Patricia Janiot en CNN. Ah no, perdón, fue de las Farc de las que lo salvó, que eran los que lo querían matar pero a quienes él les perdonará sus crímenes decretándoles impunidad absoluta y volviendo la otra mejilla como Cristo porque no es vengativo sino todo lo contrario, un hombre bueno cuya sexualidad solo se expresa con el gustico de contar votos: cada mil quinientos eyacula. Y a propósito de este santo varón bendecido por el Paráclito, ¿qué fue lo que pasó la otra noche en La Carolina, en la oscuridad de sus montañas y de las conciencias? Ah, yo no sé, infórmense en Semana, que allá sabrán. Pregunten por los Doce Apóstoles, así, con mayúsculas, capitaneados por Santiago el Mayor.

Pero volviendo a los Evangelios, ¿qué decía que se me olvidó? Ah sí, que san Mateo escribió su Evangelio en arameo pero que de inmediato lo tradujeron al griego. ¿Quién lo tradujo? No se sabe. ¿Y dónde está el original arameo? Se perdió. ¿Y la traducción original griega? También. ¿Y cómo sabemos que el Evangelio de San Mateo que conocemos hoy y que leen los curas en misa (antes en latín y hoy en lengua vernácula) no es un fraude del viento, un invento de los siglos transcurridos, casi veinte? Ah, yo no sé, Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que saben responderlo. Lo que sí sé, porque salta a los ojos en una lectura atenta, es que los evangelistas se contradicen. O sea, el viento tramposo y fraudulento que ha tenido veinte siglos para ponerlos de acuerdo se ha limitado a soplar como en un caracol vacío. Un ejemplo. Cuando crucifican a Cristo le ponen a lado y lado, en sendas cruces, a dos ladrones, de los cuales hablan los cuatro evangelistas. Juan apenas si los nombra ("en el Gólgota donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y en el centro Jesús"). Mateo dice lo mismo ("También crucificaron con él a dos ladrones: uno a la derecha y otro a la izquierda), pero luego agrega que los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos, más los que pasaban cerca a la cruz, injuriaban a Cristo y se burlaban de él diciéndole que si era tan el Hijo de Dios y tan el Rey de Israel, que se bajara de donde lo habían colgado, y "de la misma manera, también lo insultaban los ladrones que habían sido crucificados con él". Y lo mismo cuenta Marcos: que lo crucificaron con "dos ladrones, uno a su derecha y otro a su izquierda", y que los príncipes de los sacerdotes y los escribas y los que pasaban lo injuriaban y se burlaban de él, para terminar el pasaje diciendo: "Incluso los que estaban crucificados con él le insultaban". Pero Lucas, después de contar que lo crucificaron con dos ladrones, "uno a la derecha y otro a la izquierda", y que todo el mundo se burlaba de él y lo injuriaba, termina el episodio de una forma muy distinta: "Uno de los ladrones crucificados le injuriaba diciendo: ¿No eres pues Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro le reprochaba a su colega: ¿Ni siquiera tú que estás en el mismo suplicio temes a Dios? Nosotros, en verdad, aquí estamos merecidamente pues recibimos lo debido por lo que hemos hecho, pero éste no hizo mal alguno. Y luego le dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando estés en tu reino. A lo cual le respondió Jesús: En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso". ¿Entonces qué, en qué quedamos? ¿Los dos ladrones lo insultaban, o solo uno? Mateo y Marcos dicen que ambos, pero Lucas dice que solo uno. ¿A quién le creemos? ¿A aquéllos, o a éste? A mí el asunto del buen ladrón me tendría sin cuidado si la Iglesia no sostuviera la "canonicidad" de los cuatro Evangelios, esto es, que al igual que los 23 libros restantes del Nuevo Testamento y todos los del Antiguo, los cuatro Evangelios fueron inspirados por Dios. "Un libro es canónico cuando habiendo sido escrito bajo la inspiración divina es reconocido y propuesto como tal por la Iglesia. La Iglesia no define como canónico ningún libro que no sea inspirado", palabras de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra inspiradas si no por Dios por lo menos por monseñor José María Escrivá de Balaguer, fundador y dueño del Opus Dei, un negocito del carajo. ¡Carajo, qué son todos estos cuentos! ¿No se podía poner el Espíritu Santo de acuerdo consigo mismo al dictarles a los cuatro evangelistas cuatro versiones concordantes en vez de ponerlos a contradecirse en este asunto de los dos ladrones?

Señor presidente Uribe: hago una pausa aquí para preguntarle cómo supo que fue el Espíritu Santo el que lo salvó de las Farc y no el Padre o el Hijo. ¿Tiene usted forma de distinguirlos? ¿De decirnos cuál de las Tres Personas Distintas de la Santísima Trinidad es cuál, separándola de las otras? Le dijo usted a Patricia Janiot que el Espíritu Santo fue su salvador. ¿Cómo lo reconoció, cómo lo supo? ¿Por la apariencia? ¿Por la voz? ¿Por el olor? ¿A qué olía? ¿A azahar, o a tabaco rancio? Propongo que la Universidad de Lovaina le dé a Su Excelencia el Doctorado Honoris Causa en Teología y que lo firme el Papa Ratzinger. ¡Hosanna, colombianos, de Primer Mandatario tenemos un teólogo, Colombia está salvada!

Como el cuentecito ese de los dos ladrones, entre contradicciones, ridiculeces, turbiedades, infamias, atropellos, absurdos y mentiras, en los Evangelios tengo contados como mil quinientos que he ido anotando en cuadernos para sacárselos en cara a la Iglesia cuando acepten mi desafío a discutir ante los niños de Colombia sus embustes por televisión. Aquí les va un atropello mezclado con una infamia: el episodio del endemoniado y la piara de cerdos. Lo cuentan tres de los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos y Lucas. Que al llegar Cristo a la región de los gadarenos y los gerasenos vino a su encuentro un endemoniado (Mateo dice que dos) pidiéndole que no se metiera con él, que lo dejara tranquilo con sus demonios adentro. Pero Jesús, que actuaba como Nazarín el de la novela de Galdós y la película de Buñuel que donde ponía la mano metía la pata, resolvió sacarle los demonios y hacerlos entrar en una piara de cerdos que por allí pacían. Y dicho y hecho. "Entonces toda la piara corrió con ímpetu por la pendiente hacia el mar y pereció en el agua", dice Mateo. Y Marcos: "Y saliendo los espíritus inmundos, entraron en los cerdos; y con gran ímpetu la piara, alrededor de dos mil, corrió por la pendiente hacia el mar, donde se iban ahogando". Y Lucas: "Salieron los demonios del hombre y entraron en los cerdos; y la piara se lanzó con ímpetu por un precipicio al lago y se ahogó". ¡Dos mil! ¿Se imaginan? Ése fue el dañito que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad les hizo a los porqueros. Supongamos que le haya hecho un bien al endemoniado sacándole los demonios, ¿pero a los porqueros? ¿Les pagó acaso a los porqueros los dos mil puercos que les hizo caer al lago o al mar? ¡Qué se los iba a pagar! Mateo concluye el episodio así: "Los porqueros huyeron y al llegar a la ciudad contaron todo, en particular lo de los endemoniados. Ante esto toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y al verle le rogaron que se alejara de su región". Y con similares palabras concluyen el episodio Marcos y Lucas. ¿Y saben qué comentan al respecto, en nota de pie de página de su edición de los Evangelios, José María Escrivá de Balaguer y sus secuaces de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra? Esto: "Contrasta la distinta actitud ante Jesucristo: los gerasenos piden a Jesús que se aleje de la ciudad; el que fue librado del demonio quiere quedarse junto a Jesús y seguirle. Los habitantes de Gerasa han tenido cerca al Señor, han podido ver sus poderes divinos, pero se han cerrado sobre sí mismos pensando solo en el perjuicio material que constituyó la pérdida de los cerdos; no se dan cuenta de la obra admirable que ha hecho Jesús". ¡Imbéciles! A ver si los Uribes aceptan que Cristoloco, por sacarles los demonios de adentro a Tirofijo, les eche por un despeñadero sus toros de lidia de La Carolina. Y a propósito, Uribe, de marranos y toros de lidia y demás animalitos hermanos míos de cuatro patas: ¿ya echaste a la mataperros Londoño del Instituto de Bienestar Familiar, o sigue impune? Impune como está impune el mataperros Lucho Garzón, que electrocuta 35 mil perros callejeros al año en su Centro de Zoonosis. Te va a llover, Uribe, te va a llover.

Cristo es un loco arbitrario y rabioso. ¿Qué es la parábola de los obreros de la viña, que cuenta Mateo, si no la consagración de la arbitrariedad? Un amo sale a contratar obreros para su viña, a denario por día. A unos los contrata al amanecer, a otros a la hora tercia, a otros a la hora sexta, a otros a la hora nona y a otros a la hora undécima. A la caída de la tarde llama a su administrador y le ordena: "Llama a los obreros y dales el jornal, empezando por los últimos hasta llegar a los primeros". Y así procede, a todos les paga un denario, a los que trabajaron el día entero bajo el calor y a los que solo trabajaron una hora, y no solo eso sino que les paga primero a los que llegaron de últimos. Y cuando los que trabajaron el día entero se lo reprochan, a uno de ellos le contesta: "Amigo, no te hago ninguna injusticia; ¿acaso no conviniste conmigo en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero dar a este último lo mismo que a ti, ¿no puedo yo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O es que vas a ver con malos ojos que yo sea bueno? Así los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos". Les evito la explicación entera de los secuaces del Opus Dei por descarada y estúpida. Concluye así: "A primera vista, la protesta de los jornaleros de primera hora parece justa. Y lo parece porque no entienden que poder trabajar en la viña del Señor es un don divino". Va fan culo, que trabaje su madre en ella, en la viña del Señor, que yo me siento a rascarme las pelotas. Ésta es la parábola de la arbitrariedad y la injusticia. ¡Por las barbas de Castro, por la calva de Lenin, por la tumba de Marx! ¡Viva la revolución matacuras!

En cuanto al rabioso, sirva para retratarlo la expulsión de los mercaderes del templo. "Y entrando en el templo comenzó a expulsar a los que vendían y a los que compraban y derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas. Escrito está que mi casa será llamada casa de oración y vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones" (Marcos, 11, 15-19). Y yo pregunto: ¿Si no quería que los cambistas y los vendedores de palomas trabajaran en el templo, por qué no los hizo ricos? ¿No dizque era pues el Hijo del Padre, y su padre el Todopoderoso? Lo que pasa es que según mandato del Éxodo (23,15) los judíos no se podían presentar en el templo con las manos vacías sino que tenían que traer siempre una víctima para el sacrificio. Así que para facilitarles a los que venían de lejos el cumplimiento de este mandato infame se había montado en el atrio del templo una especie de feria de ganado, un mercado de venta de animales para el sacrificio. Infame la religión judía que no respetaba a los animales, e infame la religión cristiana que nació de ella. ¿Cómo se puede sacrificar a un cordero, que siente y sufre como nosotros, en el altar de Dios, que no existe? ¿Y que si existe es el Todopoderoso que no necesita de la sangre de un pobre animal inocente? ¡Judíos cabrones! ¡Cristianos cabrones! ¡Maricas! ¡Pirobos!

En cuanto a las palomas que vendían los mercaderes del templo, ¿no estaría entre ellas el Espíritu Santo, el Paráclito? ¿El que salvó a Uribe de las acechanzas de las Farc? Y ojo a no leer "paralítico" ni ir a pensar que el Paráclito es el que lo tiene todo el tiempo parado. No. Ésos son los lectores de SoHo. ¡Ah con estas viejas en pelota que salen aquí crucificadas, en un vía crucis más doloroso que el que padeció Cristo! ¡En qué estado nos mantienen! Tan perturbadoras ellas, tan capaces de parir, desde sus entrañas tenebrosas, los muchachos más hermosos...


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