Las cuatro esposas

Cuento zen con moraleja

Tenemos cuatro esposas: el cuerpo, los bienes y riquezas, la familia y el alma. Esta última será la que te acompañará siempre. ¡Ámala más que a ninguna!

Imagen del cuento: Las cuatro esposas

Cuento zen sobre el alma

Había una vez un rey que tenía cuatro esposas. El rey amaba a su cuarta esposa más que a las demás. La cubría de joyas y le daba siempre lo mejor.

También amaba a su tercera esposa y la llevaba con él por sus territorios, pero temía que se fuera con otro.

Amaba, igualmente, a su segunda esposa. Ella era su confidente.

La primera esposa era su compañera leal. Había ayudado a mantener en pie el gran reino. El rey, sin embargo, no amaba a la primera esposa. Apenas se fijaba en ella.

Un día, el monarca enfermó gravemente y pensó:

Ahora tengo cuatro esposas, pero, cuando muera, estaré solo.

Decidió hacer una pregunta a cada una de las esposas. Habló con la cuarta y le dijo:

Te he amado más que a las demás, te he proporcionado los mejores vestidos y te he cuidado. Ahora me muero. ¿Estarías dispuesta a morir conmigo?

Ni pensarlo, respondió la mujer. Y se alejó muy enfadada.

El entristecido rey preguntó también a la tercera esposa:

Te he amado toda mi vida. Ahora estoy muriendo. ¿Estarías dispuesta a seguirme?

No, replicó la tercera. ¡La vida es demasiado buena! Cuando mueras, me volveré a casar.

Entonces interrogó a la segunda:

Siempre has estado ahí para ayudarme. Ahora me muero. ¿Querrás acompañarme al otro lado?

Lo siento, respondió la segunda esposa, esta vez no puedo ayudarte. Lo único que puedo hacer por ti será enterrarte.

Y el rey, de pronto, oyó una voz. Decía:

Me iré contigo.

Era su primera esposa. Aparecía delgada y desnutrida. El rey, muy afectado, contestó:

Debí atenderte cuando tuve oportunidad de hacerlo.

Y el Maestro redondeó:

Quien tenga oídos, que oiga.

MORALEJA

En realidad, todos tenemos cuatro esposas: el cuerpo (la cuarta), nuestros bienes y riquezas (la tercera esposa), la familia (la segunda) y el alma (la primera esposa). Esta última será la que te acompañará siempre. ¡Ámala y cuida sus necesidades más que a ninguna!

El alma tiene sus necesidades. Debes acordarte de Jesús diciéndoles a sus discípulos en numerosas ocasiones: «Comedme, soy vuestra comida y dejadme ser vuestra bebida». ¿Qué quería decir? Es una clase de necesidad distinta y a menos que sea satisfecha, a menos que te conviertas en Dios al comerlo, al absorberlo, a menos que Él fluya en tu alma como tu sangre, a menos que Él se convierta en tu consciencia, seguirás estando insatisfecho. El alma tienes sus necesidades. La espiritualidad satisface esas necesidades.

La mente es una frontera donde el cuerpo y el alma se encuentran. Cuando el cuerpo y el alma se separan, la mente simplemente desaparece. No existe por sí misma.

Si meditas sobre alguien que haya trascendido los deseos, te volverás como él antes o después, porque la meditación te convierte en algo semejante al objeto de meditación. Si meditas sobre el dinero, te convertirás en algo parecido al dinero. Ve y observa al avaro, ya no tiene alma, solamente tiene una cuenta corriente, no tiene nada dentro. Si le escuchas, solo oirás cheques, allí no descubrirás corazón alguno.

Te convierte en algo similar a lo que prestas atención. Piénsalo, ¿a qué esposa le prestarías atención? No pongas tu atención en algo en lo cual no te gustaría convertirte. Presta solamente atención a aquello en lo que te gustaría convertirte, porque ese es el principio.

La semilla es enterrada con la atención y pronto se convertirá en un árbol.