La iluminación espiritual

Un encuentro bajo la lluvia

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Un encuentro bajo la lluvia; Patrocinio Navarro

ENCUENTROS COTIDIANOS

Lo que el hombre emite puede activarse en el prójimo
cuando en él hay algo igual o parecido.

Jesús de Nazaret

Sucede en una parada de autobús al aire libre. Llueve copiosamente. Una joven aguarda pacientemente bajo su paraguas, mientras ve acercarse a un hombre con un maletín negro y sin protección alguna, que saluda alegremente al llegar. Están solos. Durante unos pocos segundos, cada uno de ellos ha observado algunos detalles sobre el otro y proyectado su propio mundo de deseos, expectativas, ensoñaciones, necesidades, y otras cosas de una manera tal vez inconsciente. Finalmente, todo eso propicia el encuentro. Ella le invita a colocarse bajo su paraguas haciendo alusión al mal tiempo y al estado empapado del hombre del maletín.

Éste, visiblemente agradecido, acepta la invitación, pues se ha despertado en él, a través de las señales enviadas por la otra persona, un interés repentino. También en su inconsciente se pusieron en marcha cosas semejantes a las de ella. La conversación que se entabla a continuación parte de una inexplicable y repentina atracción que cada uno siente por el otro, eso que algunos llaman un flechazo. Parece fluir con tanta facilidad el modo de comportarse, mirarse, dialogar, que pronto surge el deseo de prolongar ese encuentro, ¿por qué no? Así que olvidados provisionalmente de sus respectivos viajes deciden marchar a un café próximo, y en el ambiente cálido y acogedor del lugar fluyen aún más nítidos y profundos los mensajes verbales y no verbales. Ambos comentan la sorpresa que ha supuesto ese encuentro. Ambos están convencidos de que esa mañana iban a tomar un autobús, pero ignoran por completo que iban al encuentro de su propio destino. Se sienten alegremente próximos y mutuamente acogidos.

Si alguno de ellos hubiese sido clarividente, o asistido a una sesión de regresión psíquica, se habría dado cuenta enseguida que esa persona, aparentemente desconocida, que se hallaba enfrente no era más que alguien que encontró, por ejemplo, en otra existencia y con la que habían existido fuertes diferencias y conflictos dolorosos entre sus egos, que en la vida anterior no había podido o querido resolver ninguno de ellos, así que cuando dejaron este mundo les acompañó un rencor mutuo. Y ahora comienza una oportunidad de solucionar lo pendiente.

Claro está que con otro aspecto físico, y en otro lugar y circunstancias, no les es posible reconocerse, pues si lo hubieran hecho, de seguro que las cosas no habrían sucedido de ese modo. No obstante, una huella psíquica en la conciencia les evocó de modo vago algo familiar que facilitó su comunicación inicial.

Ignorando, pues, todo lo que les separó, su amistad continúa profundizándose a partir de ese día. Continúan viéndose a menudo, atraídos por esa extraña facilidad para sentirse bien el uno con el otro. Y un buen día deciden formar una pareja. Todo parece ir felizmente.

Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, la relación se hace más profunda y se van conociendo mejor, van surgiendo diferencias, que poco a poco se van repitiendo y agrandando, y se extienden como una mancha que empaña a cada uno la visión del otro. Poco a poco, los acontecimientos que les toca vivir juntos y por separado van desvelando la personalidad de cada uno, y surgen fuertes las analogías que antes tan solo se insinuaban en pequeños conflictos y que un día muy atrás ya fueron motivo de enemistad.

Cada vez son más serios y frecuentes los conflictos; y los silencios hostiles, y las discusiones se suceden. Y es que cada uno va descubriendo en el otro, molesto, aquellos mismos defectos que guarda en su alma y que no desea reconocer en él, pero que forman parte de su equipaje personal más allá del tiempo y del espacio. Y si pudiesen reconocerse cada uno en alguna existencia del pasado observarían que esos conflictos son muy parecidos a los que ya tuvieron en otra época, y que esos defectos que les llevaron a enfrentarse y a dañarse mutuamente hasta convertirlos en enemigos que no que perdonaron jamás son muy semejantes a los que motivaron aquellos conflictos.

Si fueran clarividentes reconocerían que la vida les está dando ahora la oportunidad de reconocerlos, de reconocerse, de perdonar al otro y de reconciliarse. Eso supondría el fin de lo que separa y propiciaría la aparición de la verdadera amistad y de la ansiada reconciliación liberadora.

En este caso, la aparente afinidad sentida cuando se conocieron tenía un carácter engañoso: no era más que el barniz que encubría las analogías de los egos respectivos que se hallaban al fondo y que necesitaban ser eliminadas para que la pareja y cada uno en sí mismo encontrase la paz.

La aparente casualidad de su primer encuentro habría sido el momento exacto otorgado por la vida para comenzar de nuevo. De nuevo están ante su destino, y justo en el punto en que en la anterior existencia lo dejaron. ¿Serán capaces ahora, o tendrán que haber otros encuentros en alguna existencia posterior hasta que sea posible el mutuo perdón y la reconciliación?...

Les dejamos en esa escena de conflicto y nos preguntamos: ¿Serán capaces de vencer a su ego? Reconociendo sus errores, ¿serán capaces de pedirse perdón y de perdonarse? ¿Serán capaces de conseguir romper las cadenas que les atan más allá del tiempo? Les dejamos actuar mientras algunos no podemos dejar de preguntarnos si tienen algo que ver con nosotros, si es que no somos unos viejos amigos.


RELACIONADOS

«Un encuentro bajo la lluvia»