La iluminación espiritual

Triunfo del amor

POR: ANTHONY DE MELLO

Imagen; Triunfo del amor; Anthony De Mello

SIETE LOCOS

La historia que te enseña el triunfo del amor.

Siete tipos locos, que habían estado en la fiesta de una aldea vecina, regresaban de noche a su pueblo tambaleándose, con una borrachera más que mediana. Se puso a llover, y se refugiaron bajo un árbol para pasar la noche. Cuando se despertaron a la mañana siguiente, empezaron a gemir y a lamentarse ruidosamente. ¿Qué sucede?, preguntó un transeúnte.

Anoche nos acurrucamos bajo este árbol para dormir, señor, dijo uno de los locos, y al despertar esta mañana estábamos hechos un lío y no podemos distinguir de quién es cada brazo y cada pierna.

Eso se soluciona enseguida, dijo el otro. Dejadme un alfiler. Se lo dejaron y él lo clavó en la primera pierna que vio. ¡Ay!, gritó uno de ellos. Ahí lo tiene, dijo el transeúnte, esa pierna es suya. Luego pinchó en un brazo. ¡Ay!, exclamó otro, identificándose como el propietario de dicho brazo. Y así sucesivamente, hasta que se deshizo el lío; y los locos regresaron felices a su pueblo, enriquecidos con una nueva experiencia.

Cuando tu corazón responda instintivamente a las alegrías y a las penas de los demás, sabrás que te has desprendido de tu yo y habrás alcanzado la experiencia de tu uni-corporeidad con la raza humana... y al fin habrá triunfado el amor.

EL AMOR NO CASTIGA

¿Castigar o no castigar?

El amor no castiga nunca. El respeto no es más que miedo y, de la misma forma, el castigo no es más que venganza. El acto de llamar a reflexión (que puede ser incluso violento) no es castigo, sino un acto de amor, porque lleva en él la curación como fin.

El castigo como venganza es un acto de odio, que engendra más odio. Cuando el niño no respeta tu libertad o la de los demás, puedes pegarle una palmada en ese momento, para que asocie de dónde viene el golpe; no hay dificultad, porque él aprenderá y comprenderá sin dejarle más residuos. El acto comenzó y terminó con un resultado lógico, como ocurre en la vida.

Cuando le echas un sermón que no entiende y percibe tu disgusto y tu rechazo, que sí entiende, comienza a sentirse culpable de algo que es la moral, el deber y las normas, que él no llega a entender pero que necesita cumplir para tenerte contento, entonces sí le estás haciendo mucho daño. Y si percibe en ti el resentimiento de la venganza, estarás fomentando en él un violento, vengador y resentido; no lo dudes.

Si se sube a un árbol y se cae haciéndose daño, aprenderá a ir con más cuidado otra vez y no tendrá sentido de culpabilidad. De la misma manera, el cachete que le puedes dar inmediatamente lo asociará a lo que acaba de hacer, pero ahí no entran la moral ni la culpabilidad, sino la realidad. Pero hazlo siempre sin estar molesto, para que no haya rastro de recriminación ni de acusación, consciente de que eso es amor. Lo que no te privará de consolarlo si llora, como harías si se cayera del árbol. Esto es lo que lo diferencia.

Si yo quiero cambiarme a mí mismo tendrá que ser en base a comprensión, intuición, conciencia, tolerancia, sin violencia. Pues eso mismo necesitan los demás. Todas las represiones tienen un solo motivo; la insatisfacción de ti mismo, tu intolerancia. No puedes dar libertad si tú no eres libre. No puedes amar, si no te amas. Y no podrás fingirlo, pues tu boca puede decir una cosa, pero tu voz, tu actitud y todo tu cuerpo estarán diciendo otra. Habrá una contradicción que contaminará el ambiente. Es preferible hacer ver tu verdad a los demás, mostrando el estadio en que estás, con sencillez, y tu capacidad real en ese momento.

Cuando haces el bien desde toda tu persona, como una expresión natural de tu ser, no eres consciente de ello. Cuando eres consciente y te enorgulleces de ello, es que ha entrado en ti el yo que todo lo complica, y después te crees más que los demás. Lo peor de todo es la hipocresía de los padres y maestros, haciendo de modelos que luego no son capaces de cumplir, y de ahí llega el desconcierto y la desconfianza de los niños, cuando el oído se viene abajo. De esa desilusión de los niños surge luego el odio.

El amor desinteresado existe: es el único al que se puede dar el nombre de amor.


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