La iluminación espiritual

Contra el hambre y la guerra

POR: PATROCINIO NAVARRO

Imagen; Contra el hambre y la guerra; Patrocinio Navarro

¿QUIÉN BENDICE LOS CAÑONES?

En algún momento este mundo será gobernado por sabios y lideres justos, que sus intereses sean la igualdad y la equidad entre las naciones hermanas, donde solo se desee el bienestar de la humanidad y trabajemos en este bien común. En la última década los gastos militares mundiales, encabezados como siempre por EEUU, se incrementaron en un 37 por ciento. Y solo en el año 2005, ascendieron a la escalofriante cifra de 1,18 BILLONES de dólares (Fuente: Instituto Internacional de Investigación por la Paz _SIPRI- de Estocolmo.)

En la última reunión de la FAO con 193 representantes y jefes de gobierno del mundo, se calculó que el número de hambrientos (no el de pobres, cuidado) en el mundo es de 850 millones, a los que habría que añadir otros 150 millones de afectados por las consecuencias del cambio climático (escasez de cosechas, desertización, catástrofes naturales), y los desplazados forzosos por las guerras intestinas en África y en otros lugares. Por tanto nos hallamos ante la cifra impresionante de 1.000 millones de hambrientos o personas en situaciones límite a los que podríamos sumar los pobres del resto del mundo, que en España hace cuatro años eran más de 8 millones y en EEUU, más de cuarenta millones. Así podríamos seguir sumando favelas brasileñas, banlieus parisinos y otras bolsas semejantes de pobreza en todo el mundo rural y urbano, hasta alcanzar, con los anteriores, esos dos de cada tres habitantes del Planeta sumidos en distintos grados de miseria.

Si nos centramos exclusivamente en los 1000 millones de desesperados, y analizamos la solución de la FAO con los gobiernos mundiales resulta que hasta dentro de 7 años no se habrá podido solucionar el hambre de tan solo la mitad de esos 850 millones iniciales con que ellos cuentan, lo que supone que más o menos cuatrocientos millones de esos ya habrán muerto en los próximos siete años, a no ser que su hambre sea tan disciplinada que sepa esperar pacientemente las resoluciones de la ONU.

Si tenemos la curiosidad de dividir entre los 1.000 millones de hambrientos que no desean morir esos 1,118 billones de gastos militares dispuestos para matar nos encontramos con que a cada hambriento corresponden nada menos que 19.666,66 dólares al año, o sea, 1638 dólares al mes. Todo eso supondría no solo acabar con el hambre, sino con muchas más necesidades. Y si ahora nos parece que deberíamos abarcar a más población del tercio mundial de pobres, otros 1.000 millones al menos, aún saldrían a más de 810 dólares mensuales por persona repartiendo el total del gasto armamentista. Imagínense los ingresos familiares que supondría esa cantidad en los países pobres, y, por supuesto, entre los pobres de los países ricos. Esto potenciaría la demanda en productos y servicios a nivel mundial, y relanzaría la economía de todo el Planeta a niveles de bienestar desconocidos hasta el momento en la historia. Y tan solo basta emplear el dinero que se usa para matarnos entre nosotros en dinero para que vivamos.

Alguno puede pensar que esos recursos extraordinarios serían un regalo al que no se tiene derecho. ¿Tal vez sí se tiene derecho a las bombas? ¿Es que ahora resulta que la muerte tiene prioridad? Para los gobiernos que invierten en armamento más que en gastos sociales (que son la inmensa mayoría) la muerte tiene prioridad. Para la conciencia de una persona moralmente sana, es todo lo contrario, por eso existen en tantas partes del mundo presos de conciencia que Amnistía Internacional y las ONG que defienden los derechos humanos denuncian. Y si pensamos en otro aspecto de la defensa de la vida, la defensa del medio ambiente, es mucho más corriente multar, detener o hacer la vida imposible a Green Peace y a cualquiera que denuncie u obstaculice industrias venenosas que a los mismos productores del veneno. La muerte sigue teniendo prioridad. Como siempre sucede desde la época de la Caverna de Platón, el mensajero es el culpable.

Pero las inversiones militares se justifican por la necesidad de guerras preventivas como la de Irak, o de guerras defensivas como las que defiende como justas el mismísimo Vaticano que siempre bendice los cañones. ¿Tienen consistencia esos argumentos para justificar la guerra? Pues no. Ni moral (recordemos el 5º Mandamiento sin letra pequeña: No matarás) ni legal: Nadie tiene derecho a invadir territorios como nadie tiene derecho a invadir tu casa y menos a mataros a ti o a tu familia para quedarse con la despensa.

¿Entonces por qué se hacen las guerras? Pues por las mismas razones que las hacían los asirios: por ambiciones de poder, por codicia, por envidia, por soberbia, enfermedades todas ellas de una conciencia inmoral. Tan inmoral como los gobiernos que invierten en armamento, que son todos los del mundo, y quienes les apoyan, que son todos los inmorales del mundo civil o religioso.

Pero ¿y si hiciésemos el esfuerzo de imaginarnos que cada uno de nosotros ha conseguido ya superar en su propia conciencia esos mismos elementos que desencadenan las guerras?, ¿serían posibles? Yo creo que no. ¿Quién de nosotros no tomaría por loco a cualquier jefe de gobierno que intentase enviarnos a matar por esas razones? ¿Con qué argumentos los sanguinarios jefes militares justificarían nuestro interesado patriotismo, ese prejuicio-base que ayuda a alistarse a los soldados ingenuos para convertirlos en carne de cañón, por la misma razón que el dinero ayuda a alistarse a los mercenarios?

General, tu tanque es poderoso, pero tiene un defecto.

Necesita un hombre que lo quiera guiar.

B-Brecht

Cuando ese hombre no exista, se acabarán los tanques. Y por supuesto, los gastos militares. Entonces no solo podremos comer todos sino lo que es tan importante como eso: florecerá la civilización de la paz.


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