La iluminación espiritual

El planeta tierra agoniza

LA AGONÍA DEL PLANETA

Yo quería desahogarme con palabras, pero solo pude hacerlo con un llanto mudo, silencioso; y es que a veces pierdo el tiempo llorando por el tiempo que perdí. Cabizbajo, con una tristeza inmensa, caminaba pensativo:

  • El ruido de esta ciudad es un insulto a los oídos del hombre que fueron diseñados para escuchar la música celeste. Nuestro tímpano también fue afinado para percibir el susurro del viento entre las hojas, y para entender la voz de la Madre Naturaleza que murmura en los arroyos.

Yo caminaba y la gente comenzó a mirarme. Me di cuenta que estaba pensando en voz alta. No cambié de actitud y continué mi rumbo diciéndoles a todos en voz baja y trémula:

  • Tendremos una ciudad donde no existe el dinero que todo lo ensucia manchándolo de rojo. Allí, en la ciudad del futuro, nuestra gran riqueza será el aire purificado por la brisa en la alborada, y perfumado por las flores en primavera. Nuestro gran patrimonio será el cristal de los arroyos, el azul pensativo de los lagos y la lejana placidez de los valles.

Mi voz se alzó en tono de advertencia cuando dije:

  • La frescura del aire y la pureza de tos ríos no son los inodoros para que las infernales máquinas depositen sus sobrantes inmundos. Los gases letales que producen los automotores y las fábricas son un reto a nuestro olfato que fue diseñado para percibir el aroma de las flores. El aire es la cuna de los vientos, la patria de las nubes y el aliento de nuestras vidas. No debemos profanarlo.

Oh… no debí hablar recio; porque quien en verdad sabe de qué habla no tiene razón para levantar la voz. Yo seguía caminando por las congestionadas vías hablándoles a los transeúntes.

¡Es un demente!
Dijo alguno. Es un loco, aseguró otro.

No me importaba. Yo sabía que los equivocados eran ellos porque cuando una persona me está señalando con un dedo, otros tres dedos estarán apuntando hacia ella.

Por otra parte, bien conocía que la terquedad es la energía de los necios. Además sé que podemos elevarnos muy por encima de quienes nos insultan, perdonándolos.

Ellos no entendían porque sus oídos estaban sordos por el rugido infernal de la ciudad, sus ojos estaban nublados por la pestilente contaminación y sus corazones estaban corroídos por la herrumbre que deja el dinero.

Lástima que el ruiseñor no pueda enseñar su dulce trino a los buitres.
Ni el ave pueda enseñar su raudo vuelo a las hienas. —pensé—.

Las personas que no tienen oídos afinados para escuchar la verdad, no la entenderán, porque sus sentidos están tapados por el fango de la ignorancia, y la luz de la verdad no tiene por donde penetrar para alumbrar sus almas. La televisión, la radio y la propaganda los mantienen hipnotizados a un paso del abismo.

Pero lo falso, por más que trate de empinarse, nunca alcanzará la verdad. Los humanos viven en las nubes de las conjeturas y pierden el tiempo en actividades tumultuosas. Lo único que entienden por verdad es lo que han programado para su propia destrucción... y el planeta agoniza.