La iluminación espiritual

Por una nueva era

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Por una nueva era; Patrocinio Navarro

NUEVA ERA ES AHORA

Vivimos una época extraña.

Por un lado, tienden a masificarse las aficiones y conductas (deportes, macro-concentraciones festivas, etc.), y por otro lado casi todos los presentes en ellas viven encerrados en su propio yo, de tal forma que el carácter multitudinario de las celebraciones se vive sin que a uno le importe el otro más allá de los límites que imponen los eventos en sí mismos: una celebración deportiva, por ej. Las gentes se pueden abrazar si su equipo mete gol, pero esa pequeña explosión de fraternidad dura ese instante, pues terminado el evento, todos a casa a seguir extrañándose.

Por medios taimados de psicología de masas aplicada desde las escuelas a la televisión, la educación capitalista ha conseguido desdoblar nuestra personalidad: nos convierte en gregarios para facilitar el consumo, aumentar sus beneficios y rentabilizar sus macro instalaciones industriales, comerciales o deportivas, y a la vez nos educa para un individualismo donde lo que priva es el sálvese quien pueda y por encima de quien sea. A este tipo de sociedad se le puede llamar Sociedad del Individualismo Gregario, y por más contradictorios que resultan entre sí tales términos juntos, se hace lo imposible por los poderes dominantes para que se cumplan de acuerdo a sus proyectos. El gregarismo de las multitudes orientadas por el márquetin al consumo colectivo produce, naturalmente, beneficios mayúsculos y por su parte el individualismo impide la solidaridad por carecer del sentido del otro al que se ve como competidor, lo que contribuye a evitar la cohesión social, limitar el sentimiento de pertenencia a grupos y aislar a personas y familias empujándolas a la privacidad, donde les espera el lavado de cerebro diario proveniente de las pantallas. No es casual que a través de la televisión no cesen de pasar películas donde se muestra lo peligroso que es confiar en los vecinos, amigos y compañeros de trabajo con mensajes semejantes a este: A la mínima te la juega todo el mundo. A los niños se les dice: no hables con desconocidos. Los vecinos del mismo edificio apenas si se conocen, y fuera de las reuniones de escalera y en la escalera –terreno equidistante que indica mucho por sí mismo- no existe relación fuera del saludo ocasional o del encuentro en el ascensor.

No es casual que se promocionen toda suerte de videojuegos para jovencitos que de niños sentían miedo a los desconocidos, y desconfían tanto como temen y desprecian al mundo adulto al que no han aprendido a respetar. En sus pantallas individuales están presentes la violencia y la competencia por la supervivencia y el poder, que constituyen la médula del juego. Se mitifica al poder (lo que conviene a quienes lo tienen en la sociedad) y a la vez induce al joven a querer tenerlo en competencia con el personaje con quien el jugador se identifica, con lo cual la jugada psicológica es redonda, porque se juega del lado del poder al que se admira, se desea y se imita aunque sea virtualmente. Las consecuencias para el subconsciente del joven son más negativas de lo que parece a primera vista. El sentimiento de sumisión a la jerarquía de la fuerza, el amor por el poder, la violencia como método para conseguir lo que se desea, el actuar eliminando físicamente al adversario, aunque se vea sangre virtual con un realismo escalofriante, fomenta además las bases psicológicas que precisa el fascismo y aleja de todo sentimiento igualitario y fraternal en detrimento de la delicadeza de sentimientos, y por supuesto del sentido cooperativo y de la paz como medio para progresar. Los demás valen en cuanto me son útiles, pero si no lo son, no tienen importancia o son mis enemigos si no están de mi parte. Este conjunto de elementos negativos refuerza el egocentrismo, tan necesario al Sistema como enemigo del progreso de la conciencia ética y social.

Los orígenes de la envidia, el deseo de poder y la ambición que sustentan los juegos y el sistema son tan antiguos como el hombre y sobrepasan la dimensión terrenal antes y después de la existencia presente por ser energías, lo que algunos sin duda negarán, pero de lo que no dudarán tanto es sobre cómo se manifiestan y sobre sus consecuencias.

A la pérdida del sentido de la unidad y de los valores espirituales que una parte más evolucionada -los más sabios, lúcidos y bondadosos humanos han intentado mostrar desde hace milenios- ha contribuido la impostura de las religiones conocidas, de los sistemas económicos dominantes desde el esclavismo al capitalismo y el poco interés de las mayorías por evolucionar, todo lo cual es determinante para comprender el deterioro colectivo presente a todos los niveles.

El egoísmo, el gregarismo, la competencia feroz y la violencia que acompañan a esta civilización han sido metódicamente promovidos por todos los medios. Tenemos que destacar a los medios de comunicación al servicio del poder (que son todos de una u otra forma) para ocultar los cimientos del desorden que ellos provocan, porque de prevalecer el sentido de la unidad y la práctica de las leyes universales de la vida (tales como el Decálogo del Sinaí, que es un extracto) se tendría un antídoto del veneno capitalista y el individualismo. Y es que los ingredientes de este antídoto son la igualdad, la hermandad, la justicia, y por supuesto la libertad de pensamiento y acción (ya que el Decálogo no impone, sino que indica) pero estos ingredientes no existen en la dosis adecuada y el sistema se preocupa de que sea así porque reconoce en ellos su talón de Aquiles, y por eso desde tiempo inmemorial viene asesinando a todos aquellos iluminados que los divulgan entre el pueblo, desde escritores a artistas; desde místicos a profetas; desde políticos a periodistas. El sistema no se anda con distingos ante quienes dicen la verdad, le plantan cara o le despiertan al personal. Así que ahora puede decirse metafóricamente que vivimos en un mundo semejante a un espejo donde la humanidad se contemplaba y reconocía antaño y al que un meteorito partió en tantos fragmentos como seres humanos somos, perdiéndose así el sentido de la unidad e iniciando un proceso de fragmentación que ha dado lugar a la aparición de todo lo que nos separó en el pasado y nos sigue separando en el presente, hasta el punto que esta sociedad podría ser definida como la Sociedad de la Fragmentación. Esta se halla en todas partes, se mire el campo que se mire: el campo médico con sus especialistas y sub-especialistas, la investigación, la enseñanza, la psicología, etc. En consecuencia, vivimos en un mundo de compartimentos estancos, se mire donde se mire, y que afecta desde la comunicación interpersonal, al progreso del conocimiento y a la organización racional del mundo. Y cada uno de esos campos estancos tiene vida propia, se mueve y sigue produciendo subdivisiones. En el plano de la psicología individual, que es determinante, se manifiestan conflictos innumerables entre lo que uno piensa, siente, dice y hace, que acaban produciendo alteraciones en la personalidad de millones y dan de comer a los psiquiatras y médicos mientras alteran las relaciones del colectivo humano. En el ámbito científico, en el familiar y laboral sucede lo mismo, o sea, la negación de la totalidad (el espejo se rompió y cada uno se agarró desesperadamente a su pedacito a la hora de reclamar derechos para sí mismo).

Una nueva era se precisa; es urgente ante las dimensiones gigantescas del poder opresor, la ignorancia, la injusticia, la violencia, el hambre, la guerra, los abusos innumerables contra los más débiles, el desprecio a los ancianos, la corrupción de los gobiernos, la agresión salvaje a la naturaleza y a todas sus especies, incluidos cada uno de nosotros, y muchas otras cosas que el Sistema llama su Nuevo Orden Mundial.

¡Qué sentido del orden tan abyecto se precisa para llamar orden a esto!

Quienes aborrecemos este desorden destructivo e inmoral somos más cada día y clamamos por una nueva era, una era de paz, de armonía, de justicia, de libertad, igualdad y hermandad, que es justo lo opuesto a lo que se pretende imponernos siglo tras siglo. Urge una nueva era para la que se precisa un hombre nuevo. Un hombre nuevo, sí, me dices esperanzado tú que andas buscando otro mundo.Y ¿por dónde empezar?, me preguntas.

¿No sería bueno empezar por coger cada uno nuestro propio fragmento del gran espejo común hecho añicos, limpiarlo de la basura mental del egoísmo y del Sistema y buscar a otros para reconstruir la totalidad?

¿Acaso no es posible ser individual sin ser individualista; social sin ser gregario; sabio sin ser intelectual; bondadoso sin ser utilizado; servir sin ser sirviente; guerrero sin ser soldado ni violento; pobre en deseos y ser rico; tener y no querer lo de otros; hacer primero a los demás lo que queremos que nos hagan?...Porque si no son posibles estas cosas tan sencillas –y que nadie nos va a regalar- creo que ya podríamos empezar a entonar un canto fúnebre por la humanidad, te contesto a ti que me preguntas por dónde empezar. Y no me digas que es posible cambiar el mundo o hacer una revolución cualquiera sin abordar estos obstáculos, porque esa vía lleva fracasando exactamente toda la historia de la humanidad por no haber sido capaces nuestros ancestros de reconstruir la totalidad y seguir cada uno erre que erre con su trocito de espejo dejándose llevar de vez en cuando por espejismos bien conocidos a los que llamaron Catolicismo, Renacimiento, Siglo de las Luces, o Revolución.

Castillos todos que se van derrumbando uno tras otro por carecer de cimientos.


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