La iluminación espiritual

Los nenúfares en el lago

POR: OSHO

Imagen; Los nenúfares en el lago; Osho

LOS NENÚFARES BLANCOS

Este es el enigma de la vida. En un dilema: uno tiene que elegir.

Hubo una vez un hombre que poseía una gran laguna. Un pequeño nenúfar estaba creciendo en ella. El hombre estaba muy contento; siempre le habían gustado las flores blancas de los nenúfares. Pero después se empezó a preocupar, pues la planta doblaba en tamaño todos los días; tarde o temprano cubriría todo el estanque. Tenía peces en el estanque, y le encantaba verlos nadar. Cuando el estanque estuviera cubierto por los nenúfares, toda vida desparecería de él, incluso los peces.

No quería cortar las plantas ni quería que los peces desaparecieran: estaba en un dilema. Fue a ver a un experto. El experto calculó y dijo: No te preocupes. El nenúfar tardará mil días en cubrir todo el estanque. La planta es muy pequeña y el estanque es muy grande; por lo tanto, no hay de qué preocuparse. El experto sugirió entonces una solución que parecía totalmente acertada. Dijo: Espera; corta la planta cuando la mitad del estanque esté cubierto por los nenúfares. Mantenlo siempre medio cubierto, para que puedas disfrutar de las flores blancas y tus peces no estén en peligro. Mitad y mitad: la mitad del estanque para los nenúfares, la mitad para los peces.

La solución parecía totalmente correcta, y mil días parecía un lapso de tiempo suficiente, así que no había motivo para preocuparse. El hombre se relajó. Dijo: Cuando el estanque esté medio cubierto, entonces cortaré los nenúfares.

La mitad del estanque quedó cubierta ‑‑pero esto ocurrió en el día novecientos noventa y nueve. Normalmente, podría haberse pensado que iba a estar medio cubierto a los quinientos días, pero no fue así, la planta solía doblarse en tamaño todos los días; así que la mitad del estanque estaría cubierta en el día novecientos noventa y nueve, y solo quedaría un día. Pero entonces no habría tiempo suficiente para cortar la planta o mantenerla en la mitad.

Y sucedió. En el día novecientos noventa y nueve la mitad del estanque estuvo cubierto, y el hombre dijo ‑no se sentía muy bien, estaba algo enfermo‑ dijo: No hay prisa. He esperado novecientos noventa y nueve. días y no hubo problema. Ahora solo se trata de un día más. En un día más lo haré. A la mañana siguiente todo el estanque estaba cubierto, y todas los peces estaban muertas.

Este es el enigma de la vida. Es un dilema: uno tiene que elegir. Si sigues acumulando cosas y posesiones, la planta duplica su tamaño en el estanque. Todos los días tus cosas aumentan y tu vida se sofoca. La vida parece demasiado larga ‑setenta años, ochenta años. No hay prisa. La gente piensa: Cambiaré cuando llegue a la mitad .

La gente siempre deja la religión para cuando son viejos. La gente dice una y otra vez que la religión es para los viejos. Ve a las iglesias, a los templos, y encontrarás gente vieja, a punto de morirse. Tienen un pie en la tumba: el día novecientos noventa y nueve. A la mañana siguiente la vida va a estar sofocada. Entonces empiezan a rezar, entonces empiezan a meditar, entonces empiezan a reflexionar en lo que es la vida‑ ¿cuál es el significado de la existencia? Pero ya es demasiado tarde.

La espiritualidad requiere de una profunda urgencia. Si la postergas, nunca llegarás a ser espiritualidad. Es algo que debe hacerse ahora mismo. En este momento ya es tarde, ya has perdido demasiado tiempo ‑y lo has perdido en cosas fútiles, lo has perdido en cosas que te van a ser arrebatadas.

Por todas estas cosas tendrás que pagar con la vida. Pierdes tu vida por todo lo que posees. No es barato, es muy costoso. Llega el día en que ya tienes muchas posesiones, pero tú ya no estás ahí. Las cosas están allí; el dueño, muerto. Grandes montones de cosas... pero el que quería vivir con ellas ya no está.

La gente se prepara y se prepara para la vida ‑y mueren antes de que su preparación se complete. La gente se prepara ‑y nunca vive. Ser religioso es vivir la vida, no prepararse para ella. Estás haciendo una cosa muy absurda: tus ensayos siguen y siguen, y el verdadero drama nunca empieza.

He oído acerca de una pequeña compañía dramática. Estaban ensayando. La obra se postergaba todos los días, pues los ensayos nunca se completaban. Un día la heroína no se presentaba, otro día otro actor no estaba, un día otra cosa ocurrió ‑falló la electricidad o algo así y se siguió postergando. Pero el director estaba al menos satisfecho respecto a una cosa: el héroe de la pieza teatral siempre había estado presente, nunca había faltado.

Felicitó al héroe el último día de los ensayos. Le dijo: Eres la única persona en la que puedo confiar. Todos los demás no son confiables. Eres el único que nunca ha faltado. Verano o invierno, calor o frío, siempre has estado aquí.

El héroe respondió: Quisiera decirle algo. Me voy a casar el día del estreno de la obra, así que pensé que al menos asistiría a los ensayos. No estaré aquí ese día ‑es por eso que nunca he faltado.

Para que lo sepas: cuando la obra vaya a estrenarse, no estarás aquí. Solo los ensayos; preparación y más preparación.

Poseer cosas es simplemente la preparación para la vida, arreglar las cosas para poder vivir. Pero para vivir, no hay que arreglar nada; ya todo está dispuesto.

Todo está absolutamente dispuesto; solo hace falta que tú participes. No falta nada. Esto es lo que yo llamo actitud religiosa: esta urgencia de que tienes que vivir ahora, que no hay otra manera de vivir. La única manera de vivir y de ser es ahora, y aquí se encuentra el único hogar. Allí y entonces son ilusiones, espejismos... Cuidado con ellos.

VE Y PREDICA EL REINO DE DIOS

Ahora trata de entender estos sutras muy significativos del evangelio:

Y ocurrió que, mientras iban en camino, cierto hombre le dijo: Señor, te seguiré a donde quiera que vayas.

Cuando te cruzas con un hombre como Jesús o Buda, algo explota de improviso. Tienen un magnetismo, una presencia, que te atrae, que te rodea, que te invoca, que te invita, que se transforma en una profunda llamada en el corazón de los corazones. Simplemente, te olvidas de ti mismo, olvidas tu forma de vida. En presencia de un Jesús, estás casi ausente. Su presencia es tan potente que por un momento te quedas deslumbrado, por un momento no sabes lo que estás diciendo, por un momento pronuncias cosas que nunca quisiste decir ‑como si estuvieras hipnotizado.

Es una hipnosis. No es que Jesús te esté hipnotizando ‑su misma presencia se transforma en una concentración de tu ser. Se convierte en una atracción tan profunda que el mundo entero queda olvidado. Ibas a algún sitio a hacer algo, pero lo has olvidado. Venías de alguna parte, pero lo has olvidado. Repentinamente, en su presencia, el pasado y el futuro desaparecen. De pronto te encuentras aquí y ahora, y un mundo diferente se abre: se revela una nueva dimensión.

Y ocurrió que, mientras iban en camino, cierto hombre le dijo:

Señor, te seguiré a donde quiera que vayas.

Este hombre no sabe lo que está diciendo. Es un impulso del momento. Al cabo de un rato se arrepentirá, al cabo de un rato empezará a mirar atrás, después de un rato empezará a reflexionar acerca de lo que ha hecho.

A veces, cuando vienes a mí, dices cosas que yo sé que no dices de veras, que sé que no puedes decir de veras, porque son tan extrañas, no encajan ‑como si hubieras subido a un nivel más alto de ser como si estuvieras en un nuevo estado de consciencia y murmuraras cosas extrañas. Más tarde, cuando vuelvas a caer en tu estado habitual, o bien olvidarás todo lo que has dicho o te encogerás de hombros ‑no podrás creer que dijiste eso.

Vienes a mí: traes mil y una preguntas; pero cuando estás cerca de mí, repentinamente olvidas todo. Empiezas a balbucear. Te pregunto a qué has venido, y dices: Lo olvidé. Crees que te estoy haciendo algo. Nada ‑no te estoy haciendo nada. Las preguntas y los problemas pertenecen a un estado inferior de la mente. Cuando tu estado cambia, esas preguntas y esos problemas desaparecen, ya no están ahí.

De vuelta a casa, cuando te has aquietado, estarán allí, esperándote de nuevo. Nuevamente vendrás y. olvidarás todo.

Tu pregunta es algo en lo profundo de ti. Cuando estás cerca de mí, empiezas a mirar las cosas a través de mí. Ya no estás en la oscuridad: te encuentras en mi luz, y los problemas que eran importantes en tu oscuridad dejan de tener importancia. Preguntar acerca de ellos parece estúpido, tonto. No puedes expresar tus problemas porque ya no están ahí; pero cuando nos separemos ‑tú por tu camino, yo por el mío‑ nuevamente, de pronto: la oscuridad. Y ahora la oscuridad es aún más profunda que antes, y los problemas se han multiplicado.

Este hombre: el evangelio no menciona su nombre, a propósito. Simplemente dice: cierto hombre, porque no se refiere a un hombre en particular. No se trata de un hombre ‑en particular: cierto hombre. Cada hombre está implicado en ello.

Mucha gente se encontrará con Jesús en el camino, y es siempre en camino. Eso también debe ser entendido.

Jesús siempre se está moviendo. Ese es el significado: que siempre está en camino. No es que se esté moviendo continuamente, que nunca descanse; el significado de en camino es que Jesús es un río. Puede que lo sepas o puede que no lo sepas, pero el río está fluyendo. El río es un flujo; imaginarse un río que no fluye es imposible, porque no será un río. Un Jesús es un flujo, un torrente tremendo. Siempre está en camino, siempre se está moviendo.

Tú viniste a mí ayer, pero yo ya no estoy allí. Esa tierra ya se ha perdido en el pasado, esas riberas ya no están en ninguna parte. Puede que las lleves en tu memoria, pero el río se ha movido. Y si llevas el pasado en tu memoria, no te será posible ver al río; dónde exactamente está ahora, en este momento.

Y ocurrió que, mientras iban en camino... Jesús es un vagabundo, porque una vez que tu consciencia se ha liberado, cuando tu consciencia ha entrado en lo eterno, va a ser un eterno vagabundeo. Entonces tu hogar es lo absoluto; el hogar ya no está en ningún lugar.

Entonces estarás fluyendo todo el tiempo. Nunca habrá un momento de erudición; solo sabrás y sabrás y sabrás. Este proceso nunca se completará, porque una vez que el saber está completo, está muerto. Estarás aprendiendo, pero nunca llegarás a ser un erudito. Siempre estarás vacío.

Es por ese motivo que un hombre como Jesús es tan humilde. Jesús dice: Bienaventurados son los pobres de espíritu. ¿A qué se refiere con pobres de espíritu? Se refiere exactamente a lo que estoy diciendo: la gente que no se vuelve erudita ‑porque el conocimiento es la riqueza del espíritu. Acumulas cosas en el exterior, alrededor del cuerpo; y acumulas conocimiento en tu interior, alrededor de alma.

Un hombre puede ser pobre respecto a las cosas y puede ser rico en lo que se refiere al conocimiento. Jesús dice que solo ser pobre en el cuerpo no basta: ésa no es gran cosa, ésa no es auténtica pobreza.

Auténtica pobreza es no acumular cosas dentro, no llegar al punto en que declares: ¡Yo sé!. Siempre estás conociendo, sigues siendo un proceso ‑siempre en el camino.

Muchas veces nos encontraremos con la expresión: Jesús en el camino. El es un vagabundo, pero este vagabundeo es una indicación de su fluir más interno. Es dinámico, no es estático. No es como una piedra; es como una flor: siempre floreciendo. Un movimiento, no un acontecimiento.

Cierto hombre: ése puedes ser tú, puede ser cualquiera. No tiene nombre. Es bueno que el evangelio no haya mencionado un nombre. Ha sido hecho a sabiendas: si mencionas un nombre, la gente cree que lo dicho se refiere a ese hombre. No, simplemente se refiere a la mente humana: cualquier hombre es totalmente representativo.

... cierto hombre le dijo: Señor...

Cuando te cruzas con Jesús, cuando te encuentras con él, sientes de pronto algo de lo divino. Cuando te separes de Jesús, puede que empieces a pensar si este hombre era o no era un dios; pero en su presencia, él es tanto, es tan poderoso en su pobreza interna, su humildad tiene tal gloria... Su pobreza es un reino; está entronado. Está en lo más alto de la consciencia. De pronto te rodea, te cubre, te envuelve desde todas partes, como una nube. En ella, te olvidas de ti mismo.

Señor: ésa es la única expresión que puede utilizarse para Jesús. Señor, te seguiré a donde quiera que vayas. Y en ese momento de despertar, en ese momento de regocijo, en ese momento de intensidad, dices algo de lo que quizás no estés consciente.

Ese hombre dijo: Señor, te seguiré. No sabe lo que está diciendo. Seguir a Jesús es muy arduo, porque seguir a Jesús significa llegar a ser un Jesús. No hay otra forma de seguirle. Significa arriesgarlo todo ‑por nada. Arriesgas todo por nada; arriesgas tu vida ‑por la muerte. La resurrección puede llegar o no llegar ‑¿quién sabe? Nunca puedes estar seguro respecto a eso, y no se puede dar ninguna garantía. Es solo una esperanza: sacrificar todo lo que tienes, solo por una esperanza.

El hombre no está en sus cabales ‑¿qué está diciendo? Está intoxicado por Jesús, ha bebido demasiado de su presencia. No tiene la cabeza en su sitio, no tiene sentido común. De vuelta a casa pensará: ¿Qué pasó? ¿Por qué dije esto? ¿Es un brujo este hombre, es un hipnotizador, un mago? Me embaucó: casi fui engañado. ¿Qué es lo que he dicho?.

No, Jesús no es un brujo ni es un magnetizador. No es un mago, no es un hipnotizador; pero su presencia ‑y te vuelves poético. En su presencia, algo alcanza una cima en ti, y dices algo que proviene del centro más interno de tu ser. Hasta tu fachada, tu periferia, se sorprende.

Señor ‑puede que este hombre nunca le haya dicho Señor a nadie antes. Pero de repente, cuando llega un Jesús, tienes que llamarle Señor; cuando te encuentras con Buda, tienes que llamarle Bhagwan. Tiene que ser así, porque no puedes encontrar ninguna otra expresión. Todas las demás palabras parecen carecer de significado ‑solo Señor, Dios.

Señor, te seguiré ‑y cuando le dices a alguien Señor, inmediatamente se desprende de eso que te has enamorado.

Te seguiré a donde quiera que vayas. ¡Qué compromiso! ‑hecho en un momento de éxtasis. Puedes arrepentirte de ello para siempre, pero esto sucede.

Jesús lo sabe bien: Y Jesús le dijo: Los zorros tienen madrigueras...

Jesús está diciendo: Pobre hombre, piénsalo de nuevo. ¿Qué estás diciendo? No te entregues tan profundamente, no te comprometas conmigo. Observa, espera, piensa, medita ‑y entonces vuelve a mí. Los zorros tienen madrigueras, y las aves del cielo, nidos; mas el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza.

¿A quién vas a seguir? Hasta los zorros tienen madrigueras ‑si sigues a un zorro, por lo menos tendrás una madriguera en donde apoyar tu cabeza. Hasta los pájaros del cielo tienen nidos, mas el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. Los más grandes, los más elevados, los más sublimes, no tienen hogar.

Esto tiene que ser entendido, éste es uno de los dichos más penetrantes. Es muy significativo. Observa:

Árboles, animales, pájaros: todos ellos tienen raíces profundas en la naturaleza. Sólo el hombre no tiene raíces. Los pájaros no necesitan familias, pueden sobrevivir sin ellas ‑la naturaleza les protege. Los árboles no necesitan a nadie; aunque no hubiera nadie cerca, los árboles estarían allí floreciendo. La misma naturaleza protege; tienen un hogar.

Pero piensa en un niño pequeño, un niño humano. Si la familia no está allí para cuidarle, ¿puedes imaginarte cómo va a sobrevivir? Se moriría. Sin la sociedad, sin la familia, sin el hogar artificial, no le sería posible sobrevivir. En esta tierra, solo el hombre no tiene hogar, solo el hombre es forastero ‑todos los demás están integrados.

De allí la religión. La religión no es otra cosa que la búsqueda de un hogar. Esta tierra no parece ser un hogar. Si lo piensas, te sentirás un extraño aquí. Tarde o temprano serás expulsado ‑‑esta vida es momentánea. No te sientes bienvenido; tienes que abrirte paso con esfuerzo.

Los árboles son bienvenidos: la tierra parece ser feliz con ellos. La tierra da, comparte. Los pájaros cantan ‑como si la tierra cantase a través de ellos. Fíjate en los animales ‑tan vivos y vitales. Sólo el hombre parece ser un intruso, como si viniera de alguna otra parte.

Esta tierra puede ser una residencia temporal, pero no es un hogar. Quizás estamos aquí por un tiempo; una caravanserai (*), pero no un hogar. Por la mañana nos tenemos que ir.

Los dichos de Jesús tienen muchos significados, y me gustaría que entraras en todos ellos.

Uno: el hombre no tiene raíces. Puesto que no tiene raíces, siempre está buscando: ¿dónde encontrar un hogar? Dios no es otra cosa que la búsqueda de un hogar donde nos podamos sentir a gusto y relajados, donde podamos sentir que no hay necesidad de luchar. Donde seamos aceptados, y no solo aceptados: bienvenidos.

No es necesario abrirse paso con esfuerzo. Puedes ser lo que eres y descansar. Sabes que el amor continuará fluyendo, que la vida continuará fluyendo. No hay miedo al castigo ni anhelo por ningún premio. Estás en tu casa; no eres un extraño en tierra extranjera.

Esta es la búsqueda de la religión. Es por ese motivo que los animales no tienen religión. Las aves no tienen religión: ellas hacen nidos, pero no hacen templos. De otro modo, no les sería difícil hacer templos: podrían hacer un gran nido y reunirse todas, a cantar juntas y a rezar. Pero ellas no rezan; no necesitan hacerlo.

El hombre es el único animal que hace templos, iglesias, mezquitas. La oración es un fenómeno muy extraño. Imagínalo: si alguien llegara de otro planeta y observara a la humanidad...

Si estás haciendo el amor con una mujer, el observador podría comprenderlo; también debe haber algo así en otro planeta. Puede que no pueda entender lo que estás diciendo, pero sabrá lo que debes estar diciendo. Puede que no entienda el lenguaje, pero entenderá lo que los amantes se dicen el uno al otro. Cuando se besen y abracen, entenderá el gesto.

(*) Caravanera, patio‑posada donde pernoctan las caravanas (Nota del Traductor)

Cuando estés haciendo negocios, comprenderá lo que ocurre; cuando estés leyendo un libro, lo entenderá; cuando estés haciendo algún ejercicio, lo entenderá. Pero cuando estés rezando, no le será posible entenderlo, si no existe algo similar a la religión en su planeta. ¿Qué estás haciendo? ¿Sentado solo? ¿Mirando al cielo? ¿hablando? ¿A quién? ¿Qué estás diciendo?

Y si viene un día determinado, como por ejemplo, una fiesta religiosa de los Mahometanos, los Cristianos o los Hindúes... Por todas partes de la tierra, millones de Mahometanos rezando ‑no hablando unos con otros, sino que hablándole al cielo. Simplemente pensará que algo anda mal: La humanidad se ha vuelto loca ‑ ‑qué es lo que está pasando? ¿Qué son estos gestos que hace esta gente, por qué están gesticulando? ¿A quién le están hablando, a quién llaman Alá? ¿A quién le hacen reverencias? ‑parece no haber nadie allí.

Dios no es visible, Dios está en alguna parte de la mente del hombre. La oración es un monólogo; no es un diálogo. Un hombre de otro planeta pensaría que algo ha ido mal en el sistema nervioso de la humanidad. Pensaría que es una falla de los nervios: millones de personas gesticulándole a nadie, hablándole al cielo, mirando al cielo y gritando: ¡Alá! ¡Alá!. Algo debe andar mal: la humanidad entera parece haber enloquecido.

No comprenderá de qué se trata la oración, porque la oración es absolutamente humana. Es lo único que solo el hombre hace; todas las demás cosas también las hacen los animales. El amor: sí, también hacen el amor. Buscar alimento: también lo hacen. Cantan, bailan, hablan existe la comunicación‑. Están tristes, están felices ‑¿pero la oración? Eso no es existencial.

Jesús dice: Los zorros tienen madrigueras, y las aves del cielo, nidos; mas el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza.

El hombre es un extraño. Por eso creamos la ficción de que estamos en casa, que no somos extraños. El hogar es una ficción: creamos una unión con la gente; creamos comunidades, naciones, familias, de modo de no estar solos, para poder sentir que los demás están cerca ‑alguien que nos es familiar, alguien que conocemos‑ tu madre, tu padre, tu hermano, tu hermana, tu esposa, tu marido, tus hijos: alguien que es conocido, familiar.

Pero... ¿has pensado alguna vez en ello? ¿Conoces realmente a tu esposa? ¿Existe realmente una forma de conocer a la esposa, al marido o al hijo? Un niño nace de ti. ¿ Le conoces ‑sabes quién es?

Pero nunca preguntas cosas tan inquietantes. De inmediato le pones un nombre, para saber quién es. Sin un nombre creará problemas; sin nombre, el niño se moverá por la casa y cuando te lo encuentres, lo desconocido te estará mirando.

Para olvidar que ha llegado un extraño, le etiquetas; le adscribes un nombre. Después, empiezas a controlar su carácter ‑qué es lo que debe hacer, qué es lo que no debe hacer‑ de modo que sepas, de modo que puedas predecir sus actos. Esa es una forma de crear falsa familiaridad. El niño sigue siendo un desconocido; todo lo que hagas estará en la superficie: en el fondo, él es un extraño.

Hay momentos, algunos momentos excepcionales, en los que de pronto tomas consciencia de esto. Sentado al lado de tu amada, de pronto tomas consciencia de que estás muy lejos. Miras el rostro de tu amor y súbitamente no puedes reconocer quién es él o ella. Pero de inmediato te olvidas de esos momentos; comienzas a hablar, dices algo, empiezas a planear, empiezas a pensar.

Es por ese motivo que la gente no se sienta en silencio: porque el silencio crea una inquietud. En silencio, la ficción de la familiaridad se rompe.

Si un visitante llega a tu casa y tú no dices nada ‑simplemente te sientas en silencio‑ se pondrá furioso, se enfadará mucho. Si te quedas sentado, solo mirándole, no le gustará nada. Dirá: ¿Qué estás haciendo? ¿Te pasa algo? ¡Di algo! ¿ Te has quedado mudo? ¿Por qué te quedas callado? ¡Habla!.

Hablar es una manera de rehuir, de rehuir el hecho de que somos desconocidos el uno para el otro. Cuando alguien empieza a hablar, todo está bien. Es por eso que te sientes un poco incómodo con los extranjeros ‑porque no pueden hablar la misma lengua.

Si tienes que estar con un extranjero en la misma habitación y no puedes entenderte con él ‑te va a resultar muy difícil. El te recordará continuamente que Somos extraños. Y cuando tienes la sensación de que alguien es un extraño, de inmediato sientes peligro. ¿Quién sabe lo que hará? ¿Quién sabe si de repente va a saltarte encima en medio de la noche y te va a cortar el cuello? ¡Es un extraño!

Es por ese motivo que los extranjeros siempre resultan sospechosos. En realidad, no hay nada de qué sospechar ‑‑todo el mundo es extranjero en todas partes. Hasta en tu propia tierra eres un extranjero; sin embargo, allí la ilusión está establecida: hablas la misma lengua, crees en la misma religión, vas a la misma iglesia, crees en el mismo partido, crees en la misma bandera ‑familiaridad. Por lo tanto, crees que se conocen unos a otros. Estos son solo trucos.

Jesús dice: El Hijo del hombre no tiene hogar.

Jesús usa dos palabras una y otra vez para referirse a sí mismo: algunas veces usa el hijo de Dios y otras, el hijo del hombre. Usa el hijo de Dios más raramente; el hijo del hombre, con más frecuencia. Esto ha constituido un problema para la teología Cristiana. Si él es el hijo de Dios, ¿por qué dice el hijo del hombre?

Aquellos que están en contra de Cristo, dicen: Si es el hijo del hombre, ¿por qué insiste en que también es el hijo de Dios? No puedes ser ambos. Si eres el hijo del hombre ‑todo el mundo es hijo del hombre. Pero si eres el hijo de Dios, ¿por qué usar la otra expresión?.

Pero Jesús insiste en ambas, porque es ambos. Y yo te digo, todo el mundo es ambos. Por un lado, hijo del hombre; por otro lado, hijo de Dios. Naces del hombre, pero no naces solo para ser hombre. Naces del hombre, pero naces para ser un dios.

La humanidad es tu forma; la divinidad es tu ser. La humanidad son tus ropas; la divinidad es tu alma. Jesús usa ambas expresiones. Siempre que dice: hijo del hombre, quiere decir‑ Estoy unido a ti. Soy igual que tú ‑y más. Soy tal como tú y más. Para indicar ese más, a veces dice el hijo de Dios. Pero raramente lo usa ‑rara vez, porque muy poca gente podrá entenderlo.

Cuando dice: el hijo del hombre, no está diciendo algo solo acerca de sí mismo. Observa esta frase: está diciendo algo acerca de todos los hombres ‑que el hombre esencial no tiene hogar. Si crees que tienes raíces, si crees que tienes un hogar, estás por debajo de lo humano ‑puede que pertenezcas a los animales. Los zorros tienen madrigueras, los pájaros tienen nidos... mas el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza.

Si crees que tienes raíces, y que este mundo es tu hogar, debes estar viviendo por debajo de lo humano, porque cualquiera que es realmente humano inmediatamente se da cuenta de que ésta no puede ser la vida. Puede ser una transición, un viaje, pero ésta no puede ser la meta. Y la búsqueda comienza cuando sientes que no tienes un hogar en este mundo.

Ese hombre dijo: Señor, te seguiré a donde quiera que vayas. Puede que esté pensando que Jesús va hacia el este o hacia el oeste o hacia el sur o hacia el norte. Le seguiré. Pero no sabe hacia dónde se dirige Jesús.

Jesús se dirige hacia Dios, y eso no es el norte, ni el este, ni el oeste, ni el sur; ni tampoco es arriba, ni abajo ‑no es ninguno de éstos. Ir hacia Dios es ir hacia dentro. En realidad, no es en absoluto una dirección. Es perder todas las direcciones: norte, este, sur, oeste, arriba, abajo ‑perder todas las direcciones. Moverse hacia adentro significa moverse en lo que no tiene dimensiones, en lo que no tiene dirección.

No sabe lo que está diciendo: Señor, te seguiré a donde quiera que vayas. En su donde quiera, el ir hacia Dios no está implícito. No sabe lo que está diciendo. Jesús no va a ninguna parte. Se dirige hacia el interior de sí mismo ‑y esto no es un punto en el espacio.

El ir hacia adentro es ir más allá del espacio. Por eso, el alma no puede ser encontrada en ningún experimento. Un experimento puede hallar cualquier cosa que pertenezca al espacio. Puedes matar a un hombre, cortarle y disecarle, y encontrarás huesos, encontrarás sangre, encontrarás todo lo demás ‑solo el alma, solo el hombre esencial no será hallado. No existe en el espacio. Toca el espacio, pero no existe en él. Sólo lo está tocando... y si destruyes el cuerpo, y cortas el cuerpo, hasta ese contacto se habrá perdido. La fragancia vuela hacia lo desconocido.

Jesús se está moviendo hacia adentro. Y sabe que este hombre se está comprometiendo demasiado, y que no será capaz de perdonarse a sí mismo por ello.

Cuando te entregas demasiado, tomarás venganza. Esto sucede. Me cruzo con mucha gente que ‑‑en un momento, como un relámpago‑ me dicen: Nos gustaría entregarnos. Ahora, haremos lo que tú digas.

Sé que si los acepto, tomarán venganza, porque no serán capaces de cumplir con lo que han dicho. No saben lo que están diciendo, y no saben en qué dimensión me estoy moviendo. No les será posible mantener el paso conmigo; y entonces, hay solo dos posibilidades: o se enfurecen contra sí mismos ‑lo cual no es el estilo habitual de la mente‑ o se pondrán furiosos conmigo.

Ese es, simplemente, el curso normal: siempre que tienes conflictos, otra persona es la responsable. Siempre que sienten que ha surgido un problema... Y va a surgir. Desde el primer paso va a resultar trabajoso, va a ser el filo de una navaja. Y entonces tomarán venganza, estarán contra mí, porque ésa será la única manera de protegerse a sí mismos. Esa será la única manera: lograr probar que estoy equivocado, para poder así anular su compromiso.

Jesús sabe, y dice: No tengo hogar. Conmigo, nunca encontrarás descanso; conmigo, siempre estarás en el camino. Soy un peregrino, un vagabundo. Conmigo, siempre estarás en el camino. Y mi viaje comienza, pero nunca termina.

Tú no sabes dónde voy. Voy hacia Dios. Me estoy alejando de las cosas y del mundo de las cosas: me estoy moviendo hacia la consciencia. Estoy dejando lo visible y me estoy moviendo hacia lo invisible.

No puedes entender lo que lo invisible es, porque, a lo más, puedes pensar acerca de ello en forma negativa: puedes pensar que lo invisible es lo que no es visible. No, lo invisible también es visible, pero necesitas ojos diferentes para verlo.

Sucedió que Mullá Nasrudín había abierto una pequeña escuela, y me invitó. Me di una vuelta por la escuela; había reunido a muchos estudiantes. Yo le pregunté: Nasrudín, ¿qué vas a enseñarles a estos estudiantes?.

El respondió: Básicamente, dos cosas: el temor a Dios, y lavarse la parte de atrás del cuello.

No pude ver la relación: ¿el temor a Dios y lavarse la parte de atrás del cuello? Le dije: Está bien en lo que respecta al temor a Dios, pero no puedo entender por qué es importante aprender a lavarse la parte de atrás del cuello.

El me dijo: ¡Si pueden hacer eso, pueden hacer cara a lo invisible! ‑detrás del cuello es lo invisible, porque no lo puedes ver. Si pueden hacer eso, pueden arreglárselas con lo invisible.

Tu invisible puede ser tal como la parte de atrás de tu cuello: también forma parte del mundo. Tu Dios también forma parte del mundo; por eso es por lo que tus templos llegan a ser parte del mercado y tus escrituras se transforman en mercancías. Tus doctrinas son solo cosas que compras y vendes.

El Dios de Jesús o de Buda no es tu Dios. Tu Dios no es el Dios de Jesús. Su Dios es una interioridad, algo más allá; su Dios es una transformación de tu ser, una mutación, el nacimiento de un nuevo ser con una nueva consciencia. Tu Dios es algo para ser venerado; el Dios de Jesús es algo para ser vivido. Tu Dios está en tus manos; el Dios de Jesús es a quien te abandonas a ti mismo, en cuyas manos te entregas. Tu Dios está en tus manos; puedes hacer todo lo que quieras con tu Dios. El Dios de Jesús es alguien a quien te entregas ‑‑y te entregas totalmente.

Ese hombre no sabía lo que estaba diciendo. Jesús le cerró el paso por decir esto.

Y le dijo a otro: Sígueme.

Al que estaba dispuesto a seguirle, le dijo: Espera, por favor. No sabes lo que estás haciendo; no sabes a qué te estás comprometiendo, en lo que te estás involucrando

El primer hombre actuó en un momento de inspiración, en un momento de entusiasmo, en un momento de intoxicación. No es de fiar, ha sido influenciado ‑y si haces algo bajo alguna influencia, es tal como si estuvieras borracho. Dices algo y al día siguiente lo has olvidado.

Y le dijo a otro: Sígueme: Al que no había dicho nada, le dice: sígueme.

Mas él dijo:

Señor, permite que primero vaya a sepultar a mí padre.

Al otro hombre Jesús le dice: Sígueme ‑y este hombre no se lo había pedido. Pero este hombre estaba más dispuesto, estaba más preparado, estaba más maduro.

Hace solo unos días, una mujer holandesa vino a verme. Una mujer muy simple y de buen corazón; de hecho, demasiado buen corazón. Hasta el buen corazón puede ser una enfermedad si es demasiado. Viene a verme una y otra vez, y escribe notas y cartas diciendo que no puede tolerar la pobreza. Cuando va a su hotel se encuentra con mendigos por el camino, y empieza a llorar y lamentarse, se siente culpable y sufre mucho. No puede meditar ‑hasta en la meditación aparecen los rostros de esos mendigos. Ella piensa que es egoísta meditar mientras exista tanta pobreza.

Una mujer de muy buen corazón, pero no madura. Simple, buena ‑pero infantil.

Le dije: Puedes hacer una de dos cosas. Vete y primero elimina la pobreza del mundo; después, vuelve ‑si ha sobrado tiempo y aún estoy aquí. Primero haz desaparecer la pobreza del mundo, y luego vuelve y medita: así no te sentirás culpable. O, si piensas que eso ‑es imposible, abandona la idea. Medita, y con la base que la meditación te dé, entrégale a la gente toda la ayuda que puedas darles.

Después se preocupó respecto a sannyas. Quería tomar sannyas, y sin embargo tenía miedo ‑‑‑su educación Cristiana. Entonces vino de nuevo, y dijo: Hay un problema. Mí padre ha sido muy bueno conmigo. Me ha enseñado cómo ser. Ahora, si tomo sannyas, estaré traicionando a mi padre, a sus enseñanzas. Pero si no tomo sannyas, va a ser una constante obsesión para mí el pensar que debo tomar sannyas para poder ser transformada.

Le dije: Decide una cosa u otra.

Respecto a eso tampoco pudo decidirse. Entonces un día vino muy preocupada, y entonces le dije: Ahora una cosa es segura: que aunque pidas sannyas, no te lo voy a dar. Por lo tanto, ahora descansa. No te voy a dar sannyas.

Desde entonces la he estado viendo ‑no ha venido a verme, pero está aquí. Ahora parece preocupada ‑puedo ver su cara‑ de que si viene a pedírmelo, yo no le dé sannyas.

Buena, pero inmadura. El compromiso solo puede nacer de la madurez. Una cierta madurez es necesaria.

Y Jesús le dijo a otro: Sígueme ‑pero el padre de ese hombre había muerto. No pudo refrenarse; por eso debió ir al camino, al encuentro de Jesús. El pasaba por el pueblo, su padre yacía muerto, y dijo: Señor, permite que primero vaya a sepultar a mi padre.

Esta es una situación muy simbólica: el padre que ha dado nacimiento al cuerpo está muerto; y otro padre, que puede dar nacimiento al alma, se halla presente. La cuestión está entre el cuerpo y el alma, la cuestión está entre la vida y la muerte. De un padre mundano no obtendrás la vida. De hecho, has nacido para morir, has nacido para la muerte.

El padre está muerto. El hombre dijo: Señor, permite que primero vaya a sepultar a mi padre ‑una formalidad, pero permíteme hacerlo.

Jesús le dijo ‑uno de los más profundos y penetrantes dichos de Jesús‑:

Deja que los muertos entierren a sus muertos; pero tú ve y predica el reino de Dios.

Parece un poco áspero, no muestra compasión. El padre está muerto, y del hijo se espera que le entierre. Es una formalidad; una costumbre social y un deber. Pero Jesús dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos. En el pueblo hay mucha gente muerta. Ellos lo harán. No te preocupes por eso. No es necesario que vayas.

El significado simbólico es: que alguien que penetra en la religión no necesita molestarse con deberes, moralidad y formalidades, pues la moralidad es una religión inferior, el deber es una religión inferior, la formalidad es parte de la personalidad. Cuando entras en la religión, puedes tirar toda moralidad, porque estarás satisfaciendo algo más profundo y más alto. Ahora no es necesario respetar costumbres, no es necesario llevar etiqueta social. Hay bastante gente muerta en el pueblo: ellos lo harán, y lo harán encantados. No te preocupes por eso. Deja que los muertos entierren a los muertos; pero tú ve a anunciar el reino de Dios.

¿Qué clase de hombre es este Jesús? ¿El padre de un hombre yace muerto y quiere enviarle a anunciar el reino de Dios? ¿Es éste el momento para convertirse en predicador de Dios?

Pero esto es simbólico. El está diciendo: No te preocupes por la muerte, preocúpate por Dios. Y no te preocupes por el padre que dio origen a tu cuerpo; piensa en el padre, ve y predica acerca del padre que te ha dado el alma.

... pero tú ve y predica el reino de Dios.

En cierta forma, si reflexionas acerca de la muerte de alguien con quien has tenido mucha intimidad ‑un padre, una madre, una esposa, un marido, un amigo muy íntimo que haya muerto‑ solo en ese momento es posible la conversión hacia Dios. Si dejas que ese momento se escape, estarás de nuevo en el revoltijo del mundo.

La muerte te produce un golpe. No existe nada que pueda producirte un golpe semejante ‑la muerte es el más grande. Si ese golpe no te despierta, significa que eres incurable, imposible. Jesús utilizó ese momento. El es uno de los más grandes artistas que han pisado la tierra, el más grande alquimista.

La situación es: la muerte. El padre yace muerto en la casa, la familia debe estar llorando y lamentándose ‑no es el momento para ir a anunciar el reino de Dios. Parece absurdo, parece duro. Jesús parece demasiado duro.

No lo es. Es debido a su compasión que dice esto. Sabe que si este momento de muerte se pierde ‑en enterrar el cuerpo muerto‑ se perderá la posibilidad de despertar. Es quizás por esto que se volvió hacia este hombre y le dijo: Sígueme Debió ver la muerte en sus ojos, debió sentir la muerte a su alrededor. Naturalmente, debió ser así: el padre estaba muerto.

Pero aún así, el hombre no pudo contenerse. Tuvo que ir a ver a este hombre, Jesús. Fue quizás debido a la muerte que Jesús se volvió significativo, quizás fue debido a la muerte que se dio cuenta de que todo el mundo va a morir. Fue quizás por eso que había ido a ver a Jesús, en busca de la vida.

El primer hombre era solo un espectador; el segundo hombre estaba listo. La muerte te prepara. Si puedes usar la muerte, si puedes usar el dolor y la angustia, si puedes usar el sufrimiento, la desgracia, podrás convertir eso en un paso hacia lo divino.

Conmocionado, este hombre debió de estar ahí parado como si él mismo estuviera muerto. El pensamiento debió detenerse. Con un golpe como ése no puedes darte el lujo de pensar. Si el golpe es realmente total, ni siquiera las lágrimas podrán fluir. Si las lágrimas pueden fluir, el golpe no ha sido total. Si el golpe es total, uno está simplemente conmocionado. Nada se mueve; el tiempo se detiene, el mundo desaparece, los pensamientos desaparecen. Uno está atontado, uno solo mira con ojos vacíos, huecos. Simplemente miras, sin mirar nada en especial.

¿Has visto alguna vez ese tipo de mirada en los ojos de los locos, o a veces, inmediatamente después de que alguien que era muy íntimo ha muerto?

Jesús debió observarlo; este hombre estaba listo. Déjame decírtelo: no estás listo, a menos que hayas tenido una experiencia con la muerte. La vida es muy superficial; está solo en la periferia, solo en la superficie. La muerte es profunda ‑es tan profunda como Dios‑; por lo tanto, solo desde la muerte es la conversión posible. Sólo cambias en el momento de la muerte. Tu perspectiva cambia, tus actitudes cambian, el viejo mundo se vuelve ajeno. Buda fue transformado viendo un hombre muerto...

Jesús debió verlo Y le dijo a otro: Sígueme. Sólo el que ha conocido la muerte puede seguir a Jesús.

Si has conocido la muerte, solo entonces podrás seguirme. Si has conocido el sufrimiento y la limpieza que surge del sufrimiento, sí has conocido el dolor y el golpe que es producto lateral del dolor, entonces y solo entonces podrás estar conmigo. De lo contrario, tarde o temprano te dispersas, porque la vida te reclama otra vez; hay mil y una cosas que aún quedan por completar. Estarás volviendo continuamente hacia atrás.

Sólo cuando la muerte corta el puente y rompe todos los lazos con la vida; solo entonces existe la posibilidad de que des un giro ‑que vuelvas la espalda al mundo y te enfrentes a Dios. Es por ese motivo que, en una frase, Jesús dice dos cosas que en la superficie parecen extrañas‑ Deja que los muertos entierren a sus muertos; pero tú ve y predica el reino de Dios.

Este hombre ni siquiera es un discípulo ‑es un extraño parado al lado del camino‑ y Jesús le dice: Ve y predica el reino de Dios. Esta es también mi observación: que la mejor manera de aprender una cosa es enseñarla.

La mejor manera de aprender una cosa es enseñarla, lo repito; porque cuando empiezas a enseñar, estás aprendiendo. Cuando estás simplemente aprendiendo, estás demasiado centrado en ti mismo, y ese centrarse en sí mismo se transforma en la barrera.

Cuando empiezas a enseñar, no estás centrado en ti mismo; miras al otro, miras la necesidad del otro. Miras y observas su problema. Estás completamente aparte, separado ‑como un testigo. Y siempre que puedes convertirte en un testigo, Dios empieza a fluir desde ti.

Existe solo una forma de aprender grandes cosas: enseñándolas. Por eso digo una y otra vez que, si has compartido mi ser de alguna manera, ve y difunde, ve y enseña, ve y ayuda a otra gente a meditar; y de pronto, un día, estarás sorprendido: la meditación más grandiosa te sucederá cuando estés ayudando a alguien a entrar en la meditación.

Mientras meditas, ocurrirán cosas. Mientras tú mismo estás meditando, muchas cosas sucederán, pero lo más grande sucederá solo cuando seas capaz de enseñarle a alguien a meditar. En ese momento, te desapegas completamente ‑y en ese desapego estás en completo silencio.

Estás tan lleno de compasión ‑por eso estás ayudando al otro‑ que algo te sucede de inmediato.

Jesús dijo:

... pero tú ve y predica el reino de Dios. Y otro también dijo: Señor, te seguiré; mas primero permite que vaya a despedirme de los de mi casa.

Y otro dijo: Me gustaría irme contigo. Estoy dispuesto a seguirte, pero tendría que volver, al menos solo para decirle adiós a mi familia, mis amigos, a aquellos que están en casa.

Y Jesús le respondió: Nadie que pone su mano en el arado y luego mira hacia atrás es apto para el reino de Dios.

Ningún hombre que mira hacia atrás es apto para el reino de Dios ‑¿por qué? Porque ningún hombre que mira hacia el pasado puede ser capaz de estar en el presente.

Un buscador Zen fue a ver a Rinzai, el gran Maestro. Quería meditar y quería iluminarse, pero Rinzai dijo: Espera, primero unas pocas cosas. Lo primero es lo primero. ¿De dónde vienes?.

El hombre dijo: Siempre destruyo los puentes después de cruzarlos.

Rinzai dijo: De acuerdo; de dónde vengas no es importante. Pero, ¿cuál es el precio del arroz en estos días allí?

El discípulo se rió y dijo: No me provoques; de lo contrario, te daré una bofetada.

Rinzai se inclinó frente al buscador y dijo: Eres aceptado ‑porque si un hombre aún recuerda el precio del arroz del sitio del que viene, significa que no es merecedor. Todo lo que traes del pasado es una carga, una barrera; no te permitirá abrirte al presente.

Jesús dijo:

Nadie que pone su mano en el arado y luego mira hacia atrás es apto para el reino de Dios.

Si quieres seguirme, sígueme. No hay forma de regresar. No hay necesidad; ¿qué sentido tiene decir adiós? ¿De qué va a servir? Si quieres seguirme ‑Jesús dice una y otra vez en el evangelio‑ entonces tendrás que negar a tu padre, a tu madre; tendrás que negar a tu familia.

A veces parece casi cruel. Un día estaba parado en el mercado del pueblo, y una multitud le rodeaba. Alguien dijo: Señor, tu madre está esperando, al margen de la multitud.

Jesús respondió: ¿Quién es mi madre, quién es mi hermano, quién es mi padre? Aquellos que me siguen, aquellos que están conmigo: ellos son mi hermano, ellos son mi padre, ellos son mi madre.

Parece realmente cruel ‑pero no lo era. No le está diciendo nada a su madre; está diciéndole a esa gente que si te aferras demasiado a la familia, la revolución interior no será posible, porque la familia es la primera atadura. Después, la religión a la que perteneces es la segunda atadura después, la nación a la que perteneces es la tercera atadura. Uno tiene que romperlas todas, uno tiene que trascenderlas todas. Sólo entonces puedes encontrar la fuente: la fuente que es la libertad, la fuente que es Dios.

Nadie que pone su mano en el arado y luego mira hacia atrás es apto para el reino de Dios. Uno tiene que renunciar a todo lo que es fútil para obtener lo que tiene asignado.

Una vez, un grupo de amigos estaban sentados hablando acerca de la cosa más esencial ‑aquella a la que no se podía renunciar.

Alguien dijo: Yo no puedo renunciar a mi madre. Ella me ha dado la vida; a ella le debo la vida. Puedo renunciar a todo, excepto a mi madre.

Alguien más dijo: Yo no puedo renunciar a mi esposa, porque el padre y la madre me fueron dados ‑nunca fueron mi elección‑ pero a mi esposa la he elegido yo. Tengo una responsabilidad hacia ella, no puedo renunciar a ella. Pero puedo renunciar a todos los demás.

Y así siguieron. Alguien dijo que no podía renunciar a su casa, alguien más dijo otra cosa. Mullá Nasrudín dijo: Yo puedo prescindir de todo, excepto de mi ombligo

Todo el mundo se quedó desconcertado ‑¿solo un ombligo? Así que le presionaron para que se explicara.

El dijo: ¡Siempre que es día de fiesta y estoy tranquilo y ocioso, me tumbo en la cama y como apio!.

Ellos dijeron: Pero, ¿qué relación tiene eso con el ombligo? Puedes comer apio ......

El dijo: No entienden. Sin el ombligo, no tengo dónde poner la sal. ¡Pone la sal en su ombligo cuando come apio!

Pero todos tus apegos son así de absurdos. A todo se puede renunciar, excepto a tu consciencia más interna. No es que yo diga: Renuncia a ello, pero en lo profundo uno debería vivir en renuncia: uno debiera estar en el mundo, pero permaneciendo en constante renuncia.

Puedes vivir con la familia, sin ser parte de ella; puedes vivir en la sociedad y, aún así, fuera de ella. Se trata de una actitud interna. No se trata de mudarte de lugar: se trata de cambiar la mente.

Las cosas a las cuales estás demasiado apegado no son malas en sí, recuerda. Padre, madre, familia, esposa, hijos, dinero, casa: no son malas en sí mismas. El apego no es malo debido a que estas cosas sean malas, o que estas personas o estas relaciones lo sean: el apego es malo.

Te pueden volver muy estúpido. Mullá Nasrudín se hizo rico de un día para otro: heredó una gran fortuna. Y, naturalmente, lo que sucede con los nuevos ricos le sucedió a él también: quería mostrarlo, exhibirlo.

Llamó al pintor más grande del país para que le hiciera un retrato a su mujer. Nasrudín solo le impuso una condición: Recuerda, no lo olvides: las perlas deben aparecer en el cuadro. Su esposa usaba muchas perlas y diamantes: había que mostrarlas. No estaba preocupado por la mujer ‑cómo aparezca ella en el cuadro no es el punto‑ pero las perlas y los diamantes deben salir.

Después de un tiempo, cuando la pintura estuvo lista, el pintor trajo el cuadro. Mullá Nasrudín dijo: Muy bueno, muy bueno. Sólo una cosa: ¿no puedes hacer los pechos un poco más pequeños y las perlas un poco más grandes?.

La mente de un exhibicionista, la mente de quien desea mostrar que tiene algo precioso, valioso; la mente del ego. La cuestión no es el vivir en un palacio ‑vive en un palacio, ése no es el punto‑ o vive en una cabaña o al lado del camino: ése no es el punto. Es del ego que se trata.

Puedes ser un exhibicionista en un palacio; puedes ser un exhibicionista en el camino. Si tu mente quiere que alguien sepa que posees algo o que has renunciado a algo, estarás en una profunda oscuridad, que deberá ser disipada.

Jesús dice que uno no debe estar apegado, y que uno no debe mirar atrás. Mirar atrás es un viejo hábito de la mente humana: miras y miras atrás. O miras hacia atrás o miras hacia el futuro ‑y así es como te pierdes el presente.

El presente es divino. El pasado es recuerdo muerto; el futuro es solo esperanza, ficción. La realidad está solo en el presente. Esa realidad es Dios, esa realidad es el reino de Dios.

Jesús dijo:

Nadie que pone su mano en el arado y luego mira hacia atrás es apto para el reino de Dios.

Sólo hay que entender esto; no es necesario hacer nada más. Sólo escúchame: sabes muy bien que el pasado es el pasado; que ya no es, que nada se puede hacer al respecto. No sigas rumiándolo, perdiendo tiempo y energía. Ese rumiar por el pasado crea una pantalla a tu alrededor, y no puedes ver lo que ya está aquí.

Te lo has estado perdiendo, y se ha convertido en un hábito. Siempre que estás sentado, estás pensando en el pasado. ¡Sé consciente! No estoy diciendo que trates de dejar de hacer esto, porque si tratas de dejar de hacerlo, estarás aún involucrado en ello. Estoy diciendo: ¡Desinvolúcrate de ello!

¿Así que qué es lo que harás? ‑porque hagas lo que hagas, te involucrarás en ello.

Sólo tienes que estar consciente. Cuando el pasado empiece a llegar a la mente, relájate, aquiétate, tranquilízate. Sólo permanece alerta, ni siquiera es necesario verbalizar. Sólo tienes que saber que el pasado se ha ido; es inútil seguir masticándolo una y otra vez.

La gente usa el pasado como goma de mascar; lo mastican incesantemente. Nada sale de la goma ‑no es nutritiva; es vana, inútil‑ pero con el ejercicio de la boca uno se siente bien. Con solo ejercitar la mente, uno siente que está haciendo algo valioso.

Sólo permanece alerta; y si puedes estar alerta respecto al pasado, te darás cuenta de que, poco a poco, el futuro habrá automáticamente desaparecido. El futuro no es otra cosa que la proyección del pasado; el futuro es el deseo de tener esa parte del pasado que fue hermosa una y otra vez, en formas más bonitas; y no tener la parte del pasado que fue dolorosa ‑nunca tenerla de nuevo.

Eso es lo que es el futuro. Estás escogiendo una parte del pasado, glorificándolo, decorándolo, e imaginando que en el futuro tendrás una y otra vez aquellos momentos de felicidad ‑naturalmente, magnificados, más inflados. Y nunca tendrás el dolor que tuviste que experimentar en el pasado. Eso es lo que el futuro es.

Una vez que el pasado desaparece, no desaparece solo. Se lleva consigo también al futuro. De repente estás aquí, ahora ‑el tiempo se detiene. Este momento que no pertenece al tiempo es lo que yo llamo meditación... este momento que no pertenece al tiempo: Jesús lo llama el reino de Dios.

Sólo recuérdalo más y más. No hay nada que hacer, solo recordar ‑una profunda recordación que te sigue como la respiración en lo que sea que estés haciendo, que permanece en alguna parte del corazón. Sólo una profunda recordación de que hay que arrojar el pasado ‑y el futuro se va con él. Aquí/ahora es la puerta: del aquí/ahora vas del mundo hacia Dios, vas de lo exterior a lo interior.

De repente, en el mercado, el templo desciende: el cielo se abre y el espíritu de Dios desciende como una paloma. Puede suceder en cualquier sitio. Cada lugar es santo y sagrado; solo son necesarias tu madurez, tu consciencia.

La palabra consciencia es la llave maestra. Nos cruzaremos con muchas situaciones en el evangelio en donde Jesús dice una y otra vez: ¡Despierta! ¡Permanece alerta! ¡Sé consciente! ¡Recuerda!. Buda dice una y otra vez a sus discípulos: Es necesaria la correcta atención; Krishnamurti dice: Consciencia;

Gurdjieff basa toda su enseñanza en una sola expresión: el recuerdo de sí mismo. Este es todo el evangelio: recordarse a sí mismo.


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