El poder reconocer

CUENTO ZEN CON MORALEJA

Si dices de corazón que reconoces tu vanidad, es rendición profunda, una apertura, una receptividad, al reconocer descubres que los fallos te pertenecen.

Imagen del cuento: El poder reconocer

Cuento zen sobre el poder reconocer

Cierta vez, un sabio sufí les pidió a sus discípulos que dijeran cuáles eran las vanidades que habían tenido antes de iniciar sus estudios con él.

El primero dijo: Yo imaginaba ser el hombre más hermoso del mundo.

El segundo dijo: Yo creí que, en mi condición de religioso, era uno de los elegidos.

El tercero dijo: Yo me creí capaz de enseñar.

El cuarto dijo: Mi vanidad fue mayor que todas esas, pues creí que podía aprender.

Entonces, el sabio observo: La vanidad del cuarto discípulo sigue siendo la mayor: la vanidad de reconocer que en un tiempo tuvo la máxima vanidad.

MORALEJA

Si dices de corazón: Reconozco mi vanidad, es una rendición profunda, una apertura, una receptividad, una declaración a ti mismo y al Universo. En el reconocimiento siempre descubres que los fallos te pertenecen.

Si reconoces, la lucha ha terminado, uno comprende que todo estaba bien. La ganancia y la perdida, ambas se asimilan. Errar también es parte del crecimiento, y entrar en el mundo también era parte de la búsqueda de Dios. ¡Era necesario! Reconocer acaba de una vez con ello y si no reconoces, aún no estás listo, y si intentas llegar a tu fuente interna reconociendo a medias, va a ser una represión. Y la represión divide, te aleja de la fuente.

Eres tan cobarde que necesitas tiempo incluso para reconocer tu divinidad. Te has censurado tanto a ti mismo que no puedes concebir que puedas ser Dios, y por ello tampoco puedes entender que Buda pueda ser Dios, o que Cristo pueda ser Dios.

El ego siempre está dispuesto a negar y nunca a reconocer, nunca está dispuesto a transformarse a sí mismo. El ego puede decir que no existe Dios; pero no es capaz de decir: Puede que exista, porque tengo tantos bloqueos que soy incapaz de percibir a Dios. El ego puede negar que exista una flor, pero no puede reconocer el hecho de que ha perdido la capacidad de oler.