La iluminación espiritual

Bajo la influencia de la gracia

POR: OSHO

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LA REALIDAD OCULTA

Existe un vacío entre el hombre como ser-uno y el hombre como ser histórico.

Hablábamos en la noche de verano bajo la cúpula de estrellas, navegantes sobre la nave Tierra que a todos nos acoge y transporta sin queja en su interminable viaje. Hablábamos de la trayectoria humana y del origen de su viejísima andadura, y veíamos, o creíamos ver, bajo el imperio del cielo nocturno que nos sitúa frente a todas nuestras microscópicas limitaciones, el alto nivel de ignorancia histórica que sobre nuestro pasado poseemos. (¿Cuántas fuentes de información habrán sido destruidas, cuántos herejes de todo tipo hechos callar violentamente?¡cuántas verdades no se nos ocultarán cada día mientras son sustituidas por sucedáneos!). Y no solo por las purgas y persecuciones por los poderes mundanos y la ultra-ortodoxia a los portadores de lo nuevo, como los secuestros, las extorsiones, torturas, asesinatos, obras prohibidas y condenadas a la hoguera, sino también por un cierto modo de entender la Historia tal y como los historiadores (que suelen ser los amanuenses del Poder de cada momento) la transmiten.

Y aún nuestra ignorancia seguía en pie.
No quedaba limitada al pasado histórico.

La oscuridad que nos envolvía muy abajo de las estrellas penetraba de tal modo nuestro pensamiento, que el propio presente se nos presentaba como un velo tras el que se ocultaba la Realidad. Pero ¿qué Realidad con mayúsculas?...¿Cual era, por ejemplo, la realidad del hombre actual? En este punto lo que llamamos Historia es un reflejo total ampliado a diversos niveles de manifestación, de la conciencia humana. Ahora bien ¿sucede al revés? creíamos que no era lo mismo; creíamos que solo parcialmente la conciencia humana es una consecuencia de la Historia. Y esta diferenciación es muy importante porque deja de presentarse a cada uno como víctima de la historia social, cultural política, etc. del mundo o del país en que vive para darle el protagonismo al propio sujeto como constructor de su propia historia y de la historia del mundo como totalidad. Uno actúa, siente, piensa, habla, y todo eso tiene consecuencias concretas sobre sí mismo y sobre todo el orbe. Las primeras determinan el karma del individuo; las segundas, forman el entramado complejo de lo que llamamos Historia, que es una forma de asumir a nivel colectivo la suma algebraica de los karmas o cargas de las almas individuales de las gentes. (Esta reflexión nos alejaba, por cierto, de ese victimismo histórico al que ha sido tan proclive el pensamiento tradicional de la llamada izquierda).

De cualquier modo, el ser humano y la Historia no se confunden: se complementan. Existe un vacío entre el hombre como ser-uno y el hombre como ser histórico, como ser social; un vacío que se suele traducir en soledad y en desconcierto íntimo y profundo: la de cada uno frente al espejo de su propia existencia donde solo ve reflejarse parte de sí mismo, mientras otra permanece tan oscura como esta noche que nos envuelve con sus infinitos racimos de estrellas tan luminosas como lejanas, mientras el frío de la madrugada se va posando sobre nosotros. No solo, decíamos, los hombres y la Historia no se confunden, sino que esa macro historia en la que estamos inmersos y de la que somos en alguna medida prisioneros, resulta ser un elemento que pone a prueba nuestra conciencia personal y llega muchas veces al punto de reducirla, fragmentarla, obnubilarla y desviarla si no estamos atentos. Ese el empujón diario del karma de cada uno para ver la vida frente a frente. Y para estar preparados a ese combate diario disponemos de la energía del día, de cada amanecer, cuya mano nos abre la página de aquello que en ese día precisamente debe ser revisado por nuestra conciencia.

La microhistoria personal se suele construir contra la red de la macro histórica colectiva, más en función del conflicto que de la confluencia armónica de las gentes, llegando así a la conclusión rotunda de que si obviamos nuestro karma individual, la organización colectiva de los humanos tal como es entendida y vivida por la mayor parte de nosotros, es el mayor enemigo de la vida misma, y si no tenemos herramientas para enfrentarnos al conjunto de anti-valores de que se nutre la organización de la colectividad sentimos que se ahoga la conciencia, pero no solo la individual, sino, consecuentemente, la conciencia global del conjunto. La Historia atenta finalmente contra los hombres que a su vez atentan contra sí mismos por ignorancia o mala fe.

Pero estábamos bajo la influencia benefactora del permanecer,
y las estrellas se diluían lentamente sobre las miradas que se volvían hacia ellas.

Solos y perdidos en el mapa sin límites de los cielos, pero ¿realmente, o solo en apariencia?...En el perfecto orden, en la perfecta armonía, en el perfecto sometimiento a unas leyes grabadas en la conciencia del Cosmos (del que formamos parte partícula a partícula, átomo por átomo),estriba precisamente su existencia, su continuidad y su capacidad de evolución. Pero nosotros actuamos a menudo a espaldas de esas leyes, que son divinas. Toda conciencia de este hecho, toda llegada por cualquier medio a esta conclusión, significa un primer e importante paso hacia la aceptación posterior de esas leyes y de su Creador; un paso de gigante hacia la identificación vital, existencial, con ellas. Este proceso de identificación con el corazón del Universo en nuestro propio corazón, nos tiene que llevar paso a paso a un estado superior de conciencia. Superior, sí, pero ¿superior en qué? Superior en lucidez, superior en cuanto a capacidad de comunicación-identificación con el Cosmos; superior en cuanto al grado de comprensión de nuestro propio yo en relación con todos los demás seres de la Naturaleza y en primer lugar con los otros como parte de la totalidad única. Superior en eso que llamamos amor.

Con todo lo visible y con todo lo invisible formamos parte del Espíritu Único; con todo lo visible y todo lo invisible formamos parte de la materia única y diversa. Un sentimiento todavía rudimentario de esta conciencia es el que parece motivar en lo profundo la dimensión social del hombre. Un sentimiento semejante en el orden espiritual es el que parece motivar la multiplicidad de las religiones y cultos. En un nivel alto, la conciencia superior sabe que estos sentimientos corresponden a un hecho objetivo: la fraternidad universal y humana, bajo la mirada amorosa del Padre.

El Racionalismo, que endiosó a la razón hasta convertirla en tirana, y a la Ciencia, al punto de convertirla en caricatura de sí misma con su carga de dogmatismo desacralizado de la vida, e hizo de ambas, razón y ciencia, pilares del (des) Orden Establecido; el Racionalismo, con su dañina cohorte de filósofos, intelectuales, historiadores, sociólogos y otras especies de insensatos cultivadores del materialismo y pontífices de la finitud; ese racionalismo ciego cree ver en el miedo a la Naturaleza y en la ignorancia profunda de las gentes el origen de los sentimientos religiosos. Es natural que así piensen, porque ignoran los impulsos del alma en busca de su origen. Con sus métodos de seccionar la Realidad para obtener los resultados que mejor conviniesen a sus propósitos nada científicos, olvidó a menudo, y así continúa, dimensiones del hombre que no se circunscriben a la esfera de su razón, lo que no quiere decir que no sean ni racionales ni científicas; y dimensiones de la realidad que no se ajustan a su limitado e interesado guión previo, que no se ajustan a los pobres conceptos que de ella tienen los racionalistas a ultranza, que acostumbran a definirse como ateos o agnósticos, atrapados en las prisiones de su rey Ego al que pretenden que rindamos culto como ellos mismos hacen.

La realidad, desde luego, no se resume en todo aquello que somos capaces de percibir a través de unos sentidos bastante limitados en origen y más aún por su pobre uso, como ha puesto de manifiesto la física cuántica. A todo esto, amanece. Ojala sobre nuestras conciencias haya penetrado la suficiente claridad como para empezar a comprender algo verdaderamente y dar los primeros pasos en la dirección correcta, pensamos mientras compartimos alegres los primeros rayos del naciente día.


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