La iluminación espiritual

Una invitación a la convergencia

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Una invitación a la convergencia; Patrocinio Navarro

DEBEMOS CONVERGER

Hoy y ahora estás solo ante este escrito elaborado en mi soledad y para acompañar la tuya. Entre tu soledad y la mía y tiendo un frágil puente de signos convencionales y palabras inaudibles que quieren -quisieran- acercarnos a ambos a la conciencia de ser tan únicos como formando parte de algo donde la soledad se diluye.

Un sentimiento punzante, una añoranza de unidad surge mientras contemplas desde tu ventana azotada por la lluvia los errantes círculos de paraguas multicolores, solitarios y anónimos que discurren apresurados mientras un reloj da horas olvidadas en alguna parte. Y esas figuras (¿quiénes, hacia dónde, por qué ?) que caminan bajo sus paraguas ¿no serán fragmentos tal vez de tí mismo y míos (¿quiénes, por qué, hacia dónde?), destinos en fuga hacia alguna parte? Tu destino, el mío, no es el de todos, pero ¿confluyen en algún punto como esos paraguas que ahora mismo se detienen en el cruce de calles?... Uno frente al otro, uno frente a sí, uno frente al Cosmos, yendo hacia alguna parte...

¡Cuántos intentos del cuerpo mental aplicando su razón para saber ese "hacia dónde" hasta caer en la cuenta de la pobreza de la razón para semejante viaje! ¡Y cuantos intentos del cuerpo espiritual en busca de una fe capaz de sostener ese viaje hacia el misterio perseguido! Razón, fé, tantas veces insuficientes como pilares para sostenerse en la búsqueda, pero tan a menudo excusas más que suficientes para encender hogueras de odios y arremeter contra la razón o la fe de otros a los que se ve como enemigos. ¿Hay que aniquilarles en nombre de esos pobres pilares en los que apenas si se sostiene nuestra propia vida?

Estás solo ante escrito escrito de soledad a soledad, mientras buscas qué verdad donde refugiarte, sentirte acogido y alimentado para este largo peregrinaje. El tiempo se desvanece como arena líquida ante tu mirada sorprendida en el espejo buscando una identidad que tampoco es, que también se desvanece. El espacio, otra ilusión, se borra con solo cerrar los ojos.

Pero ningún pensamiento se devane. Se agarra fuertemente a tu cerebro, penetra como un viento silencioso en cada célula de tu cuerpo, y te empuja a la acción porque quiere ocupar su propio lugar en el mundo. Y ¿qué decir de un sentimiento sino afirmar su empuje en tu cuerpo y en tu alma? Tampoco ningún sentimiento se detiene; te penetra y pasa ¿hacia dónde? ¿en qué lugar y con quiénes nos hemos de encontrar un día con ese sentimiento recién creado? Nada se detiene, ninguna verdad se acaba en sí misma, todo fluye hacia su propio destino escrito ya en su mismo origen.

Nada es perdurable, me dices.¿ Nada? Algo permanece sobre todas las cosas fugitivas: la conciencia de ser único, solo, fragmento consciente de una gran totalidad. Y como únicos, como solos, como fragmento de vida dotado de conciencia intento explicarme y explicarte, interpretarme, interpretarte, porque es preciso aclarar quién es uno, y quién es respecto al otro; situarse uno para actuar luego en la realidad que cree haber comprendido y en la que precisa depositar su fe y su razón, pero no para servirse de ella como fragmento egoísta, sino para servir, para formar parte de aquello a lo que se sirve y a lo que convenimos en llamar Totalidad o Realidad.

¿Y qué es realidad? Vuelves a peguntarme. Hay muchos mundos, me dices. ¿Es más real el que tú percibes que este otro que percibo yo mientras observo desde mis ventanas azotadas por la lluvia cómo los pasajeros de los paraguas se desparraman en varias direcciones? Y te contesto que me fascina el poliedro. Hallo en él, en en sus caras diversas que convergen hacia esa unidad a la que llamamos "poliedro" una representación de una verdad de la que todos formamos parte con nuestras soledades múltiples que convergen hacia aquello que nos une. La infinita multiplicidad de las caras del poliedro hacia esa unidad que llamamos Totalidad sería la esfera, la cima de la geometría y canon de construcción del Universo. Lo di-verso y el Universo tienden a encontrarse.

De la verdad que tú percibes extraes tus verdades. De la que yo percibo extraigo las mías. Entre unas y otras existen distancias que se miden en códigos genéticos, humores químicos, experiencias, intuiciones, hormonas, y muchas otras cosas entre tu ser-distinto y mi ser-distinto; entre tu pensar-distinto y mi pensar-distinto.

Entre mi soledad y la tuya, arrancamos porciones de verdad a porciones de la realidad donde posamos-no por casualidad-nuestra mirada que desea comprender. No por casualidad: nos hallamos de algún modo disponibles para captar diferentes aspectos de eso que llamamos Realidad en el gran poliedro de más de seis mil millones de caras al que llamamos Humanidad.

Nadie posee la Verdad, es demasiado esférica para ser comprendida con los recursos de la mente. Sería preciso abrir otras ventanas más luminosas y contemplar paisajes más profundos. Como mucho, y mientras esto sucede, cada uno con su pequeña parcela de verdad y una gran humildad puede intentar la mirada convergente, integrar nuestras verdades del tipo que sean( artísticas, matemáticas. científicas, filosóficas, espirituales...) y con ellas investigar para ver el modo de confluir con la totalidad que significa la esfera. La perfección simbólica del simbólico poliedro. Y para esto se precisa trascender la propia verdad, esa a la que uno se apega como lapa a la roca y desde la que arremete contra el no posee la misma y considera enemigo por tal motivo.

Uno de los últimos convencimientos de los hombres quizás sea este, el de la relatividad de las verdades humanas y la necesidad de buscar cada uno por su parte otras más fiables que lleven a la esfera de la unidad perdida.

Por el simple hecho de ser humanos nos hemos embarcado en la misma aventura: la de ser, la de vivir, y la de tener que dejar este mundo en busca del siguiente que nos aguarda.

Las caras del poliedro se agrupan según leyes matemáticas; las del poliedro humano, según las leyes del amor. Las infinitas células que constituyen nuestro cerebro y nuestra materia toda, no bastan para definir nuestra individualidad. Por el hecho de ser humanos formamos parte del tejido social; por el hecho de ser materia inteligente formamos parte del tejido del Cosmos. Por el hecho de poseer un alma pertenecemos al alma del Universo a la que llamamos Dios Padre-Madre.

Esto hace que nuestra soledad así entendida sea un fragmento individual de una conciencia superior; una partícula de la gran esfera cósmica a la que pertenecemos uno a uno, cualquiera que sea el nombre con que la definamos.


RELACIONADOS

«Una invitación a la convergencia»