La iluminación espiritual

Los recintos secretos del poder oscuro

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Los recintos secretos del poder oscuro; Patrocinio Navarro

Transgresores de lo que es sagrado

El Poder es sinuoso, maquiavélico, opaco, impermeable a la luz, y tiene sus propios santuarios: las Bolsas, la Casa Blanca, el Kremlin, La Asamblea Popular China, la basílica de San Pedro y todos los palacios que hay en todas partes, en todos los países. En esos lugares, y en sus respectivos reservados secretos, se reciben instrucciones, se dan, se firman, y se agasajan los altos representantes de lo peor del mundo: los transgresores públicos de todo lo que es sagrado, empezando por la vida y siguiendo por la libertad, la justicia o la fraternidad, conceptos estos tan ajenos a sus conciencias como a una serpiente una zapatería.

Sus decisiones se dividen en dos grupos: las confesadas y las inconfesables. Las primeras se las entregan a los papagayos de los medios, púlpitos y cátedras para que hablen y convenzan a las gentes de la bondad de sus decisiones. Las segundas se ocultan, y cuando interesa sacarlas a la luz vienen vestidas de medidas coercitivas y radicales tipo Solución final. Por ello suelen acabar en guerras, expolios y todo género de perversiones. No obstante, los políticos del mundo, con el apoyo de sus homólogos religiosos, pretenden que eso es lo justo, y que la alternativa a sus acciones es el caos, asegurándose el silencio de sus corderos y su sueño vegetal con mucha televisión, dogmas y distracciones. Sin embargo, son los pastores de esos rebaños los principales creadores del caos con sus leyes contrarias al sentido común y al bienestar colectivo; con su represión y sus trampas contra todo lo que libera y alegra la vida.

Protegido por un doble muro de mayordomos y porras, el recinto secreto del Poder se resiste a ser escudriñado y sacado a la luz. Todos los regímenes políticos y las Iglesias oficiales dedican un esfuerzo considerable a ocultar sus trapos sucios y los de sus amigos y protegidos en ese arcón de los misterios de sus recintos secretos. Las religiones institucionales, como parte del Poder mundial, esconden bajo el solemne ropaje de los dogmas y la suntuosidad de sus palacios, trajes y ceremoniales, los sucios harapos humanos de la codicia y los deseos de eternizar los privilegios que da el poder.

Mas, no se sabe muy bien por qué, ciertos humanos disponen del don de mirar claro, pensar derecho y soltarlas como catedrales. Ante ellos, las murallas opacas y espesas de los aparentes misterios aparecen como el más transparente de los cristales cuando estas criaturas se colocan frente a ellas y las interrogan. Sin necesidad de dar las famosas siete vueltas a trompeta pelada como en Jericó, las murallas de la mentira se derrumban a la vista de todos a causa de la sobredosis de verdad que sale de la boca o de la pluma de esos extraños clarividentes. Y cómo hemos de saber nosotros, los profanos, los durmientes corderos, que esas son verdades y no otro género de mentiras y componendas? Pues por la irritación que producen a los poderosos y a sus amigos las verdades del entrometido que cuestiona al Poder.

El entrometido, a todo esto, no suele ocupar en el mundo un lugar preferente, ni mucho menos, y el don de su fuerte palabra no viene respaldado, para su desgracia, con una fuerza equivalente en su cuenta bancaria, y ni siquiera suele ser uno de esos tipos imponentes que guardan los edificios llenos de secretos. No. El díscolo suele ser un tipo extraño al que el dinero le deja más frío de lo habitual, tiene ideas altruistas, y hasta intenta vivir con dignidad contra- corriente. Pero lo mismo que les sucede a los elefantes con los ratones, el Poder se asusta de estas gentes de afiladas verdades. Así, un día es una persona; otro, un libro, unas declaraciones públicas, un artículo, una película, unas imágenes periodísticas y hasta una canción, provoca una reacción avinagrada del Poder. Todo depende de que se haya acertado a su hígado...Y cuando eso pasa, cualquiera de los responsables puede ser puesto en tela de juicio, perseguido, calumniado, prohibido, encausado y en ciertas circunstancias asesinado o desaparecido.

Así que de vez en cuando alguien en alguna parte del ancho mundo, y cada día, es considerado un desestabilizador social, arrojado de su trabajo, multado, silenciado, acusado, encarcelado y hasta condenado a muerte simplemente por decir lo que piensa sobre cosas que debería haberse callado. El hígado del poder es así de grande y de sensible, y más grande y más sensible a medida que se siente más amenazado por la Verdad. (Mas nunca podrá escapar a su destino: la Verdad es su antídoto.).

Si pensamos un poco, parecido es lo que nos suele pasar cuando alguien nos arroja al rostro el contenido de nuestras propias miserias, de modo que hemos de tener cuidado a menudo con nuestros propios juicios y con nuestra propia vida, no sea que se parezca demasiado a aquello que denunciamos y que nos hemos propuesto evitar. Por tanto, hemos de estar atentos al fanatismo.

Es más fácil ser fanático y juzgar que llevar a la práctica lo que uno ha descubierto como verdadero. Y hay que tener cuidado, porque precisamente los fanáticos son los que más a menudo aparecen disfrazados de sabios. No podemos confundirlos con los defensores de la verdad. Para empezar, los fanáticos siempre son los que más gritan. ¿Tal vez para conseguir que escuchen sus propias conciencias?


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