La iluminación espiritual

La presencia y la ausencia

OMRAAM MIKHAEL

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PRESENCIA ESPIRITUAL

Sin la presencia de espíritu, de la consciencia, el hombre está perdido.

Estos días, mis queridos hermanos y hermanas, os he hablado de la atención. En ciertos lugares, en el ejército, por ejemplo, o en las escuelas, cuando quieren verificar si todo el mundo está, pasan lista, y cada uno debe responder: ¡Presente!. Mientras que de alguien que no está se dice que está ausente. Todo eso es muy sencillo, casi infantil, pero, en realidad, la presencia y la ausencia son dos palabras que explican muchas cosas. Si durante las comidas no prestáis atención, si estáis un poco ausentes, golpeáis los cubiertos y hacéis ruido. Y en todos los dominios de la vida, sin la presencia de espíritu, sin la presencia de la atención, de la vigilancia, de la consciencia, el hombre está perdido. Cuando se está ausente, todo puede suceder: las caídas, los accidentes, las desgracias.

Tomemos la palabra presencia como punto de partida y constataremos unos hechos extremadamente interesantes. Cuando echamos un vistazo sobre los fenómenos de nuestra existencia, ¿qué es lo que vemos? Si hay presencia de oxígeno, todo va bien, la vida sigue; si no, es el gas carbónico el que está presente y la salud del hombre corre peligro. Si hay una chispa, el oxígeno y el hidrógeno pueden producir agua, y, en otras circunstancias, explosiones. Sí, ¡la presencia de una chispa!…

Si faltan vitaminas, las deficiencias y las enfermedades aparecen. Allí donde hay hormigas, las serpientes desaparecen, porque la presencia de las hormigas las hace huir. Las gallinas y los pájaros sienten instintivamente la presencia de un águila y se esconden. Los buitres, en cambio, son atraídos por la presencia de cadáveres… La miel atrae a las abejas, mientras que las suciedades atraen a otros bichos. La presencia de una bonita muchacha seguramente despertará en otras chicas los celos, la maledicencia o la ira, mientras que, en los chicos, despertará otros sentimientos. Si la muchacha es inocente, cándida, débil, tendrán el deseo de mostrarse nobles y generosos, de protegerla, pero, si tiene mucho encanto, serán presa de un torbellino de sensualidad. Evidentemente, todo depende de los chicos y de las chicas, pero, en general, en presencia de las chicas, los chicos se vuelven más atentos, más caballerosos… Y la presencia del oro, ¿qué despierta en la gente? La avidez: empiezan a hacer proyectos y se vuelven deshonestos. Mientras que la presencia de flores, de colores, desencadena otras emociones.

Cualquier presencia siempre provoca cambios. Por eso la palabra presencia se vuelve muy significativa cuando la estudiamos en todos los dominios, bajo todas las formas. Sabemos que la presencia del agua hace crecer las plantas, que la presencia del Sol las hace madurar, que la presencia del alimento y del aire da la vida, y que su ausencia hace peligrar. Pero la gente no va más lejos. Debemos comprender ahora que la palabra presencia puede abarcar no solo el plano físico sino también los otros planos. Estáis en una reunión, por ejemplo, y tenéis en vosotros la presencia de un pensamiento o de un deseo diabólico, ¿Sabéis cómo se reflejará en los demás y cuáles serán los resultados? Quizá la gente no sepa lo que ha pasado en vosotros, porque no estén evolucionados y no sean clarividentes, pero, instintivamente, experimentarán una inquietud o una antipatía, debido a lo que vosotros fomentáis en vuestro fuero interior. Pero, si hubiesen sido clarividentes, habrían visto los pulpos, las serpientes, los tigres, los jabalíes, todas las entidades espantosas que se desencadenaban dentro de vosotros.

Como los humanos ignoran lo que sucede en el mundo invisible, no saben cuáles son los sentimientos y los pensamientos que atraen a los indeseables y rechazan a las entidades luminosas –o inversamente- y, sin saberlo, atraen a entidades tenebrosas y nocivas. ¡La presencia!… En nosotros, alrededor nuestro, el espacio está poblado de entidades maléficas, y los que son sensibles a ellas están asustados. Sienten olores, corrientes que les indisponen. Si supiesen entonces cómo reaccionar, rezando, meditando, podrían remediarlo, pero no saben y dejan que estos indeseables lo ensombrezcan y destruyan todo dentro de ellos, lo que acarrea manifestaciones extremadamente negativas.

Todos habéis hecho esta clase de experiencias: algunos días habéis sentido una atmósfera pesada, la presencia de algo inquietante, pero no sabíais lo que era, ni cómo defenderos. Y lo contrario también: cuando veis bellos colores, cuando os encontráis en un estado místico de adoración, de éxtasis, lográis atraer a criaturas magníficas y su presencia se manifiesta también: os sentís dilatados, maravillados, iluminados, os decidís, por fin, a vivir una vida sensata, queréis abrazar a toda la creación, estar en armonía con el universo entero. La causa de todo eso es la presencia de estas entidades, pero quizá vosotros no lo sepáis.

Una presencia puede ser exterior, pero también puede ser interior… Por eso la presencia que los Iniciados desean con más fuerza y que quieren realizar en su corazón, en su alma, es la presencia del Señor. Día y noche trabajan, estudian, se purifican, para que su ser entero se convierta en el templo que el Espíritu Santo venga a habitar. Un verdadero Iniciado solo desea la presencia divina, porque sabe que con esta presencia puede obtenerlo todo y hacer el bien al mundo entero. Solo que ¡no es tan fácil atraer la presencia del Señor! El Señor es omnisciente, todopoderoso, pero tiene también gustos estéticos y no puede penetrar en un lugar en donde no encuentre otra cosa que olores nauseabundos, colores apagados y feos, movimientos desarmoniosos y estados de conciencia caóticos. En un lugar semejante nunca querrá entrar, porque no reúne condiciones para Él.

Además, si fuese tan fácil atraer al Señor, todos los humanos estarían llenos de su presencia, porque todos son capaces de comprender lo deseable que es esta presencia, que lo mejora y embellece todo. Mientras que la presencia de un espíritu maléfico en una familia, o en una casa, atrae todas las maldiciones: los fracasos, los accidentes, las enfermedades, la ruina. Sí, ¡solamente esta presencia! Porque cada cosa tiene unas propiedades determinadas. La presencia de una rosa, sobre todo de una rosa de Bulgaria, embalsama la atmósfera de toda una habitación y encanta a todos los que entran en ella; mientras que con la presencia de un olor nauseabundo… ¡todo el mundo sale corriendo tapándose la nariz!

Meditad solamente sobre la palabra presencia, y pedid siempre la presencia del Señor en vosotros. ¿Por qué?… Cuando un rey se desplaza nunca va solo; inmediatamente, todos los notables y los personajes mejor situados acuden para rodearle y, delante y detrás de él, marcha toda una multitud que le aclama. ¿Y creéis que si el Señor va a alguna parte, va a ir solo? No. Estará rodeado de muchas otras criaturas y, como cada una de estas criaturas irradia, propaga, emana algo de Él, cada una de ellas es una bendición. La presencia divina aporta, pues, todas las bendiciones en todos los dominios. Pero, como los humanos no saben cómo introducirla en ellos, continúan atrayendo presencias tenebrosas de las que ya no se pueden desembarazar. Y, después, toda la vida son desgraciados. Se quejan, no saben qué remedios emplear. Estás presencias solo pueden ser expulsadas con la pureza y la luz, pero, como los hombres no aprecian demasiado trabajar con estas virtudes, las entidades maléficas no les abandonan. ¿Qué sucede cuando tenemos en la sangre la presencia de un microbio, de un virus, o de un cáncer que nos carcome?… ¿Y cuando este microbio, este virus, o este cáncer abandonan el cuerpo?… Así que, ¿veis?, la presencia o la ausencia lo explican todo.

¡La presencia!… Sí, la presencia que debemos desear, que debemos pedir, es la presencia del Señor. Evidentemente, el Señor no se desplaza tan fácilmente, pero enviará al menos a alguno de sus representantes. Además, como veis, la palabra representante contiene la idea de presencia. Y un presente también recuerda la presencia de aquél que lo ha ofrecido. Y, cuando el Cielo nos llama ¡ah!, ¡sería tan maravilloso si pudiéramos responder inmediatamente: Presente Señor ! Desgraciadamente, cuando esto sucede siempre estamos ausentes.

A veces, cuando quiero saber en qué estado se encuentran mis hermanos y hermanas, cuando yo estoy en Sèvres o en Bonfin y ellos en alguna parte de su ciudad o en su casa, echo un vistazo sobre toda la Fraternidad, y todos aquéllos que no han flaqueado, que siguen caminando por el camino de la luz, están ahí, presentes, los siento presentes. Mientras que a los que han sido débiles, a los que no han sabido permanecer fieles, ya no les siento, están ausentes -¡lo que es muy inquietante para ellos!- Cuando los discípulos no vienen junto a su Maestro, el Maestro no se pregunta cuál es la causa, porque ya lo sabe: algo les ha retenido. ¿Y qué es lo que impide que el discípulo esté presente en la habitación de la luz? En todo caso, no deben ser ni la bondad, ni la pureza, ni el amor divino los que le han atado para impedirle que esté ahí, y un Iniciado ya sabe cuáles son estas entidades. Para justificar su ausencia dicen: ¡No pude venir! No, que se dejen de historias, ¡debían estar ahí! Evidentemente, no hablo del plano físico, sino del plano espiritual.

Sí, en el otro mundo se celebran reuniones y todos aquéllos que son fieles y verídicos están presentes con su entidad espiritual. Y sé que los que no lo están han sido retenidos por deseos, pasiones, u otras entidades tenebrosas que les han encarcelado y atado. Así pues, cuando echo un vistazo sobre los hermanos y hermanas de la Fraternidad que no están ahí físicamente (lo que no es la cosa más importante), si no les siento presentes espiritualmente, es muy mal signo para ellos. Por otra parte, a menudo, algún tiempo después recibo noticias y me entero de que han hecho algunas tonterías. Sí, ¡así es, mis queridos hermanos y hermanas!

Donde la luz está ausente, las tinieblas están presentes; donde la salud está ausente, la enfermedad está presente; donde la inteligencia está ausente, la locura y la estupidez están presentes. Y así para todo lo demás… La presencia de una cosa supone siempre la ausencia de otra. La presencia del dinero expulsa la pobreza y la miseria. Y lo mismo sucede en el plano espiritual: cuando tenéis pureza, las impurezas se van; cuando sentís odio, el amor se va, no pueden vivir juntos. ¡Son unas verdades tan sencillas, tan evidentes! Pero todavía no tenéis esta facultad de utilizar todos los acontecimientos de la vida cotidiana para sacar conclusiones en otros dominios de la existencia. Sólo los sabios, los Iniciados, los grandes Maestros, descubren verdades extraordinarias a partir de todos los hechos dispersos ante sus ojos.

De todas las actividades que os he presentado: saber alimentarse, saber respirar, saber amar, etc., la mejor actividad es trabajar para atraer en uno mismo la presencia del Señor ¡y ya no perderla jamás!- Evidentemente, ya os lo he dicho, quizá no venga el Señor mismo, el Señor no va a instalarse en cualquier buen hombre o buena mujer… ¿Cómo podría resistir y soportar tantos miasmas y tantas fermentaciones? Pero si el terreno está preparado, enviará al menos a sus ángeles, que son sus representantes. Los ángeles, claro, no son exactamente lo mismo que el Señor, pero, por sus emanaciones, son sus representantes.

Ya os dije que los rusos y los americanos han verificado últimamente un fenómeno que los Iniciados habían descubierto ya hace mucho tiempo: que el ser humano es capaz de emanar con el pensamiento ciertas ondas, ciertas partículas, y de proyectarlas al espacio. Tomemos solamente el experimento de los americanos. Escogieron a dos personas dotadas de facultades mediúmnicas: una de ellas debía enviar mensajes con el pensamiento y la otra captarlos. A la persona emisora la vigilaba en Washington toda una comisión de expertos que estaban allí para verificar y controlar, y todos los mensajes que la persona enviaba se anotaban y encerraban en una caja fuerte para que no hubiese fraude. A la persona receptora la habían llevada a bordo de un submarino en el Océano Pacífico a miles de kilómetros, pues, y a una gran profundidad. Captaba y anotaba los mensajes que recibía y también la vigilaba una comisión que encerraba en una caja fuerte todo lo anotado. Cuando compararon, después, los mensajes enviados y los mensajes recibidos, constataron un porcentaje de errores muy pequeño.

Este experimento prueba que el hombre es capaz de emanar de sí mismo ciertas partículas y de proyectarlas muy lejos en el espacio. No se sabe hasta dónde pueden llegar… lo mismo que tampoco se sabe la distancia que recorren los rayos del Sol, o de una estrella, puesto que los rayos de una estrella extinguida desde hace miles de años continúan recorriendo el espacio. Y lo mismo sucede con el pensamiento humano, porque nuestro pensamiento no es otra cosa que los rayos de un Sol, que es nuestro espíritu. El Sol proyecta una quintaesencia de un poder extraordinario, que sus rayos – como pequeños vagones cargados de víveres y de tesoros- transportan muy lejos por el espacio; y nuestro espíritu, lo mismo que el Sol, envía rayos, los pensamientos, que transportan el bien y el mal con los que están cargados.

Lo extraordinario es que se ha podido constatar la diferencia que existe entre los rayos a, b, g y X, que no pueden penetrar profundamente en el agua, y el pensamiento, que puede, en cambio, penetrar muy profundamente en ella. En todo caso, para que el pensamiento sea capaz de poner en marcha tantos aparatos en el cerebro de otra persona, es que es muy fuerte. Acordaos también de lo que os dije ayer: alguien come un limón delante de vosotros, vosotros no lo probáis, tan solo miráis, pero las impresiones que el ojo recibe en la retina son transmitidas al cerebro, y el cerebro ordenas la secreción de las glándulas salivares, que se ponen a funcionar.

¡Qué extraordinaria es esta transmisión!… Sólo con los ojos.

El fenómeno de la telepatía muestra que el pensamiento tiene un poder tal, que es capaz de producir a distancia efectos sobre otros cerebros. Tenéis un pensamiento, y ya os deja y se va a alguna parte del mundo a actuar sobre el cerebro de otras personas. Es un poder. Con vuestro pensamiento ponéis, pues, en acción toda clase de mecanismos que no conocéis. ¿Qué conclusión debemos sacar de eso? La conclusión de que, si nos dejamos llevar por pensamientos negativos, tenebrosos, destructivos, por la ley de afinidad desencadenamos en la cabeza de miles y miles de personas unos estados que les corresponden. Aunque no nos demos cuenta, es así. Y somos responsables… Y seremos castigados, porque no tenemos derecho a influenciar negativamente a un ser humano o a destruir algo bueno en él.

Existe una moral, no la moral creada por los humanos ignorantes, sino la moral creada por la Inteligencia cósmica; esta moral es inquebrantable, indestructible, absoluta, y tarde o temprano nos veremos obligados a reconocerla y a respetarla. Uno de los puntos de esta moral es que cosechamos lo que sembramos. Si sembráis cardos, sus espinas os pincharán a vosotros mismos primero. Así que, ¡tened cuidado con los pensamientos y sentimientos que proyectáis!

La presencia… hay que meditar durante mucho tiempo para profundizar todo lo que se esconde detrás de esta palabra. Ponemos un imán en alguna parte y ya se producen ciertos efectos. Incluso el uso de talismanes está basado en el principio de la presencia: la presencia de una fuerza que Hermes Trismegisto llamaba Telesma y que dio su nombre a los talismanes. Los antiguos sabían lo importante que es llevar encima un objeto impregnado de esta fuerza. Si poseéis un talismán impregnado de una fuerza benéfica, emana, irradia unas partículas que atraen lo que le corresponde y rechazan lo que le es contrario. Esta fuerza benéfica, pues, que está ahí, presente, es como un imán que solo atrae los elementos que se encuentran en afinidad con él.

La presencia y la ausencia, todo está ahí. Dicen: Me falta dinero. Es decir, el dinero está ausente y, entonces, ¡qué desgracia! Y la falta de inteligencia, y la falta de salud… ¡Ay!, todos los sufrimientos y las imposibilidades están ahí; ya no podemos hacer nada. Por eso todo el mundo quiere tener esto, y después aquello, y después otra cosa aún: carbón, agua, electricidad… Y, sobre todo, una mujer, un marido… Sí, la presencia de un marido calma a una mujer. Aunque solamente esté ahí, aunque no haga nada, pero que ella sienta que está. Hay mujeres que lloran durante noches enteras porque no tienen un marido a su lado y, para reemplazarlo, tienen un perro, un gato, un canario… ¡o un conejo!… diciéndose: ¡Al menos hay una presencia!… ¿Acaso no es verdad lo que os cuento?… Sí, ¡qué cierto es! Instintivamente, todo el mundo comprende lo que son la presencia y la ausencia, pero solo cuando se trata de lo material, claro. Dicen: Me faltan armas y no puedo luchar. Sí, en el plano material los jóvenes, los viejos, los sabios, los ignorantes, comprenden lo que es tener o no tener. Pero no hay que pedirles que vayan más lejos para comprender la importancia de la presencia y la ausencia en el mundo sublime.

La presencia del mundo divino, del mundo celestial, es lo que a mí me interesa. Se dice en la Tabla de Esmeralda que, cuando el alquimista posea la fuerza Telesma, la fuerza fuerte de todas las fuerzas, que penetra todo lo espeso y todo lo sutil, tendrá la gloria del mundo y las tinieblas le abandonarán. Así pues, la presencia de esta fuerza fuerte de todas las fuerzas expulsa las tinieblas; y las tinieblas son las debilidades, las dificultades, las enfermedades.

De esta fuerza, Hermes Trismegisto dice aún: El Sol es su padre, la Luna es su madre, el viento la ha llevado a su vientre y la tierra es su nodriza. Aquél que puede interpretar estas palabras, que sabe dónde se encuentran en sí mismo la Luna y el Sol, que sabe cómo el viento puede transportar esta fuerza y qué tierra es la que la debe alimentar, puede obtener esta fuerza fuerte de todas las fuerzas que expulsará las tinieblas y le dará la gloria del mundo. Ahí tenéis la verdadera ciencia resumida en unas palabras. Cuando el hombre logre introducir en sí mismo la presencia del Sol, solo entonces esta fuerza fuerte de todas las fuerzas emanará de él. Exteriormente, la fuerza solar está presente bajo la forma de prana y, si sabéis cómo captarla, puede reforzaros y haceros mucho bien; pero el prana no es, aún, esta fuerza única, la fuerza Telesma.

Meditad sobre la importancia de la palabra presencia y desead en vosotros la presencia del Señor, que lo enderezará todo, que lo resucitará todo. Cuando los discípulos de Jesús recibieron el Espíritu Santo el día de Pentecostés, empezaron a profetizar, a hablar lenguas, a curar enfermos, a expulsar los demonios. Era la presencia del Espíritu Santo la que se manifestaba a través de ellos. Por eso rezad, rezad día y noche para recibir la presencia del Señor, que serena, que ilumina. Desgraciadamente, los humanos se apartan cada vez más de estas grandes verdades, se alejan de la presencia del Señor, que podía protegerles, para sumergirse en ocupaciones desordenadas y caóticas; por eso son asaltados por toda clase de males de los que ya no pueden liberarse. La verdadera liberación solamente vendrá el día en que los hombres levanten de nuevo los ojos hacia el Señor pidiéndole perdón por haberle abandonado y olvidado, cuando le supliquen que les dé su Presencia, su santa Presencia.

No existe criatura más poderosa que el Señor, nadie puede oponerse a Él, y, si le tenemos en nosotros, todo se resuelve. Pero, si estamos solos, abandonados a nuestras propias fuerzas, limitados, nos será imposible superar los obstáculos; aunque seamos inteligentes, sabios, ricos y estemos bien situados en la sociedad, nunca estaremos a salvo. Porque otras fuerzas que no vemos vendrán a carcomernos. Cuando nos confiamos a nuestros propios medios, en todo momento podemos quebrar y desmoronarnos. Sólo debemos contar con la presencia del Señor, porque todo lo que no vibra en armonía con esta fuerza única está condenado un día a desaparecer.

Los espíritus invisibles no son tan estúpidos, saben muy bien dónde pueden instalarse para comisquear y robar, pero saben también que allí donde se encuentra este poder divino serán pulverizados, fulminados, y por eso se alejan. Son como las fieras, que tienen miedo del fuego y no se atreven a acercarse a él. Y como el fuego físico es el símbolo del fuego celestial –se dice que Dios es un fuego- estas fieras, que son los espíritus salvajes, los espíritus violentos y terribles del mundo invisible, no pueden acercarse a un alma que lleva en ella la luz, el fuego divino.

La presencia de Jesús expulsaba a los malos espíritus y, por todas partes por donde pasaba, aportaba el gozo, la paz, la esperanza. Y ahora cada uno de vosotros puede imitarle. Por todas partes en donde entréis podéis también hacer entrar bendiciones con vosotros. Pero solo si sois habitados por esta fuerza única, por la luz celestial, por la presencia del Espíritu Santo, porque, si no, solo produciréis desgracias. Se dice incluso que, en todas partes en donde pone el pie el que es habitado por las tinieblas, la hierba deja de crecer, los árboles no florecen, los pájaros no cantan, los ríos no fluyen. Encontráis que es algo exagerado… No, y un verdadero Iniciado, un hijo de Dios, que se ha consagrado, que se ha purificado, es semejante a un torrente que, por todas partes por donde pasa, riega y desaltera. Es como la luz y, por todas partes en donde llega esta luz todo sonríe, todo se vuelve bello y alegre. Sólo que, para llegar a eso, ¡qué trabajo, qué disciplina, qué tenacidad, qué amor! Pero el día en que la luz penetre en el discípulo cantando: ¡Estoy presente!… ¡Estoy presente!… por todas partes por las que el discípulo pase aportará gozos y bendiciones.

En este sentido es en el que debemos trabajar. ¿Por qué querer imitar a gente completamente ignorante de estas grandes verdades? ¿Porque tienen fábricas, o castillos, o mucho dinero? Esto no es la prueba de que la presencia divina esté en ellos. La única prueba es la paz y la armonía. Cuando un ser os aporta la paz y la armonía, eso prueba que todo lo demás está ahí. A veces, cuando alguien entra en vuestra casa sentís que vuestra paz se va, que os volvéis irritables, nerviosos, inquietos. Mientras que otra persona, con una sola mirada, serena inmediatamente las tempestades y los huracanes que os sacudían. Ésa es la prueba de que este ser está habitado por el Espíritu divino.

Pero ¿cómo llegar a eso? En primer lugar, hay que tener un alto ideal. Las criaturas que tienen un ideal muy personal y egocéntrico nunca podrán conseguirlo, porque están predestinadas a reptar y a arrastrarse en las capas inferiores de la existencia. Sólo un alto ideal puede ponerles en pie, levantarles, un alto ideal tejido con todas las maravillas y con todos los esplendores celestiales y un amor desinteresado como el del Sol, que quiere siempre dar, dar, dar… Evidentemente, los humanos piensan que toda clase de ideales son grandes ideales. Alguien quiere llegar a ser jefe de Estado, o un conquistador, o… ¡el rey del petróleo! Se trata, de todos modos, de un gran ideal; sí, grande según los humanos, pero en realidad no va muy allá, porque solo trabaja para sí mismo. Quieren ser fuertes, poderosos y ricos, pero solo para sí mismos. ¿Qué hay de bueno para los demás en estos proyectos? Hay que comprender las cosas y no confundir ideal y ambición.

La presencia y la ausencia… puedo explicároslo todo con estas dos palabras. Alguien viene a contarme sus desgracias, le escucho y le digo: Te falta esto o aquello, amigo, por eso estás en este estado. Y a otro, al contrario, que se siente feliz, en la plenitud, le digo: La presencia, la presencia divina esta ahí y ella es la que te da este gozo. Sí, ¿veis?, me gusta mucho la síntesis y lo resumo todo en estas dos palabras: la presencia y la ausencia. Lo mismo que he resumido también todas las religiones y todos los libros sagrados en las palabras unidad y multiplicidad, es decir, cómo volvemos al Cielo gracias a la simplificación, a la unificación, y cómo nos alejamos de él con la complicación y la diversificación. Para atraer la presencia divina el discípulo debe prepararse en el silencio y la armonía, purificarse, hacer sacrificios, reforzar su voluntad.

Suponed que alguien pone polvos para hacer estornudar en esta sala: inmediatamente todo el mundo se pondrá a estornudar. ¡Ahí tenéis la presencia! Y suponed ahora que se manifieste la presencia de una entidad divina: muchos de vosotros vibrarán ya de otra manera debido a las emanaciones y a las radiaciones emitidas por esta presencia.

Acabo de pronunciar las palabras emanaciones y radiaciones. A menudo la gente las emplea sin saber lo que significan y voy a explicároslo. Cuando miráis al Sol, veis que hay rayos que salen de él en línea recta hacia el espacio, pero también círculos de luz concéntricos, como los que se forman cuando lanzamos una piedra en el agua. Estas olas, estos círculos que se propagan, eso son las emanaciones, mientras que las radiaciones son los rayos que van en línea recta. Las radiaciones corresponden al principio masculino y las emanaciones al principio femenino. El Sol se manifiesta, pues, bajo la forma de los dos principios. Y el hombre es como el Sol: puede emanar ondas y proyectar rayos.

Encontramos la misma oposición entre el calor y la luz; el calor se difunde en ondas circulares, mientras que los rayos luminosos van en línea recta. Y todavía otros hechos que no habéis observado. Tenéis una estufa en una habitación: si le ponéis una pantalla delante, el calor la rodea y os llega a vosotros de todas formas. Mientras que si ponéis una pantalla delante de una lámpara, los rayos no os llegan. ¿Veis?, las propiedades del calor y de la luz son completamente diferentes; el calor es más bien femenino, y la luz masculina. Lo mismo sucede con la electricidad y el magnetismo: la electricidad se desplaza en línea recta y el magnetismo en línea curva. Si observamos las pequeñas partículas de hierro que atrae el imán, constatamos que están dispuestas siguiendo líneas curvas; el magnetismo es, pues, más bien femenino, y la electricidad masculina. Si estáis demasiado gordos y queréis adelgazar, haceos más eléctricos: muchas partículas se irán y adelgazaréis. Mientras que, si queréis engordar, haceos más magnéticos: el magnetismo añadirá partículas a vuestro cuerpo y engordaréis. La ciencia no se ha ocupado de estas cosas y, sin embargo, ¡qué verídicas son! Sí, son los misterios de la luz.

¿Veis, mis queridos hermanos y hermanas? He empezado hablándoos de la atención que debíais poner durante las comidas: mirar bien, medir bien los gestos, para no hacer ruido con los cubiertos. Sí, la presencia de esta atención lo arregla todo. Evidentemente, la presencia del Espíritu es mucho más difícil de realizar, pero si lográis comer en silencio, en una armonía perfecta, no solamente exterior sino también interior, es decir, en la armonía de vuestros pensamientos y de vuestros sentimientos, llegaréis también a atraer la presencia del Espíritu Santo. Y, con esta presencia, todo el Cielo estará con vosotros, toda la riqueza celestial, que brota, que emana y que irradia. Al mismo tiempo, pues, irradiáis y emanáis; la irradiación y la emanación se unen maravillosamente en vosotros con el objetivo de producir la vida, la paz y la plenitud. Las dos son necesarias, como el hombre y la mujer; si uno de los dos falta, no puede haber hijo. Hay que emanar y hay que irradiar. En general, la mujer es más magnética, y el hombre más eléctrico. La mujer atrae y el hombre repele. A menudo es la mujer la que repara las torpezas de su marido: va a ver a la persona a quien el marido ha insultado o maltratado, le sonríe, le dice unas palabras… y ya está, arreglado, ¡el marido es readmitido en su trabajo! ¿Cómo lo ha conseguido?… ¡Sólo Dios lo sabe! No siempre es confesable. Pero era magnética y ha sabido decir las cosas magnéticamente. Mientras que él, demasiado eléctrico, demasiado brusco, ¡fuera, despedido!; y después es su mujer la que arregla las cosas. Evidentemente, a veces sucede lo contrario, porque hay mujeres eléctricas y hombres magnéticos. Pero hablo en general.

Volvamos aún a estas dos palabras: presencia y ausencia. No olvidéis jamás que con la sola presencia de una criatura maléfica podéis temeros lo peor, porque están reunidas todas las condiciones para que se produzcan catástrofes; mientras que la presencia benéfica de un ser puede restablecerlo todo. Y eso no lo habéis apreciado aún en su justo valor: la presencia del Sol, la presencia de un buen pensamiento, la presencia de una idea luminosa, la presencia de los enviados del Cielo. Cuando alzamos la mano para saludarnos, con este gesto yo envío conscientemente algunas partículas de mi ser a todos los hermanos y hermanas, y los que saben recibirlas ya tienen la presencia de algo mío que empieza a vibrar en ellos. Pero no lo apreciáis, ¡no está la consciencia! Si tan solo recibieseis mi saludo de otra manera, pasado algún tiempo tendríais revelaciones. Diréis que no se ve nada. Los microbios tampoco se ven, ¡y sin embargo causan estragos! Lo que yo os envío puede incluso aniquilar a los microbios; pero lo que falta es comprensión. De ahora en adelante, si tenéis más luz, recibiréis mucho más y mucho mejor todo lo que os envío. Debéis aprender a recibir, porque, si no, todo se pierde. Pero también debéis aprender a dar. ¿Y qué debéis dar? ¿Amistad, confianza, respeto?… No os lo diré, sois vosotros quienes debéis encontrarlo. Pero yo, varias veces al día, os doy cosas formidables, y, si las sintieseis, seríais iluminados, vivificados, resucitados.

Comprended, de ahora en adelante, que si en nuestras reuniones, durante nuestros ejercicios de meditación, de contemplación, de identificación, os sentís dilatados, iluminados, maravillados, estimulados, entusiasmados, vivificados, es porque, con vuestro silencio, con vuestros cantos, con vuestra actitud de respeto, de amor, de confianza hacia todo lo que es sublime y sagrado, habéis logrado atraer la presencia de entidades divinas. Y si seguís aumentando cada día más vuestro respeto, vuestro amor y vuestra confianza, estas presencias son capaces de manifestarse y de materializarse ante de vosotros.


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