¿Cómo soltar el yo?
Cuento zen con moraleja
Si el «YO» siempre ha existido, ¿qué es lo que queda por soltar? Y si no lo encuentras, no hay manera de soltarlo. ¿Cómo puedes soltar algo que no existe?
Cuento zen sobre el yo?
Un hombre que renunció a todo y llegó a la puerta de lo divino. Había renunciado a su riqueza, a su esposa, a su casa, a sus hijos, a la sociedad, a todo; y, después de haber renunciado a todo, se acercó a la puerta de lo divino. Pero el portero lo detuvo y le dijo:
Todavía no puedes entrar: Primero, ve y déjalo todo atrás.
Pero ¡lo he dejado todo! –adujo el hombre.
Es evidente que te has traído a tú yo – le explicó el portero-. No nos interesa lo demás; solo nos interesa tú yo. No nos importa lo demás: solo nos interesa tú yo. No nos importa lo que dices que has dejado atrás: lo que nos interesa es tú yo. Vete, suéltalo y vuelve.
No tengo dinero, ni esposa, ni hijos. No poseo nada.
Todavía tienes a tú yo en tu bolsa –dijo el portero- Vete y suéltalo. Estas puertas están cerradas para los que traen a su yo: las puertas han estado cerradas siempre para ellos.
MORALEJA
Pero ¿Como soltar el yo? Nunca soltaremos el yo a base de intentar dejarlo. ¿Cómo puedo soltar el mismo yo? Esto es imposible. Sería como si alguien intentase levantarse a sí mismo tirándose de los cordones de los zapatos. ¿Cómo puedo soltar el yo? Aun después de soltarlo todo, todavía quedaré yo. Como mucho, alguien podría decirse: He soltado el ego; pero eso demostraría que todavía lleva encima su yo. Uno se vuelve egocéntrico incluso en lo que se refiere a soltar su ego. Entonces, ¿qué debe hacer uno?
Es una situación bastante difícil, pero ciertamente esta situación no tiene nada de difícil, porque no debes soltar nada. En realidad, no debes hacer nada. El yo, el ego, se refuerza con todo lo que se hace. Lo único es que mires dentro y que busques el yo. Si lo encuentras, no puedes soltarlo de ninguna manera. Si siempre existe allí, ¿qué es lo que queda que puedes soltar? Y si no lo encuentras, entonces tampoco hay manera de soltarlo. ¿Cómo puedes soltar algo que no existe?
Así pues, mira si el yo está allí o no. Lo único es que el que mira dentro de sí mismo se ríe a carcajadas, porque no es capaz de encontrar a su yo en ninguna parte dentro de sí mismo. Por tanto, ¿qué queda? Lo que queda entonces es Dios. Lo que queda después de desaparecer el yo, ¿puede estar separado de ustedes? Cuando deja de existir el mismo yo, ¿quién va a establecer esa separación? Solo el yo me separa a mí de ti y a ti de mí.
Piensa en la pared de una casa. Las paredes producen la ilusión de que dividen en dos el espacio, aunque el espacio nunca se parte por la mitad: el espacio es indivisible. Por muy gruesa que sea la pared que levantáis, el espacio interior de la casa y el espacio exterior no son dos espacios diferentes: son uno solo. Por muy alta que sea la pared, el espacio interior de la casa y el exterior no se separan nunca. Pero el hombre que vive dentro de la casa tiene la impresión de que ha dividido en dos el espacio: un espacio en el interior de su casa y otro en el exterior. Pero si se derrumbara la pared, ¿cómo diferenciaría el hombre el espacio interior de la casa del espacio exterior? ¿Cómo lo determinaría? Solo quedaría espacio.
Del mismo modo, hemos dividido la conciencia en fragmentos levantando las paredes del yo. No se trata de que, cuando se derrumbe la pared del yo, yo empezaré a ver a Dios en ti. No: entonces no te veré a ti; solo veré a Dios. Entiendan con cuidado esta distinción tan sutil. En cuanto miras dentro, desapareces. Y, al desaparecer, lo que ves será Dios.